Mostrando entradas con la etiqueta Salud mental. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Salud mental. Mostrar todas las entradas

martes, 11 de noviembre de 2014

Sanar heridas

El mundo emocional es muy amplio y por desgracia no suele estar muy bien cuidado, de hecho en ocasiones ni siquiera lo reconocemos. Cada vez que somos madres, tras el parto, se abre ante nosotras nuestro mundo emocional, junto con nuestros duelos y temas pendientes. Algunas mujeres permitimos que todo salga, a otras se nos cuela sin poder evitarlo y otras preferimos cerrar la puerta y seguir sin querer saber – reconocer. Es por eso que en ocasiones algunas mujeres llegamos del parto desconcertadas por todo lo que sentimos y lo que nos llega del pasado.


Del mismo modo que nos abrimos para dar a luz, nos abrimos a la maternidad y nos abrimos al mundo de los sentidos y las emociones. Es sin duda un momento importante y que podemos aprovechar para sanar heridas y cerrar etapas, lo cual no quiere decir que sea siempre fácil. Muchas veces con lo que nos encontramos no es de nuestro agrado.

Y al mismo tiempo que nos reencontramos con partes olvidadas o relegadas de nuestra vida, nos encontramos con nuestro bebé en brazos demandando lo que le corresponde. Teniendo además que lidiar con unas expectativas enfrentadas con la realidad, en cuanto a nuestro parto, nuestra lactancia, nuestro bebé, nosotras como madres, el apoyo de nuestra pareja y el entorno, y cada etapa en la crianza de nuestros hijos.

Las cosas no son siempre como imaginamos o deseamos, no podemos controlarlo todo. Así muchas mujeres quedamos heridas por un parto no respetado, una cesárea inesperada, una lactancia frustrada, una patología de nuestro bebé, una pareja distante, una depresión postparto, la imposibilidad de estar más tiempo con nuestro bebé por los motivos que sean, y así podría continuar. Y cada una de nosotras tratamos de superarlo como buenamente podemos y sabemos. A veces sanando una herida tratando de compensarlo con otro tipo de relación con nuestro bebé, otras veces hablándolo y pidiendo ayuda, y otras negándolo y rechazando a quienes han disfrutado de lo que nosotras no pudimos. Creo que no hace falta decir cuál de estas actitudes resulta más dañina tanto para nosotras, como para nuestro bebé y las personas que nos rodean.

Una herida ocultada no es una herida sanada. 
Una emoción retenida, frustrada o negada, es asegurarse una futura y dañina explosión, en el momento más inesperado e inoportuno.

Mi recomendación siempre es buscar ayuda y por supuesto no negarnos a nosotras mismas. Puede ser un psicólogo, una doula, una asesora continuum o simplemente asistir a un grupo de apoyo, donde podamos expresarnos con libertad y compartir experiencias con otras mujeres en situaciones parecidas, o no, a la nuestra.

El trabajo de crecimiento personal y sanación de nuestras heridas es un proceso largo, no es sencillo, pero si deseable para nuestra salud. Como asesora en maternidad y crianza no podría asesorar a otras mujeres sin antes sanar mis heridas, especialmente las acontecidas durante mi maternidad. No podría asesorar, por ejemplo, a otra mujer para el momento de su parto, si yo no he superado el mío.

El mundo emocional es fundamental para nuestro bienestar. Del mismo modo que cuidamos el de nuestros hijos debemos cuidar el nuestro. Es la mejor forma de dar ejemplo. Y recuerda que lo que no permitas salir ahora, saldrás antes o después, y puede que no lo haga en el mejor momento.


¿Te viste asaltada en el postparto por temas pendientes?


Si la información te ha resultado útil te invito a seguirme en facebook y a darte de alta en el boletín, para que puedas estar al tanto de mis artículos, y también de mis talleres, sorteos, novedades y ofertas.

Si tienes alguna duda puedes escribirme a info@soniandoduendes.com. Si lo que necesitas es una asesoría, ya sea online o a domicilio puedes ponerte en contacto conmigo en el ese mismo mail.

