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martes, 11 de noviembre de 2014

Sanar heridas

El mundo emocional es muy amplio y por desgracia no suele estar muy bien cuidado, de hecho en ocasiones ni siquiera lo reconocemos. Cada vez que somos madres, tras el parto, se abre ante nosotras nuestro mundo emocional, junto con nuestros duelos y temas pendientes. Algunas mujeres permitimos que todo salga, a otras se nos cuela sin poder evitarlo y otras preferimos cerrar la puerta y seguir sin querer saber – reconocer. Es por eso que en ocasiones algunas mujeres llegamos del parto desconcertadas por todo lo que sentimos y lo que nos llega del pasado.


Del mismo modo que nos abrimos para dar a luz, nos abrimos a la maternidad y nos abrimos al mundo de los sentidos y las emociones. Es sin duda un momento importante y que podemos aprovechar para sanar heridas y cerrar etapas, lo cual no quiere decir que sea siempre fácil. Muchas veces con lo que nos encontramos no es de nuestro agrado.

Y al mismo tiempo que nos reencontramos con partes olvidadas o relegadas de nuestra vida, nos encontramos con nuestro bebé en brazos demandando lo que le corresponde. Teniendo además que lidiar con unas expectativas enfrentadas con la realidad, en cuanto a nuestro parto, nuestra lactancia, nuestro bebé, nosotras como madres, el apoyo de nuestra pareja y el entorno, y cada etapa en la crianza de nuestros hijos.

Las cosas no son siempre como imaginamos o deseamos, no podemos controlarlo todo. Así muchas mujeres quedamos heridas por un parto no respetado, una cesárea inesperada, una lactancia frustrada, una patología de nuestro bebé, una pareja distante, una depresión postparto, la imposibilidad de estar más tiempo con nuestro bebé por los motivos que sean, y así podría continuar. Y cada una de nosotras tratamos de superarlo como buenamente podemos y sabemos. A veces sanando una herida tratando de compensarlo con otro tipo de relación con nuestro bebé, otras veces hablándolo y pidiendo ayuda, y otras negándolo y rechazando a quienes han disfrutado de lo que nosotras no pudimos. Creo que no hace falta decir cuál de estas actitudes resulta más dañina tanto para nosotras, como para nuestro bebé y las personas que nos rodean.

Una herida ocultada no es una herida sanada. 
Una emoción retenida, frustrada o negada, es asegurarse una futura y dañina explosión, en el momento más inesperado e inoportuno.

Mi recomendación siempre es buscar ayuda y por supuesto no negarnos a nosotras mismas. Puede ser un psicólogo, una doula, una asesora continuum o simplemente asistir a un grupo de apoyo, donde podamos expresarnos con libertad y compartir experiencias con otras mujeres en situaciones parecidas, o no, a la nuestra.

El trabajo de crecimiento personal y sanación de nuestras heridas es un proceso largo, no es sencillo, pero si deseable para nuestra salud. Como asesora en maternidad y crianza no podría asesorar a otras mujeres sin antes sanar mis heridas, especialmente las acontecidas durante mi maternidad. No podría asesorar, por ejemplo, a otra mujer para el momento de su parto, si yo no he superado el mío.

El mundo emocional es fundamental para nuestro bienestar. Del mismo modo que cuidamos el de nuestros hijos debemos cuidar el nuestro. Es la mejor forma de dar ejemplo. Y recuerda que lo que no permitas salir ahora, saldrás antes o después, y puede que no lo haga en el mejor momento.


¿Te viste asaltada en el postparto por temas pendientes?


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miércoles, 8 de octubre de 2014

Escolarización, tristeza y rabia

Comenzar el cole supone una nueva etapa, en la que el pequeño vive en un torbellino de emociones. Miedo, ansiedad, tristeza y rabia pueden ser vividos intensamente por el niño, que necesita soltarlo y expresarlo de algún modo. Cada niño lo lleva y lo expresa a su manera.

Como madre de una niña de cuatro años, que ha comenzado el cole por primera vez, me reafirmo en lo que ya tenía claro antes de escolarizarla. Una adaptación real, sería aquella que permitiera dar espacio a los padres en el aula, hasta que el niño se sintiera seguro. Quedarse solo en un sitio que no conoces, con un adulto y 25 niños que no conoces, genera estrés. Esto en sencillo de comprender, y sin embargo son poquísimos los colegios que lo hacen así. Sería mucho más sencillo para todos, especialmente para los más pequeños, poder conocer-adaptarse a ese nuevo entorno con la tranquilidad y la seguridad que ofrece el estar con alguien de confianza.

Si el niño insiste en que no quiere ir al cole, o si llora cada mañana en casa y/o en la clase, todos entendemos que le está costando adaptarse. Sin embargo, damos por hecho que si el niño va al cole sin rechistar y allí no da mayores problemas, todo está solucionado. No siempre es así. Hay muchas pistas que nos informan de que al niño le sigue costando, de que lo está pasando mal o incluso de que aún no está preparado. Conocer cuales son las señales que te  manda tu pequeño, cuando aún no se ha adaptado, hace más sencillo acompañarle en esta etapa. Y es que he escuchado muy a menudo el “mi hijo se adaptó de maravilla al cole” (no se quejaba ni lloraba), seguido del “pero en casa está inaguantable” (muy diferente a como lo venía haciendo). El comportamiento de los niños en clase no tiene nada que ver con su comportamiento en casa, ya que la confianza y la relación no es la misma, y les es más fácil sacar en casa todo el estrés que les genera el cole.


Cómo puede afectar la adaptación al cole a tu pequeño:

- No quiere ir al cole, llora en casa y/o en el colegio.

- Se muestra agresivo con algún niño en clase, cuando nunca antes había reaccionado así con otros niños.

- No quiere salir al recreo. El patio es un lugar amplio, con mucho jaleo, donde los niños no son controlados, y algunos pueden verse más inseguros, solos y temerosos.

- Se aguanta las ganas de hacer pis hasta llegar a casa. No quiere hacer pis en el cole. Allí no tienen ninguna intimidad y eso a algunos niños no les agrada.

- No se relaciona con otros niños en clase. Puede suceder incluso que no quiera jugar con otros niños en el parque, cuando antes si lo hacía. Sólo quiere estar con mamá, papá, los abuelos, o con quien antes pasaba más tiempo.

- En el día a día, fuera del colegio, se le ve triste, desanimado, sin ganas de hacer nada.

- Está agotado. Necesita dormir muchas horas para descansar, hasta el punto de pasar menos horas despierto en casa que en el cole.

- Está constantemente enfadado en casa, cualquier cosa le molesta. Está muy enfadado, especialmente con papá o mamá, a pesar de querer estar con ellos. Su ansiedad tiene que salir por algún lado.

- Tiene pesadillas por la noche, y puede querer volver a dormir con papá y mamá, si ya dormía solo.

- Puede sufrir escapes de pis tanto por la noche como por el día, si ya controlaba.

- Ponerse malito a menudo es un indicio de que sus defensas estén bajas por el estrés que supone la separación. Por supuesto puede ser por otras causas.

- En casa no quiere separarse de mamá, papá o con quien más tiempo pase normalmente.

- Puede sufrir cualquier retroceso en cualquier aspecto que habían logrado “superar”.

En estos momento, a mi personalmente, me viene bien recordar esta frase “Quiéreme cuando menos lo merezca porque será cuando más lo necesite”. Teniendo en cuenta que, y sobre todo en estos casos, los niños necesitan saber que jamás les dejamos de querer.


¿Y qué puedo hacer par ayudarle?

- Si crees que sólo necesita un poco más de tiempo o te es imposible sacarle del cole porque trabajas o por el motivo que sea, el cariño es fundamental, siempre armándote de paciencia.

- Puedes hacer cosas espciales a la salida del cole, como un momento sólo para vosotros.

- Por supuesto, habla con él lo que haga falta. Tiene que sentirse seguro, que sepa que tú también le echas de menos, y que siempre irás a buscarle después. Asegúrate de que le quede claro que el hecho de que le dejes en el cole no significa que no le quieras. Ten muy presente esto,  porque tú puedes darlo por hecho pero él puede interpretarlo a su manera.

