martes, 11 de noviembre de 2014
Sanar heridas
viernes, 14 de octubre de 2011
Una infancia feliz deviene en adultos felices
Hace unas semanas, cuando íbamos bañar a Minerva, se le cayó encima un cubito donde guardamos un par de muñecos de goma para el agua. Nuestro baño es minúsculo y sus juguetes para el baño los tenemos en un cubillo que cuelga de unas barras de la pared para las toallas. Nuestro error fue no preparar el baño, con sus muñecos ya en el agua, como hacemos siempre antes de entrar con la pitufa a la acción. Más que nada fue el susto que se llevó. Y claro, ese día quiso salirse pronto del agua.

jueves, 3 de marzo de 2011
Las comparaciones quiebran la autoestima de nuestr@s hij@s

Llevo tiempo leyendo un libro de Dorothy Corkille Briggs (antes aprovechaba a leer cuando la nena mamaba, pero como hemos pasado de estar media hora en la teta a estar cinco minutos es lo que tiene), “El niño feliz, su clave psicológica”. La autora, que ha trabajado como educadora, psicóloga escolar y consejera de matrimonios y familias, es además una concienzuda defensora del papel paterno en la formación de una conducta sana. Ya os comentaré más sobre él cuando lo termine, ahora quería dejaros unos párrafos:
“La comparación es el camino más seguro hacia los celos. Puesto que los celos provienen de sentirse “menos que” otro, las comparaciones no hacen más que avivar las llamas.
No veo por qué no estudias como tu hermana. Nunca tengo que recordárselo a ella.
Las observaciones como esta -moneda corriente en miles de hogares- son veneno puro. Un veneno que garantiza los celos, el resentimiento y la ineptitud. Machacan al niño con que él es menos que otro.
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Aunque jamás empleemos palabras de comparación con nuestros hijos, nuestro pensamiento en tales términos se comunica en forma no verbal y puesto que, en nuestra cultura, la comparación es desenfrenada, es necesario recordar constantemente que cada niño es único, y que compararlo con otros está fuera de lugar.
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Los celos innecesarios se previenen cuando construimos la autoestima del niño, evitando someterlo a trato desparejo, nos rehusamos a utilizarlo para cubrir nuestras necesidades insatisfechas y evitamos compararlo con los demás.”
El otro día me sorprendí comparando a Minerva con otra nena. “Mira que sonriente está Irene, ¿ves?”, pues andaba algo quejosa. Inmediatamente me dí cuenta de lo que estaba haciendo. ¡Ay dios mío!, pensé, a ver si voy a ser yo ahora una de esas madres que están todo el día haciendo comparaciones absurdas con sus hijos.
A veces lo hacemos sin querer, y no se si es que viéndolo desde fuera todo es más fácil. Para no dar muchos detalles diré que cada vez que nos juntamos con un nene bastante mayor que Minerva, este se pone muy nerviosillo, normal, y no se les ocurre a sus papás otra cosa que hacer la comparación de mira que tranquila está la nena. ¡Uf!, pensé yo, así lo único que van a conseguir es empeorar las cosas, y efectivamente.
No creo que a ningún adulto le guste que le comparen con nadie. ¿Entonces, por qué lo hacemos con l@s niñ@s? ¿Habrá gente que piense que así van a conseguir modificar la conducta que ellos consideran errónea?
No hablo aquí de las comparaciones que algunas veces tenemos que aguantar, tanto el papá y/o la mamá como el nene o la nena, de algunos padres que quieren dejar claro las virtudes de sus hij@s en detrimento de l@s nuestr@s. Me parece estupendo que estén orgullosos de los avances de sus nen@s, todo padre lo está, pero la prepotencia es algo que no aguanto, y menos cuando afecta a mi hija.
Creo que los padres, abuelos, familiares, amigos, docentes y la sociedad en general no son conscientes de lo que puede afectar el comparar repetidamente a un niñ@ con otr@. Es como decirle una y otra vez, tú no vales, no eres lo suficientemente bueno, tendrías que ser como fulanito. Si quieren que sea como fulanito, pensarán ellos, es que mis padres no me quieren tal y como soy. ¿Cómo afecta eso al futuro adulto?
Quiero dejaros también unas palabras de Laura Gutman, Hermanos:
"La hermandad como experiencia concreta puede llegar a ser una de las vivencias más extraordinarias para un ser humano. Sin embargo tener hermanos no es garantía de que esos lazos de amor y proximidad emocional se instalen. Ni siquiera influye positivamente o negativamente que tengan poca diferencia de edad entre ellos o mucha, que sean del mismo sexo o que compartan habitación. La hermandad en su sentido profundo podrá desarrollarse siempre y cuando los padres sean capaces de atender las necesidades de unos y otros sin rotularlos, sin encerrar a cada hijo en un personaje determinado, sin considerar que uno es bueno y otro malo, uno inteligente y otro tonto, uno veloz y el otro lento. Esas afirmaciones aparentemente inocentes que los adultos perpetuamos durante la crianza de los niños, las utilizamos sin darnos cuenta para asegurarnos un rol estático para cada uno. Cuando un niño comprende que según sus padres es inteligente, o responsable o distraído o agresivo o terrible, intentará asumir ese papel a la perfección. Es decir, será el más terrible de todos o el más valiente de todos. Habitualmente cada hermano tendrá asignado un personaje para representar, alejándolo de ese modo de su propio ser esencial y también del ser esencial de cada uno de sus hermanos.