viernes, 14 de octubre de 2011

Una infancia feliz deviene en adultos felices


Hace unas semanas, cuando íbamos bañar a Minerva, se le cayó encima un cubito donde guardamos un par de muñecos de goma para el agu
a. Nuestro baño es minúsculo y sus juguetes para el baño los tenemos en un cubillo que cuelga de unas barras de la pared para las toallas. Nuestro error fue no preparar el baño, con sus muñecos ya en el agua, como hacemos siempre antes de entrar con la pitufa a la acción. Más que nada fue el susto que se llevó. Y claro, ese día quiso salirse pronto del agua.
Nosotros tenemos plato de ducha, en el que metemos una bañerita para que Minerva pueda estar un rato jugando en el agua. Tuvimos la mala suerte de que al día siguiente se puso de pie, como tantas otras veces, y al querer salir se escurrió y se hizo daño con el borde del plato de ducha. De nuevo el baño duró poco.
Al tercer día, cuando su padre se metió con ella al baño, todo ya preparado, jugando y riendo, nada más meterla en el agua comenzó a llorar a moco tendido, tanto que me asusté y acudí corriendo para ver qué sucedía. No quería bañarse. Estaba de pié, toda sofocada, pidiéndonos que la sacásemos de allí. Y eso fue lo que hicimos.
Al día siguiente nada más darse cuenta de que la íbamos a bañar empezó a protestar y con sólo rozarle el agua ya estaba llorando. Me di cuenta de que había cogido miedo.
Con mucho cariño, traté de tranquilizarla, y se me ocurrió meter mi cabeza en su bañerita haciendo burbujas, haciendo la fuente, en fin, haciendo el ganso. Eso la hizo reír, y aunque conseguí que se sentara, entre juegos y risas, se notaba que todavía estaba alerta por lo que pudiera pasar. Quisimos que el baño no durase mucho para ir poco a poco.
El quinto día accedió a meterse al agua todavía un poco desconfiada, pero pronto pareció volver a disfrutar, salpicando, jugando y riendo. Con mucha ternura y paciencia logramos que olvidase las malas experiencias que le habían hecho reaccionar con desconfianza y miedo ante una situación que veía como desagradable, cuando siempre había sido todo lo contrario.

Todo esto que os cuento, me sirve para explicar, primero, que si les damos tiempo y mucho cariño podemos lograr que poco a poco dejen de temer algo que les desagrada haciéndoselo agradable. Y segundo, me sirve para explicar el tema de esta entrada, la memoria implícita.
La memoria implícita es el tipo de memoria que tienen l@s niñ@s hasta los 2 ó 3 años. Es una memoria en la que el/la niñ@ no tiene el recuerdo de lo que ha sucedido, sino que las impresiones que le han producido una determinada situación han quedado guardadas en su cerebro, y pueden ser determinantes para comportamientos futuros.
Minerva no recordaba que se le hubiese caído un cubito encima, sólo tenía la impresión, sin saber muy bien por qué, de que el baño no era un sitio seguro. Eso es lo que les ocurre muchas veces en la visita al pediatra después de haberles puesto las vacunas o ante una mala experiencia con el pediatra o la enfermera.
A partir de los 2 ó 3 años es cuando finaliza la mielinización del córtex cerebral, y es a partir de ahí cuando empezamos a tener memoria explícita, los recuerdos secuenciales de las cosas que nos van sucediendo.
Lo que hay que tener muy en cuenta es, que aunque antes de esa edad no tenemos recuerdos, sí se nos quedan grabadas impresiones que nos pueden hacer actuar en un futuro de determinada forma, y que las redes neuronales que se están formando pueden variar para bien o para mal, dependiente de si un/a niñ@ ha sido feliz o no en sus primeros años de vida.

En el último libro de Rosa Jové “Ni rabietas ni conflictos” podemos leer lo siguiente: Oliver Sacks: “En los dos primeros años de vida, aunque uno no conserva recuerdos explícitos, se producen recuerdos y asociaciones emocionales profundas en el sistema límbico y otras regiones del cerebro en donde se representan las emociones, y estos recuerdos emocionales pueden determinar el comportamiento de una persona para toda la vida”.
Por eso es fundamental procurar que la infancia de nuestr@s hij@s esté llena de amor, respeto y seguridad. En definitiva, preocupémonos por dar a nuestr@s hij@s una infancia feliz, qué padre no quiere eso para su hij@, y de esa forma conseguiremos que se conviertan en adultos felices.

jueves, 3 de marzo de 2011

Las comparaciones quiebran la autoestima de nuestr@s hij@s

Nunca me han gustado las comparaciones, quizás porque de pequeña no me gustaba que me comparasen con mi hermana ni con los hijos de los amigos de mis padres, ni en clase con el compañero, ni con… Cuidado, que tampoco me hacía ninguna gracia cuando la comparada era mi hermana conmigo, no se qué edad tendría, la suficiente para saber que a ella también le disgustaba.