- Da importancia a sus juegos, para que pueda sacar también por ahí su enfado, su miedo o simplemente que pueda integrarlo de esa manera.

- Podéis pintaros besitos para que os tengáis presente uno al otro, besitos pegados. Esta es una idea que me dio una mamá.

- Si disfruta de alguna actividad del cole, recuérdale todo eso que le gusta de clase.

- Permítele que exprese cualquier emoción que necesite soltar, aunque no te sea agradable, sin que eso signifique hacer daño o faltar el respeto. Puedes ofrecerle alternativas para desahogarse, sobre todo cuando se trata de rabia, como dar unas carreras antes de ir a casa, gritar (mejor en la calle para que no se asusten los vecinos), saltar en la cama, guerra de almohadas…

¿Se te ocurre algo más?


A veces la adaptación puede ser dura y afectar a toda la familia. Nosotros somos los adultos, pero ante unas emociones constantemente desbordadas podemos sentirnos igualmente desbordados. El hablar con otros padres, con el profesor y el recordar que sólo necesita compresión y cariño, puede devolvernos la serenidad.


¿Has notado algún cambio en tu hijo con el inicio del cole?



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lunes, 14 de abril de 2014

La muerte y los niños


Hace una semana, al llegar a casa, el único pececillo que nos quedaba en la pecera (hacía tiempo que estaba solo porque siempre terminaba comiéndose a sus compañeros) estaba flotando muerto. Aunque fue el papá quien lo vio quiso esperar a que llegásemos nosotras, aunque bien podía haberse deshecho de él e inventarnos luego cualquier historia, cosa que en muchos hogares se hace y que a nosotros no nos parece nada recomendable, y ahora os explico por qué. Los niños tienen derecho a despedirse de sus seres queridos o mascotas para elaborar un duelo sano. Además estos son “buenos” momentos para tratar el tema de la muerte con los niños, y que puedan expresar todas sus dudas.

Como ya conté en este post, los niños hasta los 5 años aproximadamente no tienen un concepto de la muerte como algo irreversible o inevitable, sino todo lo contrario. Sin embargo se trata de contestar sus preguntas de manera sincera y adecuada a su edad. Preguntarán lo que les interesa saber y lo que están preparados para entender, ni más ni menos, por eso nuestras respuestas tienen que ser concisas.

La primera reacción de mi hija fue decirnos que lo que le pasaba al  pececito es que estaba durmiendo. Luego se enfadó, diciendo que era tonto por morirse, expresando su desacuerdo de la única manera que sabía. Y aunque en un primer momento no quería participar de la despedida del pececito, luego accedió. En nuestro caso lo que hicimos fue enterrarle en una maceta para que así pudiera ayudar a crecer a las plantas. Después, de manera natural se lo fue contando a familiares y amigos.

Hace unos meses falleció mi abuelo. Cuando me enteré estaba sola con Minerva, y no pude contener toda mi tristeza y mi llanto frente a ella. Me preguntó, le conté lo que había sucedido y que por ese motivo mamá estaba triste. Mi hija me abrazó, y ahí quedó la cosa. Los días siguientes fue haciendo las preguntas que a ella le iban rondando por la cabeza. ¿Qué sensación o idea se hubiese llevado mi hija si hubiese intentando esconderme de ella, le hubiese dicho que no me pasaba nada o me hubiese inventado cualquier cosa? Los niños son conscientes de nuestras emociones (dependerá de si hemos nombrado esas emociones tanto en ellos como en nosotros, para que las entiendan o no), hubiese sabido que algo pasaba pero no hubiese sido capaz de elaborar su emoción, además de llevarse la idea de que hay cosas de las que es mejor no hablar, y ya sabemos que los tabúes no nos aportan nada bueno.

El hecho de no negarles algo que forma parte de la vida, como es la muerte, hay que entender que les beneficia siempre:

- Aprenden a elaborar un duelo sano en las pérdidas, sin quedarse en lo patológico.

- Aprenden que la tristeza, como las demás emociones (miedo, rabia y alegría), es válida y necesaria. Y además es bueno poder expresarla para sacarla fuera.

- Saben que pueden confiar en sus padres o cuidadores, porque hay una coherencia entre lo que les trasmitimos y lo que les decimos.

- Pueden satisfacer toda su curiosidad, sin interiorizar ideas erróneas o miedos.

- Se sienten parte del grupo, de la familia, porque no sienten que se les aparte o se les oculte algo.


Y vosotros, ¿cómo os enfrentáis al tema de la muerte con vuestros hijos?

martes, 7 de enero de 2014

¿Podemos odiar a nuestros hijos?

Me resulta difícil escribir lo que bulle por salir. Llevo tiempo queriendo escribir este post, y lo hago hoy quizás empujada por la racha que llevamos, porque cada vez me conozco y acepto más, y/o porque no quisiera transmitir en mi espacio (en los artículos que escribo) que soy la madre perfecta, que todo lo sabe y todo lo hace bien con su hija.


Las madres no somos perfectas ni somos siempre “buenas madres”, no amamos incondicionalmente siempre a nuestros hijos, ni lo sabemos todo acerca de ellos. Las madres no sólo albergamos amor, también albergamos violencia, unas mas otras menos, o quizás es que unas sabemos contenernos mas o menos que otras. Y lo peor de todo es que esto parece ser un tema tabú entre muchas de nosotras, madres, que queremos lo mejor para nuestros hijos y nos cuesta reconocer ante los demás, pero también antes nosotras mismas, que lo que hacemos en ocasiones no es lo mejor para nuestros pequeños. Nos cuesta reconocer que, a pesar de predicar lo contrario y sabernos muy bien la teoría, en ocasiones nos comportamos violentamente con nuestros queridos hijos.

Nunca he pegado a mi hija. Pero si he deseado hacerlo, si he querido hacerla daño para satisfacer de algún modo mi frustración, y he sentido miedo de no saber controlarme. Nunca he pegado a mi hija, pero si la he tratado en ocasiones con violencia en las múltiples facetas de esta. Nos escudamos entonces en esa mochila que todos llevamos acuestas, en nuestras carencias infantiles, nuestros miedos o ese sufrimiento escondido a empujones en lo más profundo de nosotros y que nuestros hijos consiguen sacar tan fácilmente. Y ya no hablo de sentirnos superadas o de no tener apoyo o ayuda en la crianza de nuestros hijos.

¿Pero acaso todo eso es motivo para comportarnos como monstruos con nuestros hijos? Los adultos ahora somos nosotros, y dejar que nuestra niña interior lidie con nuestros propios hijos es un despropósito. No es fácil sanar a nuestra niña interior, eso requiere de un proceso largo y consciente por nuestra parte; pero dejar a nuestros hijos a manos de nuestra parte violenta (no olvidemos que esa parte también es nuestra, tratar de negarla es tratar de negarnos a nosotras mismas) sin más, me parece peligroso. El problema, como le digo a mi hija (quizás deberíamos repetírnoslo más los adultos), no es enfadarse, esto es algo legítimo a todos, sino dañar al otro (de la manera que sea) en nuestro enfado.

Nos vemos desafiados por nuestros hijos (perspectiva desde la posición propia infantilizada), nos sobrepasa una rabieta (uniéndonos a ella en vez de “tratarla” desde fuera), nos fastidian los gritos o el llanto inconsolables, nos supera una demanda con la que no estamos de acuerdo… y en vez de ver el sufrimiento, la incomprensión o el miedo de nuestros pequeños, sólo vemos los nuestros propios, y convertimos el desacuerdo en una espiral de confrontación, donde por muy mal que nos creamos sentir, el niño (y no me refiero a nuestro niño interior) siempre tiene las de perder.

Cuando llegamos a ese punto de nubarrón donde ya no vemos ni pensamos, sólo sentimos rencor e ira, y sólo deseamos sacar toda la frustración (mierda) que llevamos dentro, lo único que hacemos es dañar más y más a nuestras indefensas criaturas. ¿Qué hacer cuando tu hijo te pide un abrazo o un beso pero lo único que deseas es desahogarte en el daño físico? Sabes que con ese abrazo la situación podría empezar a calmarse pero no puedes dar ese abrazo porque en ese momento no lo sientes, porque para que la situación vuelva a su cauce la que tiene que calmarse eres tú.