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Por el contrario, si los niños perciben sufrimiento, soledad, apatía o abandono emocional, el bebé recién nacido no logrará hacer crecer en sus hermanos la empatía ni el cariño. Ningún niño estará en condiciones de alimentar afectivamente a un hermano si está hambriento de cuidados, por más que sea mucho mayor en relación al pequeño o porque sus padres se lo demanden. De nada vale teorizar sobre el bien ni sermonear sobre lo que es correcto hacer, ya que cada niño podrá asumir espontáneamente el amor hacia los hermanos, sólo si realmente siente que el amor abunda a su alrededor. Y en todos los casos, somos los padres quienes tenemos la responsabilidad de la nutrición amorosa.
Amar a los hermanos no es un tema menor. Cuando tenemos la dicha de vivir la experiencia de la hermandad dentro de casa, luego podemos trasladarla a los demás vínculos humanos y sentir que casi cualquier persona puede constituirse en un hermano del alma. Y si es nuestro hermano del alma, no dudaremos en dar la vida por él. Ese derroche de amor y generosidad brotará de nuestro corazón si la hemos aprendido en la sencillez de la infancia.”
lunes, 21 de febrero de 2011
Educación emocional desde el útero materno
Gracias a una Mamá sin complejos he descubierto este interesantísimo programa de Redes cuyo título es el mismo de esta entrada.
De la mano de Eduard Punset, nos cuentan cómo influye el estrés o la ansiedad de la madre embarazada en su hij@. Cómo a través de experimentos se ha constatado que el estrés sufrido por la madre atraviesa la placenta y afecta al feto, y cómo ese estrés prolongado contribuye a problemas de aprendizaje del/a niñ@.
Puesto que Belén en su blog lo cuenta a la perfección os dejo el enlace para que lo leáis. Y como reflexiona ella al final, cuando pensemos que nuestr@ niñ@ es muy nervios@ o tiene el día tonto deberíamos preguntarnos en qué estado de ánimo nos encontramos nosotros. A veces se me olvida esto.
miércoles, 12 de enero de 2011
El cerebro del bebé
A raíz de su libro, “El amor maternal”, nos explica la importancia de la primera infancia como base de la salud mental. Primero en el útero y después durante los dos primeros años de vida, se desarrollan sistemas importantísimos en el cerebro. La persistencia del estrés en los bebés es perjudicial, ya que estos no saben gestionarlo, no pueden deshacerse de su propio cortisol, y nos necesitan a nosotros para ello. El estar lejos de su cuidador es un ejemplo de desencadenante del estrés en los bebés.
Sue Gerhardt nos dice que los bebés no necesitan la estimulación temprana en las guarderías, sino un cuidador personalizado que les conozca; necesitan vínculos afectivos seguros, que entre otras cosas les servirá para tener mayores rendimientos escolares; necesitan contacto físico para su desarrollo, ya sabéis, muchos brazos, mimos y masajitos, al contrario de lo que se nos había intentado hacer creer. Muchos trastornos de la personalidad están relacionados con la primera infancia por no haber dado a los bebés lo que realmente necesitaban.
El vídeo es un poco largo, pero está muy bien.
Antes he hablado del cortisol, una hormona del estrés, y he recordado otra de las grandes lindezas que nos quieren intentar vender a costa de nuestr@s hij@s. E. Estivill nos dice en su libro “Duérmete niño” que uno de los trucos que utilizan nuestr@s hij@s para llamar nuestra atención, cuando les dejamos solos en su habitación ¡para enseñarles a dormir!, es el vómito. Quizás este hombre debería informarse mejor. Rosa Jové dice lo siguiente en “Dormir sin lágrimas”: Cuando dejamos a un@ niñ@ sol@ en su habitación, sobre todo si es un bebé, no sabe si sus padres van a volver, y si no le atendemos llorará cada vez más. El cerebro, ante el estrés provocado, liberará adrenalina y cortisol, hormonas que impactan sobre áreas del cerebro que rigen las emociones y el lenguaje. Si continua sin ser atendid@ llorará hasta que estas áreas se colapsen, pero como el cuerpo no podría aguantar durante mucho tiempo esta situación, para contrarrestar se liberan una serie de sustancias (endorfinas, serotonina) que provocan una bajada del estrés (recibe un chute de tranquilizantes naturales) ¿Y qué sucede cuando hay niveles altos de cortisol y de serotonina? Pues que se produce el vómito involuntario.
Ahí queda eso.