Llevo tiempo leyendo un libro de Dorothy Corkille Briggs (antes aprovechaba a leer cuando la nena mamaba, pero como hemos pasado de estar media hora en la teta a estar cinco minutos es lo que tiene), “El niño feliz, su clave psicológica”. La autora, que ha trabajado como educadora, psicóloga escolar y consejera de matrimonios y familias, es además una concienzuda defensora del papel paterno en la formación de una conducta sana. Ya os comentaré más sobre él cuando lo termine, ahora quería dejaros unos párrafos:

“La comparación es el camino más seguro hacia los celos. Puesto que los celos provienen de sentirse “menos que” otro, las comparaciones no hacen más que avivar las llamas.

No veo por qué no estudias como tu hermana. Nunca tengo que recordárselo a ella.

Las observaciones como esta -moneda corriente en miles de hogares- son veneno puro. Un veneno que garantiza los celos, el resentimiento y la ineptitud. Machacan al niño con que él es menos que otro.

...

Aunque jamás empleemos palabras de comparación con nuestros hijos, nuestro pensamiento en tales términos se comunica en forma no verbal y puesto que, en nuestra cultura, la comparación es desenfrenada, es necesario recordar constantemente que cada niño es único, y que compararlo con otros está fuera de lugar.

...

Los celos innecesarios se previenen cuando construimos la autoestima del niño, evitando someterlo a trato desparejo, nos rehusamos a utilizarlo para cubrir nuestras necesidades insatisfechas y evitamos compararlo con los demás.”

El otro día me sorprendí comparando a Minerva con otra nena. “Mira que sonriente está Irene, ¿ves?”, pues andaba algo quejosa. Inmediatamente me dí cuenta de lo que estaba haciendo. ¡Ay dios mío!, pensé, a ver si voy a ser yo ahora una de esas madres que están todo el día haciendo comparaciones absurdas con sus hijos.

A veces lo hacemos sin querer, y no se si es que viéndolo desde fuera todo es más fácil. Para no dar muchos detalles diré que cada vez que nos juntamos con un nene bastante mayor que Minerva, este se pone muy nerviosillo, normal, y no se les ocurre a sus papás otra cosa que hacer la comparación de mira que tranquila está la nena. ¡Uf!, pensé yo, así lo único que van a conseguir es empeorar las cosas, y efectivamente.

No creo que a ningún adulto le guste que le comparen con nadie. ¿Entonces, por qué lo hacemos con l@s niñ@s? ¿Habrá gente que piense que así van a conseguir modificar la conducta que ellos consideran errónea?

No hablo aquí de las comparaciones que algunas veces tenemos que aguantar, tanto el papá y/o la mamá como el nene o la nena, de algunos padres que quieren dejar claro las virtudes de sus hij@s en detrimento de l@s nuestr@s. Me parece estupendo que estén orgullosos de los avances de sus nen@s, todo padre lo está, pero la prepotencia es algo que no aguanto, y menos cuando afecta a mi hija.

Creo que los padres, abuelos, familiares, amigos, docentes y la sociedad en general no son conscientes de lo que puede afectar el comparar repetidamente a un niñ@ con otr@. Es como decirle una y otra vez, tú no vales, no eres lo suficientemente bueno, tendrías que ser como fulanito. Si quieren que sea como fulanito, pensarán ellos, es que mis padres no me quieren tal y como soy. ¿Cómo afecta eso al futuro adulto?

Quiero dejaros también unas palabras de Laura Gutman, Hermanos:

"La hermandad como experiencia concreta puede llegar a ser una de las vivencias más extraordinarias para un ser humano. Sin embargo tener hermanos no es garantía de que esos lazos de amor y proximidad emocional se instalen. Ni siquiera influye positivamente o negativamente que tengan poca diferencia de edad entre ellos o mucha, que sean del mismo sexo o que compartan habitación. La hermandad en su sentido profundo podrá desarrollarse siempre y cuando los padres sean capaces de atender las necesidades de unos y otros sin rotularlos, sin encerrar a cada hijo en un personaje determinado, sin considerar que uno es bueno y otro malo, uno inteligente y otro tonto, uno veloz y el otro lento. Esas afirmaciones aparentemente inocentes que los adultos perpetuamos durante la crianza de los niños, las utilizamos sin darnos cuenta para asegurarnos un rol estático para cada uno. Cuando un niño comprende que según sus padres es inteligente, o responsable o distraído o agresivo o terrible, intentará asumir ese papel a la perfección. Es decir, será el más terrible de todos o el más valiente de todos. Habitualmente cada hermano tendrá asignado un personaje para representar, alejándolo de ese modo de su propio ser esencial y también del ser esencial de cada uno de sus hermanos.

...