En ocasiones mi hija me ha dicho algo que ha hecho, como si pulsase un resorte en mi interior, que pueda volver a la realidad. Frases como “no puedo dejar de llorar mamá, ¿qué puedo hacer?”. Pero esas frases no siempre suceden. Soy consciente de  que tengo que establecer un código con mi hija, para que cuando se den esas situaciones y la adulta no sea capaz de tomar el control (es decir, yo), sea al menos la niña quien de la voz de alarma.

Por esto, y otras muchas cosas, me parece muy prepotente que los adultos nos creamos por encima de los niños, sabedores de toda la verdad. Nos queda mucho por aprender y por superar. Y lamentablemente lo hacemos a costa de nuestros hijos.

¿Creéis que los adultos siempre nos comportamos como tales?


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martes, 15 de octubre de 2013

¿Por qué en vez de abrazarles nos enfadamos?


Hoy ha sido la primera vez que he tenido que ir con mi hija de tres años a que le hiciesen un análisis. Cuatro tubitos le han sacado. Reconozco que casi iba yo más asustada que ella. Temía su reacción, sobre todo, ante según qué tipo de enfermeros nos encontrásemos, pues no todos saben tratar a los niños.


Para sacar sangre a los niños, los dejan para el final, y lo hacen las mismas enfermeras que lo han estado haciendo para los adultos, al menos en nuestro Centro de Salud. Reconozco que a mi hija la han tratado bien, que de eso se trata, pero su prepotencia al tratar conmigo (que iba, como he dicho antes, un poco asustada por cómo se desarrollaría todo, y por cómo lo pasaría mi pequeña) se la podían haber ahorrado.

Ha sido todo mucho más sencillo de lo que creía. Me han hecho sentarme y sentarla sobre mí, poniéndola de lado para dejarles un bracito libre para pincharla. Así hemos podido estar abrazadas. Y aunque ella estaba asustada, y ha dicho que no le gustaba, y ha llorado un poquito, ha sido toda una campeona, porque tal y como es ella cuando algo no le gusta pensaba que no iba a ser posible. Esa falta de confianza en mi niña abre anti mí nuevos aprendizajes, y es que siempre nos sorprenden.

Agradecí a la enfermera que me dijo “déjala que mire” cuando intenté distraerla. Es verdad que veía la aguja clavada en su piel, pero también veía, mientras yo se lo contaba, cómo salía su sangre de un rojo intenso y podía saber qué la estaban haciendo.


Pero lo que me ha llevado a escribir este post no es nuestra historia de esta mañana, si no la escena que hemos presenciado.

Antes y después de nosotras ha pasado una niña de cinco años con su padre. La niña no quería que la pinchasen, estaba muerta de miedo. Hace poco la habían tenido que hacer también unos análisis y según el padre entonces no hubo problema. El papá estaba muy enfadado con la niña, y más aún lo estaba la segunda vez que lo intentaron, sin resultado. Ver a la pequeña llorando, la primera vez, y el papá mirarla desde su distancia con el ceño fruncido me pareció duro para la niña. Pero ver de nuevo, la segunda vez, a la niña llorar desconsoladamente, suplicando que no quería, y escuchar al papá decirla que no iba a ir a cole sino que se iba a quedar en casa castigada todo el día, me ha llegado muy hondo.

Por otro lado se oía quejarse a una de las enfermeras, tras tratar de convencerla de varias maneras, que no la estaban matando, y la niña actuaba cómo si lo estuviesen haciendo. Quizás porque era así como la niña se sentía, ¿nadie lo ha pensado, ni siquiera su padre?

Y me ha llegado tan hondo, que no he podido evitar emocionarme, y mucho, delante de mi hija, que me preguntaba qué me sucedía. Esa escena ha hecho aflorar una experiencia de algún recuerdo olvidado en mi niñez, y he conectado totalmente con el sentimiento de miedo, de nervios, de no poder controlarse y de incompresión que sentía la pequeña.

Por supuesto la escena, tanto de la niña como mi respuesta, ha servido para hablar con mi hija de lo sucedido. Mi preciosa hija ha llegado a la conclusión de que el papá debía haber abrazado a su hija, para que esta no estuviese tan asustada, y no entendía por qué el papá en vez de abrazarla se había enfadado.


Cuando nuestros hijos están llorando por el motivo que sea, su motivo, ¿por qué a veces en vez de consolarles nos enfadamos? ¿Nos enfadamos con ellos, con nosotros, con algo que nos hace clic? Cuando nos enfadamos con ellos en vez de consolarlos, sin duda, entre otras cosas, es porque no estamos conectando en ese momento con ellos ni con sus sentimientos.


¿Os ha pasado alguna vez? A mi si.



* Imagen de Chin Hwa Lim

viernes, 7 de diciembre de 2012

Conociendo mejor mi Ciclo Menstrual


Hace unas semanas tuve el privilegio de pasar un día entero con veinte mujeres estupendas, y digo que fue un privilegio porque la magia que se crea en un círculo de mujeres es grandiosa.

Me emocioné con cada una de las presentaciones de esas veinte mujeres con sus historia personales. Y agradezco a cada una de ellas lo que me aportó y lo que me hicieron sentir, porque aunque parezca que cada historia es diferente tenemos en común el mismo fondo. Todas estábamos allí para saber más, para conocernos mejor, y gracias a Erika creo que todas salimos de allí tocadas y removidas (en el buen sentido).

Cuando me enteré de que Erika Irusta iba a venir a Madrid a impartir un taller del Ciclo Menstrual me interesó mucho, pero si no me decidía era porque me pillaba en la otra punta y entre las horas del taller y las del transporte público se me irían 14 horas, todo el día, y nunca había pasado tantas horas separada de mi niña. Me lo pensé mucho, y al final, sabiendo que mi pequeña iba a estar perfectamente con su padre y que además me apetecía mucho hacer esto sólo para mí, tiré hacia delante.


La maternidad hizo que me reconciliara con la menstruación, ya que nunca tuve buena relación con ella. Esto y cómo fue reencontrarme con ella tras el nacimiento de mi hija lo contaba hace ya más de un año, lo podéis leer aquí. Pero el camino no siempre es sencillo, la sociedad no nos lo pone fácil, el tener a alguien a nuestro cargo se nos puede hacer cuesta arriba algunos días, nosotras mismas muchas veces caminamos en nuestra contra y el aprendizaje nunca se acaba.


Empecé hace ya unos cuantos meses, demasiados, el libro Luna Roja de Miranda Gray, y aunque me gustaba lo he ido dejando aparcado, no se muy bien por qué. Pero si comencé a apuntar cada día cómo me sentía, aunque muchas veces pasaban días y días sin que apuntase nada, no soy muy constante. Pero ha sido ahora con este taller cuando me he puesto más en serio, llevando a diario mi diagrama lunar, planteándome muchas cosas que debería cambiar para que las cosas funcionasen mejor, claro que no es tan fácil como parece, porque nos cuesta mucho soltar, descansar de verdad, mirar hacia dentro, y en definitiva ser conscientes de que no podemos con todo lo que pretendemos poder.

Muchas mujeres estamos desconectadas totalmente de nuestro cuerpo, no es que no prestemos atención a nuestros cambios y nuestras necesidades, sino que ni siquiera nos conocemos físicamente. No sabemos dónde está nuestro útero ni nuestros ovarios porque nunca nos hemos tomado un momento para tocarnos y saber exactamente donde está nuestro centro.

Conocer nuestro cuerpo, nuestro ciclo, nos puede dar la clave para todo. Lo primero que se altera cuando nos pasa algo es nuestro ciclo menstrual. Y estando atentas y dejándonos sumergir en cada una de las etapas del ciclo podremos sacar lo mejor de nosotras. Pero para ello tenemos que aceptarnos y no negar ninguna emoción ni ningún aspecto, sea cual sea, porque si sabemos lo que necesitamos y en vez de prestarnos atención lo negamos será entonces cuando las cosas no funcionen. Un ejemplo claro es que si no aceptamos y valoramos que hay momentos del ciclo en los que necesitaremos estar más replegadas, y nos forzamos a salir y estar hacia el exterior, no nos sentiremos bien, y de hecho nos enfadaremos con todo y con todos.

Lógicamente esto no es fácil, como decía antes, no es fácil necesitar estar a solas, en nuestra introversión y nuestras intuiciones y tener que ir a trabajar o tener que atender las demandas de nuestros hijos sin tregua. Puede ayudar el saber que el sentirnos así es normal e intentar en la medida de lo posible que sea lo más llevadero, pero en mi caso, el ser consciente de que durante unos días al mes mi hija me molesta, así de crudo y literal, duele porque ella no se merece eso y yo no puedo hacer otra cosa, porque es lo que siento. Para colmo ella lo nota y se vuelve todavía más demandante justo cuando más necesidad tengo yo de estar lejos, con lo que la situación se torna bastante desagradable para ámbas. Esos días podemos pedir ayuda a los abuelos o que el papá procure estar más tiempo con ella, pero incluso así, en nuestro caso es duro, porque las noches pueden ser moviditas y precisamente mi paciencia no hace gala en esos momentos. Por eso os digo que el saber que es normal ayuda, pero no soluciona. Al menos el reconocerlo y el poder hablar y contarles a quienes tenemos a nuestro alrededor lo que sucede, en mi caso a mi hija, es muy necesario, porque de esa forma lo que no haremos en echar todo el peso fuera de nosotras.



Hay fases que duran más que otras. Influye el entorno, nuestras circunstancia, etc. Las cuatro fases del ciclo son:
- Fase Menstrual.
Fase reflexiva, del mundo interno, del instinto. Necesitamos descansar, ya que nuestro cuerpo está haciendo limpieza. Es el invierno.
- Fase Pre-ovulatoria.
Nos sentimos más independientes y autónomas, con mayor actividad intelectual, prefiriendo trabajar solas. Es la primavera.
Es la fase ideal para comenzar proyectos, ya que estamos en la fase de la inspiración.
- Fase Ovulatoria.
Nos sentimos más extrovertidas, sociables, nos gusta relacionarnos, nutrir. Es el verano.
- Fase Premenstrual.
Necesitamos replegarnos, estar más en casa y descansar. Todo lo que no nos gusta sale en esta fase, porque nos encontramos más sensibles e intuitivas. Necesitamos marcar límites. Es el otoño.

En el diagramalunar podemos apuntar nuestro estado de ánimo, nuestra líbido, la ropa que nos ponemos esos días, la música que escuchamos, la cantidad y consistencia del flujo, enfermedades, etc. A lo largo de los meses, comparando, comprobaremos coincidencias según los días y tendremos una herramienta más para conocernos e incluso para organizar nuestra agenda.

El método sintotérmico también es de gran utilidad a la hora de conocernos, no sólo para conocer nuestro ciclo, como método anticonceptivo, sino que nos da información de las anomalías que pudiera haber (que no tiene por qué haberlas). Tengo pendiente estudiar más este método, ya tengo pedidos un par de libro para reyes, y comenzar a utilizarle como otra fuente de conocimiento propia, ya que nos puede proporcionar una información valiosísima.

¿Utilizáis alguna el método sintotérmico o lleváis un diagrama lunar?

jueves, 11 de octubre de 2012

Por supuesto que los niños se enteran


Pensar que los niños no se enteran es tener un concepto de ellos muy bajo, además de mostrar una total ignorancia sobre ellos.

Hace poco tuve que oír esas palabras refiriéndose a mi hija. He de reconocer que me molestó, porque es el planteamiento del adulto poniéndose, por supuestísimo, por encima del niño. Y como parecía no gustar nuestra insistencia en lo contrario, recurrieron a la escusa de “yo he criado a cuatro niños y te digo que no se enteran”, como si nosotros, padres primerizos, no tuviésemos ni idea y como si no conociésemos a nuestra hija. 

Hay madres y/o padres que por el sólo hecho (y digo sólo porque ya puedes haber criado a cuarenta niños que si no te has preocupado por conocer sus verdaderas necesidades y no lo que tu crees que necesitan, no tendrás un conocimiento real de ellos y menos generalizable al resto de niños) de haber criado a X hijos se creen poseedores de una sabiduría envidiable. No son conscientes de que en cuanto empiezan a generalizar y a comentar tópicos con respecto a los niños queda al descubierto su ignorancia. No digo que no los hayan criado lo mejor que sabían y que no lo hayan hecho con cariño, pero lo que dejan claro es no tienen ni idea del gran mundo interior que rodea a un niño.

Porque a la frase de “yo he criado cuatro niños y no se enteran” yo contestaría que quizás la/el que no se ha enterado de que si se enteran eres tú. Pero claro, el adulto siempre lo sabe todo con respecto al niño que no tiene ni idea de nada.

Los niños, y hablo desde que nacen, captan todas nuestras emociones y pueden saber incluso antes que nosotros mismo que algo nos sucede, más que nada porque muchas veces no dejamos que lo que nos pasa aflore, pero está ahí, y ellos lo notan.

Estoy cansada de que se les trate como a ignorantes, como a personas de segunda a los que se puede ignorar, manipular y faltar al respeto por su bien, para que aprendan. Cuando los que deberíamos aprender de ellos somos los adultos. Pensar que necesitan que les enseñemos a comer, dormir, andar, dejar el pañal, estarse quietecitos sin moverse y un largo etcétera demuestra, como digo, un absoluto desconocimiento del desarrollo de los pequeños.

Que un adulto sólo sepa relacionarse con un niño pequeño desde el “qué bien”, “qué bonito”, haz esto o lo otro, sin preguntar porque su opinión no cuenta y sin ponerse nunca a su altura, deja mucho que desear, porque eso no es saber nada acerca del enriquecedor y maravilloso mundo infantil.

Un claro ejemplo del que ya hablé hace poco es que los niños pequeños sean capaces, lo que no somos los adultos en demasiadas ocasiones, de distinguir si otro niño que está a su lado es niño o niña sin necesidad de que este último lleve o no pendientes. Lo podéis leer aquí.

Creo que a los niños debemos hablares, contarles las cosas (de forma que ellos lo puedan entender según su edad), sin secretos. ¿Cuántas veces se les deja fuera de un problema o una enfermedad de un familiar y ya no menciono si se trata de un fallecimiento? Dejarles fuera es no tener en cuanta que son uno más, que son personas.

Pero si a un niño desde que nace sólo nos acercamos para hacerle monerías, tratándole sólo como si fuese un muñeco bonito, y según va creciendo le tratamos como si fuera tonto (total, no se entera de nada), diciéndole todo lo que tiene que hacer, cómo jugar, lo que le tiene que gustar, ocultándole nuestra vida. Entonces no será que no se enteran, sino que les hemos ido quitando alas a su potencial, porque los que no nos enteramos somos los adultos.

jueves, 19 de julio de 2012

Lo más importante


No hace mucho que os hablé de la conferencia de Yolanda González “Las emociones de los niños y las nuestras”, podéis leerlo aquí. Desde entonces llevo dándole vueltas a algo que dijo Yolanda en un momento dado, y es que “más allá de la lactancia y de un parto natural, la principal preocupación en torno a la crianza deberían ser las emociones”.

A las madres nos preocupa todo lo que atañe a nuestros hijos. Sin embargo en ocasiones algunas hacemos más incapié (quizás por lo que nos ha tocado vivir) en unas cosas que en otras, según la importancia que le demos. Igualmente hay profesionales dedicados a unos u otros aspectos en el mundo infantil, todos ellos necesarios para poder ayudar en cada una de las diferentes ramas que entretejen las vidas de nuestros hijos.

Algunas mamás o profesionales creen que para que todo comience como es debido, con respeto y amor, ya que de eso dependerá el futuro de nuestro bebé, debe permitirse que el parto sea  el momento más importante e increíble en la vida de madre e hijo y para el que ambos están fisiológicamente preparados. Todavía en muchos hospitales sigue existiendo una violencia obstétrica que puede marcar esta díada y que les somete a una serie de experiencias dolorosas y traumáticas que deberían ser erradicadas. Yo soy una de esas madres.