Por el contrario, si los niños perciben sufrimiento, soledad, apatía o abandono emocional, el bebé recién nacido no logrará hacer crecer en sus hermanos la empatía ni el cariño. Ningún niño estará en condiciones de alimentar afectivamente a un hermano si está hambriento de cuidados, por más que sea mucho mayor en relación al pequeño o porque sus padres se lo demanden. De nada vale teorizar sobre el bien ni sermonear sobre lo que es correcto hacer, ya que cada niño podrá asumir espontáneamente el amor hacia los hermanos, sólo si realmente siente que el amor abunda a su alrededor. Y en todos los casos, somos los padres quienes tenemos la responsabilidad de la nutrición amorosa.

Amar a los hermanos no es un tema menor. Cuando tenemos la dicha de vivir la experiencia de la hermandad dentro de casa, luego podemos trasladarla a los demás vínculos humanos y sentir que casi cualquier persona puede constituirse en un hermano del alma. Y si es nuestro hermano del alma, no dudaremos en dar la vida por él. Ese derroche de amor y generosidad brotará de nuestro corazón si la hemos aprendido en la sencillez de la infancia.”

lunes, 21 de febrero de 2011

Educación emocional desde el útero materno

Gracias a una Mamá sin complejos he descubierto este interesantísimo programa de Redes cuyo título es el mismo de esta entrada.

De la mano de Eduard Punset, nos cuentan cómo influye el estrés o la ansiedad de la madre embarazada en su hij@. Cómo a través de experimentos se ha constatado que el estrés sufrido por la madre atraviesa la placenta y afecta al feto, y cómo ese estrés prolongado contribuye a problemas de aprendizaje del/a niñ@.

Puesto que Belén en su blog lo cuenta a la perfección os dejo el enlace para que lo leáis. Y como reflexiona ella al final, cuando pensemos que nuestr@ niñ@ es muy nervios@ o tiene el día tonto deberíamos preguntarnos en qué estado de ánimo nos encontramos nosotros. A veces se me olvida esto.


miércoles, 12 de enero de 2011

El cerebro del bebé

Buscando información para documentarme sobre el tema de la próxima entrada, me encontré con este vídeo que os dejo a continuación. Se trata de un documental del programa Redes de 2007 donde Eduard Punset entrevista a Sue Gerhardt, psicoterapeuta y psicoanalista en Inglaterra, considerada una de las mayores autoridades en su campo, ha dedicado toda su vida al estudio de los bebés y la influencia del afecto emocional del bebé en su vida adulta.

A raíz de su libro, “El amor maternal”, nos explica la importancia de la primera infancia como base de la salud mental. Primero en el útero y después durante los dos primeros años de vida, se desarrollan sistemas importantísimos en el cerebro. La persistencia del estrés en los bebés es perjudicial, ya que estos no saben gestionarlo, no pueden deshacerse de su propio cortisol, y nos necesitan a nosotros para ello. El estar lejos de su cuidador es un ejemplo de desencadenante del estrés en los bebés.

Sue Gerhardt nos dice que los bebés no necesitan la estimulación temprana en las guarderías, sino un cuidador personalizado que les conozca; necesitan vínculos afectivos seguros, que entre otras cosas les servirá para tener mayores rendimientos escolares; necesitan contacto físico para su desarrollo, ya sabéis, muchos brazos, mimos y masajitos, al contrario de lo que se nos había intentado hacer creer. Muchos trastornos de la personalidad están relacionados con la primera infancia por no haber dado a los bebés lo que realmente necesitaban.

El vídeo es un poco largo, pero está muy bien.





Antes he hablado del cortisol, una hormona del estrés, y he recordado otra de las grandes lindezas que nos quieren intentar vender a costa de nuestr@s hij@s. E. Estivill nos dice en su libro “Duérmete niño” que uno de los trucos que utilizan nuestr@s hij@s para llamar nuestra atención, cuando les dejamos solos en su habitación ¡para enseñarles a dormir!, es el vómito. Quizás este hombre debería informarse mejor. Rosa Jové dice lo siguiente en “Dormir sin lágrimas”: Cuando dejamos a un@ niñ@ sol@ en su habitación, sobre todo si es un bebé, no sabe si sus padres van a volver, y si no le atendemos llorará cada vez más. El cerebro, ante el estrés provocado, liberará adrenalina y cortisol, hormonas que impactan sobre áreas del cerebro que rigen las emociones y el lenguaje. Si continua sin ser atendid@ llorará hasta que estas áreas se colapsen, pero como el cuerpo no podría aguantar durante mucho tiempo esta situación, para contrarrestar se liberan una serie de sustancias (endorfinas, serotonina) que provocan una bajada del estrés (recibe un chute de tranquilizantes naturales) ¿Y qué sucede cuando hay niveles altos de cortisol y de serotonina? Pues que se produce el vómito involuntario.

Ahí queda eso.