Otras mamás y profesionales ven en la lactancia materna uno de los factores primordiales para el vínculo entre madre e hijo, además de la base para un correcto desarrollo en nuestra evolución hasta convertirnos en adultos sanos tanto emocional como físicamente. Y que hay que hacer todo lo posible para que toda madre que así lo desee pueda disfrutar junto a su hijo de una feliz lactancia. También yo soy una de esas madres.

Luego tendríamos otras preocupaciones, como una educación acorde al ritmo de cada niño, etc, seguro que se os ocurren muchas más, pero creo que podrían incluirse dentro de estas que he mencionado o de la que trata este post, de las emociones.


¿Qué ocurre si una mamá quería un parto respetado, un parto sin intervenciones, sin epidural, vaginal, con intimidad… y al final resulta que contra su voluntad, o porque el parto se ha complicado, se encuentra con todo lo contrario? ¿Quiere decir eso que su vínculo se ha resentido para siempre, que la primera experiencia de su bebé le marcará de tal forma que ya no hay remedio?

¿Qué ocurre si una mamá quiere dar el pecho a su bebe pero surgen problemas que se lo dificultan, enfermedad del bebé o de la madre, problemas de agarre, de apoyo, información falseada, y no tiene la ayuda que necesita? ¿Su vínculo será menor que el de una madre que si da el pecho? ¿El desarrollo del niño, emocionalmente hablando, será peor?

En ambos casos afirmo categóricamente que no. Y aquí entra en juego la gran importancia de las emociones, porque a través de ellas les damos a nuestros hijos todo lo que necesitan, y podemos compensar, si es el caso, esas carencias. Me considero una acérrima defensora del parto respetado y de la lactancia materna, ¿pero de qué sirven ambos si luego no tratamos a nuestros hijos como se merecen? Es decir, yo lucho porque toda mujer pueda dar a luz en un entorno respetuoso y acto seguido pueda poner a su hijo sobre su pecho, la recreación externa del útero materno, calor, contacto, sonidos conocidos, movimiento y alimento; pero cuando por el motivo que sea esto no ha sido posible sabemos que, haya sido de un modo u otro, la forma en que tratemos a nuestros hijos desde el momento en que los tenemos con nosotros (cosa que depende exclusivamente de nosotros, pues no depende de terceros ni de otros factores, o quizás si, de la mochila emocional que llevemos nosotros a cuestas, pero igualmente en nuestra mano está soltarla y sanarla) hará que nuestro vínculo sea fuerte y que se conviertan en niños y en adultos felices, equilibrados, empáticos y capaces.

Un día en un grupo de facebook leí a una mamá que venía a decir algo como que una madre que da el pecho a su hijo es siempre una madre respetuosa y que jamás maltrataría a su pequeño. No estoy de acuerdo con esto. Aunque las intenciones de la madre sean buenas la carga emocional que trae consigo puede jugarle malas pasadas a la hora de criar a su hijo, a pesar de amamantarle con todo su amor. De ahí que considere que debemos tener muy presente cómo influyen nuestras frustraciones, nuestras carencias y nuestras necesidades insatisfechas a la hora de relacionarnos con nuestros hijos. Enseñémosles a aceptar sus emociones, a canalizarlas, a sentirse queridos y valorados, al mismo tiempo que, para ello, nos reeducamos en nuestra manera de concebir nuestro estado emocional.

viernes, 8 de junio de 2012

Yolanda González “Las emociones de los niños y las nuestras”


El fin de semana pasado tuve el placer de volver a ver a Yolanda González en el II Ciclo de Conferencias “Conociendo a Nuestros Hijos” que organiza la asociación Besos y Brazos.

La conferencia que dio el año pasado trataba sobre “La Empatía y la Autorregulación en la primera infancia”. Aunque algunas cosas se han repetido me ha encantado volver a escucharla, me he dado cuenta de que esta mujer siempre termina emocionándome, hace que conecte con sentimientos muy profundos. En realidad creo que ha sido como la continuación a la charla del año pasado. Podéis leer aquí el resumen que hice de ella, os lo recomiendo, además hice una breve descripción de su curriculum para los que no la conozcáis.


El tema de las emociones es un tema complicado, en el sentido de que a muchos nos cuesta reconocerlas, ya que en nuestra infancia no se nos enseñó a aceptarlas, mostrarlas y canalizarlas, al contrario, se procuró que las reprimiésemos, porque era lo que nuestros padres también habían aprendido de pequeños, al igual que sus padres, y así sucesivamente. Continuamos transmitiendo modelos educativos poco saludables de padres a hijos sin pararnos a pensar que se puede hacer de otra manera.

Las emociones son necesarias y mucho, son el pilar de todo lo demás, porque dependiendo de cómo nos sintamos así actuaremos. Las emociones modulan nuestros pensamientos, se trata de encontrar un equilibrio entre razón y emoción, y eso se logra en la infancia. Dijo Yolanda que más allá de la lactancia y un parto natural, la principal preocupación en torno a la crianza deberían ser las emociones, que son las que mueven todo nuestro mundo. Esto quiere decir que una mujer que da el pecho a su hijo no es sinónimo de que sepa relacionarse sana y respetuosamente con las emociones de su hijo y las suyas propias, por eso que las emociones sean la base para que esta sociedad, que muchas veces no quiere sentir ni quiere saber, sea saludable en todos sus aspectos.

No es fácil enfrentarse a las emociones de nuestros hijos cuando ya nos cuesta enfrentarnos a las nuestras, porque ¿qué ocurre cuando nos encontramos ante una rabieta de nuestros hijos?, pues que muchas veces terminamos teniendo nosotros otra rabieta, ya que las emociones de nuestros pequeños conectan con las emociones de nuestros niños interiores. Hay que ver al niño pequeño, no a nosotros mismos cuando éramos pequeños, no debemos mezclar nuestras emociones con las suyas. No es fácil, por tanto, saber acompañarles, aceptar sus emociones, comprenderles, sin interferir en ese proceso, enganchándonos en las maraña de emociones que nosotros mismos llevamos arrastras.

Es muy importante aceptar las emociones, darles nombre y saber cómo acompañar y canalizar lo que nuestros hijos sienten, nunca negarlas ni reprimirlas. Es la etapa más vulnerable, de total dependencia (algo natural, hoy en día tenemos mucha prisa por que crezcan) y en la que está en juego la futura personalidad del adulto.

Explicó que una emoción es una acción que viene de dentro y la expresamos hacia fuera, las emociones básicas son la ira, el miedo, la tristeza y la alegría, todas legítimas y necesarias para nuestra supervivencia. Las personas que no contactan con sus propias emociones están robotizadas y son fácilmente manipulables. Matizó que el adiestramiento comienza en la primera infancia, no permitiendo sentir, racionalizando y pensando siempre. Una emoción se puede reprimir pero nunca suprimir, y puede explotar en el momento más inadecuado, a través de síntomas físicos y emocionales. La salida más adecuada para las emociones es la expresión.

Por otro lado, las emociones de los niños son las mismas que las de los adultos pero más inmaduras, y necesitan mucho tiempo para madurar. Los niños viven en el presente, no tienen la capacidad de relativizar (pensar que mañana será otro día, que el juguete roto puede ser reemplazado, etc, simplemente son emoción).

Yolanda nos recordó también la importancia del juego, hasta los 6-7 años es lo  principal que debe hacer un niño. Por eso es conveniente tener alternativas, estrategias, creatividad (magia) y negociación cuando son más mayorcitos (en torno a los tres años). De ese modo, entre otras cosas, no necesitaríamos decir "no" tantísimas veces al día, y es que se confunde el “no” con la educación.


El niño es el reflejo de nuestra propia imagen. Debemos tenerlo muy en cuenta antes de juzgarles para bien o para mal, y mirar hacia nosotros mismos si algo en ellos nos molesta, nos duele o nos preocupa.

martes, 15 de mayo de 2012

Cuando mi niña interior debe ser madre


Llevamos unos días un poco raros en cuanto al sueño de Minerva. La semana pasada estuvo con fiebre un par de días, pero como vimos que no iba a más y no tenía más síntomas no fuimos al pediatra. A partir de ahí ha tenido algo de mocos, pero nada importante.

Y desde hace una semana mi hija ha decidido que eso de trasnochar le gusta mucho más que acostarse a una hora decente, y no hablo de las 12 de la noche sino de la 1 o las 2 de la madrugada. Además se despierta cada hora a mamar, y los primeros días de esta nueva etapa lo hacía gritando (hemos descartado terrores nocturnos porque es durante toda la noche y además responde conscientemente a la pregunta de si quiera teta).

No sabemos muy bien a qué se debe este cambio, pero yo estoy muy desconcertada y buscando mil y un motivos, porque sí, los niños se despiertan y a veces les cuesta irse a dormir porque hay muchas cosas interesantes que ver, pero así de repente, gritando por las noches, dando patadas en la cama como si estuviese rabiosa por algo, y esas rabietas que se coge durante el día en las que es tal el sofoco que luego está media hora hipando... me deja exhausta y descolocada.

Se me ocurre que le duela algo (lo dientes, ya pasamos por eso alguna noche, pero era más el no poder dormir que el no querer dormir), que tenga calor, que tenga miedo de irse a dormir (aunque sabe que estamos nosotros junto a ella), que esté pasando por alguna fase de cambio en su desarrollo…

Lo de estos últimos días me está superando, quizás porque no descanso bien y tampoco desconecto. Mi ratito para mí es cuando se duerme, desconecto, leo un poco, escribo, hago cosas pendientes, me dedico a mi tiendita… pero últimamente no tengo eso y al cabo de unos días lo llevo bastante mal. Lo necesito, necesito tener un rato para mis cosas, desconectar, descansar. Y al final lo llevo tan mal, quizás egoístamente, que termino comportándome muy mal con mi pequeña, gritándole, diciéndole cosas que no debo, tratándola bruscamente… Se que en algún momento todos hemos caído en este torbellino emocional con nuestros hijos, incluso esos padres tan tranquilos que parece que jamás se alteran, pero lo de estos días ya es demasiado y no me siento nada bien conmigo misma y la situación.

Mi hija siempre ha sido muy demandante, yo acepto que es así, de lo contrario no sería mi hija, y lo veo normal. Pero quizás por el cansancio de estos días ya no llevo tan bien ciertas cosas. Si ella no tiene ganas de desayunar, comer, merendar o cenar, tampoco me deje hacerlo a mí (especialmente el desayuno, y no me extraña después de tanta teta, a veces opto por no esperarla si me he levantado antes y me da tiempo), porque tengo que irme con ella a jugar, faltaría más; que la siesta, excepto alguna vez que me ha sorprendido, siga sin hacerla seguida, tres cuartos de hora ella solita y otros tres cuartos de hora (mas o menos) con mamá tomando teta, y casi 12 kilos ya cansan bastante (podría echarme con ella, pero no me iba a dormir y prefiero aprovechar ese ratito a hacer mis cosillas frente al ordenador); por la noche cuando se duerme, cuando se dormía a una hora decente, de 9 a 11, según la temporada, tengo que volver a acostarme con ella o cogerla para darle teta en ocasiones hasta tres veces hasta que me voy a dormir yo también; podría madrugar por la mañana para aprovechar mientras duerme, y a veces lo hago aunque no haya dormido nada, pero normalmente en cuanto me levanto su radar hace que también se despierte ella, aunque se haya acostado a las tantas. Tengo muy claro que lo primero es mi hija, y si no puedo hacer otras cosas pues ya se harán, pero he de reconocer que necesito un poco de espacio para mí sola un rato al día.

No quiero con esto dar pena, ni mucho menos. Yo soy el adulto, y debería comportarme como tal, aunque muchas veces termine sumergiéndome de lleno en la rabieta de mi hija en vez de ayudarla manteniendo la calma y estando a su lado para lo que me necesite. Pero realmente es difícil, al menos yo lo siento así, y más en momentos como estos cuando de entrada no estamos al 100%. Me da rabia dejarme llevar por esa maraña de furia emocional, y no comportarme como mi hija necesita y se merece, porque ella es la niña, la que necesita aprender a comprender y canalizar sus emociones, a través de mí. Y en vez de comportarme como el adulto que la acompaña, sale la niña que llevo dentro con todos sus fantasmas.
Con esto sólo quiero desahogarme y mostrar que estas cosas pasan, para bien y para mal. Aunque soy consciente de todo esto, a veces no me basta para salir de esa espiral, pero el hecho de relatarlo me ayuda a reflexionar más profundamente y a iluminarme sobre los puntos de mi personalidad que tengo que trabajar para hacer crecer a la niña dolorida y enfurecida que llevo dentro.

Eso sí, cuando me mira con esos ojitos picarones y me da esos abrazos que más pareciera una “lapilla” enganchada a mí, se me pasan todos los males.

martes, 17 de enero de 2012

Mastitis no infecciosa, mi cuerpo se rebela

El domingo de madrugada, en uno de nuestros despertares nocturnos, noté que me dolía bastante en la zona del pezón izquierdo. Me miré y lo ví un poco blanco, así que empecé a pensar, medio dormida, yo con todo lo que había leído, mi actual curso de asesora de lactancia materna y mi propia experiencia en estas cosas, y me bloqueé. “¿Serían cándidas?” “¿Y ahora dónde tenía que acudir a hacerme un cultivo?” “¿Llamo a mi compañera de curso (una de las mamás con la que hemos creado nuestra asociación) o pido cita con la pediatra de Minerva que es IBLC (Consultora Certificada en Lactancia Materna)?” Pero con lo cansada que estaba continué durmiendo, ya vería cómo me encontraba por la mañana.

Para entonces el dolor se había extendido hacia la zona de fuera y hacia abajo del pecho, además para nada el pezón estaba blanco. Me centré. Definitivamente no eran cándidas. Congestión no tenía, tampoco parecía tratarse de conductos obstruidos y para nada tenía síntomas gripales de una posible mastitis, aunque el dolor del pecho era parecido (tuve mastitis cuando Minerva contaba con unos tres meses). Recordé entonces que hay un tipo de mastitis no infecciosa, en la que los síntomas son iguales a una mastitis infecciosa pero sin cursar fiebre ni síntomas gripales.

Empecé a darme cuenta, se lo comenté a mi compañero de ruta, de que lo que me hacía falta era descansar y que esto era debido a esa falta de sueño y un estrés que últimamente parecía no separarse de mí. La incipiente inauguración de nuestra asociación y especialmente el proyecto que me traigo entre manos, a veces pienso que no sé dónde me estoy metiendo, me tienen tan absorbida que mi mente no para ni un momento, termino acostándome a las tantas (tiempo en el puedo aprovechar a hacer algo) y cuando lo hago no consigo conciliar el sueño. Minerva lo nota, ha estado más demandante y nerviosa, y el hecho de no descansar se resiente en mi humor.


Eché mano de mi manual (bibliografía recomendada en el curso de asesora de LM y que los Reyes Magos me trajeron) y terminé de confirmar mis sospechas. Efectivamente, mastitis no infecciosa. Recomendación: descansar, vaciar el pecho y si es necesario aplicar frío en la zona tras la toma o la extracción. Duración: entre dos y cuatro días.
Así que anoche me acosté pronto, dormí mas o menos las horas que necesitaba, relajada, sin darle vueltas a la cabeza, de hecho mi buhita también ha dormido más tranquila. Y puedo deciros que en estos momentos se me ha pasado completamente.


El cuerpo nos avisa cuando sobrepasamos nuestro límite. En mi caso además con unos sueños extrañísimos que he tenido esta noche, de los que cuando he despertado he sentido que mi cuerpo trataba de transmitirme algo. Estoy intentando extraer su significado, pero si no me detengo en mi “no parar” va a ser difícil.

lunes, 12 de septiembre de 2011

¿Necesito separarme de mi hija?

La pregunta está bien formulada. No pregunto si es ella la que necesita separarse de mí, para que “vaya aprendiendo” o para que “no se enmadre”. Lo que yo me planteo, últimamente, es si yo necesito separarme unas horas de mi hija.

¿Por qué me lo pregunto?

Al principio era para saber, si alguna vez yo tenía que ir a algún lado, que los tres estaríamos bien. Saber que el papá y la pitufa se apañarían y no me echarían en exceso de menos, y que yo también estaría tranquila. Las ocasiones en las que el papá y Minerva están solos es cuando se la lleva en la mochila, por las tardes o los fines de semana por la mañana, mientras saca a nuestro perrillo a pasear; o en casa, el tiempo que tardo en ducharme o en la cocina (el día que cocino yo); bueno, y cuando se echan la siesta juntitos (aunque últimamente no tanto porque la nena ha decidido que eso es perder el tiempo).

Luego la pregunta se ha ido ampliando. Y es que últimamente, además de algunas preocupaciones que me rondan por la cabeza, que ahora detallaré a continuación, hay días que me agobio mucho con Minerva y necesito un tiempo para mí en exclusiva, cosa que además me hace sentir mal.


En casi un año juntas sólo nos hemos separado en contadas ocasiones. El día que más tiempo estuvimos separadas no pasaron más de tres horas, y casi todas nuestras separaciones han sido motivadas por visitas hospitalarias a familiares.

Si no nos hemos separado más es porque no veía la necesidad. Minerva me necesitaba y yo a ella, y siempre tuve claro que si tenía hij@s era para disfrutar con ellos. Por eso no concibo ir a ningún sitio sin mi hija, a no ser que sea por fuerza mayor. Al contrario, busco actividades que podamos hacer juntas fuera de casa. No hace mucho, en las fiestas del pueblo de mi compañero de ruta, los amigos nos alentaban a dejar a la niña con los abuelos para poder irnos de fiesta por la noche, pero ni tengo ganas de andar hasta las tantas por ahí de juerga ni de dejar a mi hija sabiendo que se va a despertar buscando su tetita.

La primera vez que nos separamos fue cuando Minerva tenía tres meses y operaron a mi padre del corazón. Sólo podíamos entrar en la UCI dos personas una media hora. Así que el papá se quedó con la bebita dando un paseo en las inmediaciones del hospital mientras que yo subía a la sala de espera a reunirme con mi madre. Me costó horrores separarme de mi hija, aun sabiendo que se quedaba con la persona en que mayor confianza podía dejarla. Tardaron en llamarnos y yo estaba nerviosísima por entrar de una vez, no por ver a mi padre sino porque cuanto más tardásemos en entrar más tardaríamos en salir. Una vez allí el tiempo se me hizo eterno. Estaba preocupada por mi padre, se me ponía la piel de gallina viéndole tan débil y todavía sin estar fuera de peligro, pero me sentía mal conmigo misma porque estaba deseando salir de allí para reunirme con mi pequeña, a pesar de que mi padre, el pobre, nos pedía que no le dejásemos. Fue la primera hora que pasé separada de mi pequeña, tan lejos, sin oírla, sin olerla, sin sentirla, sin verla, sin tocarla, sin saber que estaba bien. La necesitaba, sentía dolor físico, creo que nunca había sentido algo así en la vida. Era como si me separase de una parte más de mi cuerpo, de mi alma, es difícil describirlo con palabras.

No quiero ni imaginar cómo tienen que sentirse las mujeres que dejan a sus bebés a las dieciséis semanas para reincorporarse al trabajo.


Pero llevo un tiempo, unos días, en que me siento diferente en este aspecto. Siento como si mi apego hacia ella hubiese cambiado (no se si apego es la palabra que estoy buscando). El vínculo con mi hija sigue inquebrantable, pero me veo capaz de separarme por más tiempo de ella, siento que podemos estar separadas durante unas horas sin que ninguna de las dos sufra. Por un lado me parece algo bueno, pero por otro es como si perdiese ese apego, como si perdiese a mi bebita, y es que se está convirtiendo en mi bebé grande y siento que estoy perdiendo algo.

Ya no es el bebé dependiente totalmente se mí, de su madre, inseparable. Sé que puede estar tranquilamente con los abuelos sin mí (me lo ha demostrado alguna vez, al principio a mi pesar, será que me he malacostumbrado, je, je), y le gusta, pues tiene pasión de abuelo materno.

Tiene muy claro lo que quiere y lo que no, y te lo hace saber. Es una niña que necesita muchos estímulos, que le encanta explorar, imparable e incasable, que hay días en los que apenas se echa siesta o directamente ni se la echa porque quiere estar correteando en casa, en la calle o donde sea pero sin perder el tiempo durmiendo, que a pesar de tener casi un año si por lo que sea no puede tener lo que quiere (bajarse de la acera a la carretera, coger un objeto peligroso que no está a su alcance, por poner dos ejemplos), y más aún si el sueño le acompaña, la rabieta que se coge me deja desconcertada, pues puede ir desde darme cabezazos y arañarme (la tengo aupa para consolarla), pasando por un llanto desgarrador, hasta echarse hacia atrás con todas sus fuerzas, que si nos pilla en el suelo y no tenemos cuidado el cabezazo que se da es de cuidado. Los días en los que esto sucede, que no son todos ni todo el rato, termino agotada y algún día puedo llegar a estar desesperada. Creo que es la primera vez en la realmente necesito otras manos.


Por otro lado, últimamente pienso más en mi reincorporación al mundo laboral. No porque me gustase mi trabajo sino porque me da miedo que pase el tiempo y en mi curriculum quede tal hueco que luego me sea difícil la vuelta. Al mismo tiempo esta posible reincorporación no me apetece porque sería como salir al mundo real, fuera del mundo de mi hija, y encontrarme de nuevo en la selva, en la desconexión. Temo de esa manera desvincularme, entonces sí, de mi hija. Pues doce horas, que era lo que antes estaba fuera de casa, con todo lo que acarrea psicológicamente (lo que me traería a casa acuestas), creo que engulliría parte del mundo maravilloso, inocente, en el que ahora vivimos. Hasta el momento no me había preocupado para nada el tema monetario, estaba convencida de que nos apañaríamos, que por otro lado así es realmente. Quizás lo pienso más porque he visto más cerca el plazo que me puse para empezar a trabajar y he comenzado a darle vueltas y vueltas, ya ves tú para qué. Hablándolo con mi compañero de ruta seguramente no tenga necesidad de empezar a trabajar en enero, por ahora nos apañamos bien, lo cual en el fondo me tranquiliza, porque antes que dejar a mi hija doce horas en una guardería prefiero pasar hambre.

Desechada esa opción me estoy planteando hacer algún curso o alguna actividad, porque me apetece hacer algo para mí, tener un rato para dedicarme a mí exclusivamente. No quisiera dejarla en la guardería con unos extraños, seguramente la dejaría con mis padres ya que serían pocas horas y los tres estarían encantados. Y claro, tendría que ser algo que me interesase, que no estuviese demasiado lejos y que no fuesen muchas horas. ¿Pido mucho?


Todo esto me hace sentir muy culpable. Culpable por sentir que ahora ya si puedo ser capaz de estar un tiempo separada de mi niña, culpable por querer un tiempo y un espacio para mi, culpable por plantearme separarla de mi lado sin saber qué es lo que ella opina al respecto, culpable por hartarme en ocasiones de su presencia imparable. Quiero a mi hija con locura, no creo que haga falta decirlo, pero también quiero unas horas para mí. Quizás para sentirme mejor pienso que luego en nuestro reencuentro lo disfrutaremos más, al menos yo, que estaré más relajada. Pero el pensar eso no hace que la culpa desaparezca.


¿Tenemos entonces las mujeres necesidad de dejar a nuestr@s hij@s por unas horas para sentirnos realizadas, para descansar de las demandas de nuestr@s hij@s, para no sentir miedo de quedarnos desplazadas en el mundo laboral ni social, para poder disfrutar de nosotras mismas en exclusividad? ¿Y qué hacemos entonces con esa culpa que arrastramos por plantearnos ser infiel a nuestr@s hij@s? Quizás es el precio que debamos pagar por ser nosotras, y no ell@s, los que iniciemos la ruptura de nuestra fusión.

miércoles, 27 de julio de 2011

Haciendo las paces con la menstruación


No es un tema del que suela hablarse, parece que
deba quedar relegado a la oscuridad de la que procede. De hecho, ¿para qué hablar de algo que nos produce repugnancia a la mayoría de la gente? Mejor no mencionar el tema, y así parece que no existe.

Nunca me he llevado bien con mi regla, como muchas otras mujeres de nuestra sociedad. Siempre ha sido un fastidio encontrármela cada mes. Era el visitante no invitado, al que siempre intentamos evadir.

Me apetece, por lo que ahora significa para mí, compartir mi experiencia. Si a alguien no le agrada el tema siempre es libre de no seguir leyendo.
No se si con doce años recién cumplidos o a punto de cumplirlos viví mi menarquía, como a quien le llega una mala noticia que le afectará de por vida y que no puede cambiarla. Recuerdo estar jugando en la calle con una amiga, con mis patines, ella llevaba puesto uno y yo el otro. Empecé a no encontrarme bien, con un dolor persistente en la parte baja de abdomen, pero a pesar del malestar seguí jugando, intentando olvidarme de ello. Cuando ya en casa fui al baño... menuda sorpresa... ¡mamá! Claro que sabía lo era, ya nos lo habían explicado en el colegio, en casa y en alguna charla sobre educación sexual, pero todo ello plagado de información sobre nuestro cuerpo físico, nada sobre los sentimientos con los que tendríamos que lidiar, miedos, prejuicios, dudas, vergüenza, pena, rabia. Si, todos sentimientos negativos, porque para mí la regla no fue ninguna alegría o algo de lo que sentirme orgullosa. No recuerdo muy bien la respuesta de mis padres. Sólo tengo un vaga sensación de “ahora hay que tener cuidado”, “ya eres una mujer” ¿Y qué significaba que ahora era una mujer?, ¿de la noche a la mañana?, ¿ya no podría jugar?, ¿tenía que tener cuidado… de los hombres, de mi relación con ellos? Creo que nos influye mucho tanto nuestro primer encuentro con la menstruación como la actitud de nuestros padres frente a este cambio tan importante en nuestras vidas, su aceptación de que no seremos siempre sus niñas. Entramos en una nueva etapa, en la que poseemos el don de crear vida, donde descubrimos estados desconocidos de nuestro inconsciente, y esto puede asustar a unos padres a los que les cuesta concebir a su niñita como un ser independiente, autónomo, que necesita ensayar el despliegue de sus alas, para cuando esté preparada para alzar el vuelo.
Siempre he tenido que drogarme para soportar los dolores que acompañaban a la menstruación, al principio tomé saldeva, pero visto que no me hacía ningún efecto, he estado mucho tiempo tomando antalgin, con lo poco que me gustan los fármacos. También tenía mis remedios caseros para los efectos psicológicos, mal humor, tristeza, mayor sensibilidad, aunque no lograban disiparlos del todo. Otros efectos que me molestaban eran que la rinitis empeoraba, sentía las piernas cansadas, hinchazón, granos, memoria afectada… Y un sentimiento de para qué tenía que pasar por todo eso si además yo no quería tener hij@s... Yo no quería tener menstruación.
Hace poco más de una semana comentaba con mi compañero de ruta que, después de un embarazado deseado y una hija maravillosa (lo mejor que me ha pasado en la vida), tenía la certeza de que cuando me volviese la regla mi sentimiento hacia ella (la menstruación) sería diferente. Tiene gracia (¿será casualidad?), porque además leí recientemente dos blogs en los que tocaban el tema. Y resulta que unos días después me pilla de sorpresa, o no tanto porque algún síntoma tenía, y me encuentro de nuevo con mi antigua compañera de batallas, después de diecinueve meses sin vernos.
Andaba yo algo revuelta emocionalmente, y tuve dolores, no como siempre, pude soportarlos, no se si porque estaba atenta a la nena, o porque no pensaba (erróneamente, ahora lo sé) en lo que se me venía encima otra vez.
Ha sido una regla normal, en cuanto a duración y cantidad. Pero no me he sentido tan harta o enfadada con su presencia, como solía pasarme.
Y todo esto que os cuento es porque he tomado una decisión, aunque la verdad es que ya la tenía tomada desde hacía unos meses. ¿Qué ha producido ese cambio? La maternidad. Mi hija, que me ha abierto horizontes nunca imaginables antes para mí y me ha quitado también muchas vendas de los ojos. Quiero aceptarme como soy, mujer. La menstruación es una parte de nuestras vidas, de nuestra sexualidad, de nuestra capacidad de dar vida. Quiero aceptar mi cuerpo y todo lo que viene de él. La menstruación no es una enfermedad, como parece que la tratamos, porque si la aceptamos y conectamos con nosotras mismas, con nuestros sentimientos, nuestro corazón, nuestra mente, nuestras intuiciones, tendremos antes nosotras una puerta hacia el crecimiento. Porque estoy segura de que el conocimiento de tu propio cuerpo y de tu ser te hacen más libre, pero para eso hay que deshacerse de prejuicios y aceptarnos con todo nuestro amor.
Se dice que el síndrome premenstrual es una consecuencia de no respetar nuestro cuerpo y su necesidad cíclica, como la vida.
Es una realidad que durante el período premenstrual o durante, estamos en un estado “alterado”, nos sentimos diferentes. Yo suelo estar más sensible, con una necesidad imperiosa de estar tranquila, sola, en calma, sin inmiscuirme en la vida social. ¿Por qué no utilizar ese estado “alterado” de nuestra consciencia, para adentrarnos en nuestro interior, nuestras sombras? El problema es que nuestra sociedad no favorece este encuentro.
Hay varias teorías, como las de Miranda Gray o la doctora Christiane Northrup, que asimilan el ciclo menstrual con el ciclo lunar. Bajo mi punto de vista tiene bastante sentido. Pre-ovulación, luna creciente, sociabilidad. Pre-menstruación, luna menguante, introversión.

La eliminación de la menstruación con la píldora es otra forma de desconexión de nuestro cuerpo, nuestras hormonas, nuestra sexualidad, y en definitiva de nosotras mismas y de la vida. Ahora existe la posibilidad de estar ocho meses al año sin menstruación, y aunque esa posibilidad podría haberme resultado muy golosa hace un tiempo, actualmente me parece aberrante el daño que nos afligimos a nosotras mismas. Mi experiencia con la píldora (tengo claro que no tiene que ser la de otras mujeres), hace ya muchos años, no fue nada buena. Terminé dejándola de tomar porque me encontraba en un estado constante de tristeza, apatía, depresión, además de dolores de cabeza, entre otras dolencias, y es que los efectos secundarios de la píldora son demoledores. Me hace gracia cuando se habla de “la pastillita del día después” que toman algunas incautas, con lo malísimo que es eso para el cuerpo. Estoy de acuerdo en que ese coctel hormonal no tiene que traernos nada bueno. Pero ¿y qué pasa con las mujeres que toman todos los días un coctel que les revoluciona continuamente su sistema hormonal? No somos conscientes del daño que nos hacemos, y vivir en la inconsciencia me parece muy triste, tenemos que confiar más en nuestro cuerpo y aceptarnos como mujeres que somos.
Lo que está claro es que la píldora impide totalmente la comunicación interna y la maravillosa sinfonía entre nuestro cerebro, hormonas, útero y ovarios.Nos ha desconectado de nuestra sabiduría femenina”
Dra. Christiane Northrup
Me ha gustado mucho leer el artículo: “Menstruación: la sabiduría oculta. Los peligros de la píldora anticonceptiva y los tampones convencionales”, que el Blog Alternativo publicó en El dedo en la llaga. Hemos publicado un extenso documento que pretende DES-ESTIGMATIZAR la menstruación y devolverla al lugar que le corresponde, y de paso, desenmascarar a los anticonceptivos hormonales que mutilan nuestro sistema endocrino y a la industria del tampón convencional que juega con nuestra salud. Leer este artículo me ha servido, entre otras cosas, como una palmadita en la espalda. Porque lo que ahora siento también lo sienten otras mujeres, y se que estoy en el camino correcto.
Puesto que vivimos en una sociedad donde la regla es algo que cada una debe guardarse mucho de mostrar, en todo caso es usada para desvalorizar a la mujer o para enriquecerse a su costa, es difícil poderse mostrar cual somos, pero no imposible. Me gustaría poder enseñar a mi hija a valorar su cuerpo y así misma, como mujer, a enseñarle que la menstruación es una herramienta más para crecer y conectarse con su interior, que es una parte más de nuestra sexualidad, y que sin ella la vida que somos capaces de engendrar en nuestros vientres no existiría.


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