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lunes, 15 de junio de 2015

Parto en casa: relato de Marta

En esta ocasión será Marta quien nos cuente la experiencia de su parto en casa. Estoy segura de que no te dejará indiferente. Ojalá todos los partos fuesen siempre así: respetados, fisiológicos y hermosos. Agradezco de corazón a Marta el que haya querido compartir su maravillosa experiencia. Sin más te dejo con ella.


  
Hoy quiero contarte cariño mío como transcurrió uno de los días más importantes de mi vida… y de la tuya. Fue un precioso domingo a principios de Noviembre cuando nos conocimos. Me desperté la primera, como siempre, dejando a papá y a la hermanita en la cama. Desperté con la certeza de que ese iba a ser por fin el día esperado. Entrábamos en la semana 42 y el fantasma de la inducción intentaba hacer flaquear mis fuerzas, pero yo confiaba en ti y sabía que esperabas a estar preparado. La noche anterior tu tía llegó de Inglaterra y la familia estaba completa, el momento había llegado.

Eran las 9 de la mañana y la casa estaba en silencio. Al limpiarme comprobé con alegría que había sangre y casi como por arte de magia sentí la primera contracción. Con toda tranquilidad me fui a desayunar. Abrí el ventanal de la cocina y me tomé un zumo mirando el paisaje mientras el aire acariciaba mi rostro. Me sentía bien, muy bien, aliviada y tranquila. Era la hora de llamar a mis chicas. Marqué el teléfono de Anabel y le conté como iba. Recuerdo que me preguntó si le daba tiempo a darse una ducha y le dije que iba para rato. Después de las 36 horas de mi primer parto estaba preparada para que las cosas fueran despacito. Pero no fue así, a las nueve y media tenía contracciones regulares pero aún de “baja intensidad”.  Y, a las 10, cuando se levantó papi, ya habían empezado a intensificarse. Volvimos a llamar a Anabel, y aquí las hormonas debieron de empezar a hacer su trabajo y yo a desconectarme de mi parte racional poco a poco, porque mis recuerdos se vuelven confusos, como una niebla en la cual de vez en cuando vemos un claro.

Para cuando llegaron Anabel y Paca, ya tenía tomado el salón como mi base de operaciones ;). Papá había colgado un fular anudado en una de las puertas del cual yo me colgaba sentada en mi súper pelota para intentar relajarme durante las contracciones. No sé si me preguntaron o yo les conté que todo iba fenomenal, que las contracciones empezaban a ser un poco “heavy” pero que todo iba bien. Anabel me preguntó si quería que me explorara y confirmamos que había parto en curso.

No sé cuánto tiempo estuve en cada lugar ni en cada postura, ni si estaba sola o acompañada. Recuerdo estar a cuatro patas en el sillón con la cabeza apoyada en el respaldo y de repente sentir la necesidad urgente de cambiar de postura, y al moverme notar como la bolsa se rompía y caía todo el líquido sobre la alfombra nueva. Pensé “espero que las manchas salgan” y me eché a reír. Miré a mí alrededor, el salón estaba en penumbra, y vislumbré a Sonia, mi otra matrona, sentada en una butaca y la pregunté por si había meconio. Todo seguía bien.

También recuerdo cómo me ponían una bolsita de agua caliente en la espalda para aliviarme y como según avanzaba el parto el dolor iba cambiando de zona, bajando cada vez más por la espalda hasta llegar a las caderas.

Otra vez, volví a sentir la necesidad imperiosa de cambiar de postura y lugar y acabé en el suelo con medio cuerpo apoyado en la pelota y totalmente embriagada por mis propias endorfinas. La intensidad de las contracciones estaba en su punto álgido. Eran muy largas e intensas y acababa mareada. Y allí aparecía Paca con un pañuelito con esencias para ayudarme a recuperarme. En este punto recuerdo que hubo un momento que me sentía como un globo lleno de aire que salía descontroladamente por mi boca, me alzaba desbocadamente por el cielo y estaba a punto de desaparecer. Pero de nuevo Paca, mi querida doula, lanzaba una cuerda y me traía de vuelta y me sujetaba para no perderme o entrar en pánico.


De nuevo esa inquietud interna que me hacía moverme. Intenté darme un baño, pero en cuanto metí un pie en la bañera pensé que eso no era lo que realmente me apetecía y me dejé llevar hacía donde quería estar, y así acabé en el dormitorio.

Tenía ganas de tumbarme a dormir 5 minutos, pero en cuanto rocé la cama mi cuerpo reaccionó, “no estamos para eso ahora, nena” y vino otra súper contracción que pasé de rodillas en el suelo. Me senté en el borde de la cama, la próxima no me iba a pillar desprevenida.

En ese momento me preguntaron si quería probar la silla de partos y la probé, pero me iba grande, así que seguí en el borde de mi camita. Le comenté a Anabel que si podíamos ver cómo evolucionaba porque empezaba a estar cansada. Con la exploración vimos que la dilatación estaba completa pero que aún faltaba que descendiera. Fue, entonces, cuando tuve el único momento de flaqueza. Albergaba la esperanza de que me dijese que ya no quedaba nada, pensaba que debía de llevar un montón de horas y que ya empezaba a estar cansada. No pude evitar ponerme a llorar y les dije que quería empujar, que no tenía ganas, pero que quería empujar a ver si salías ya. Así que en la siguiente contracción empuje, y, acto seguido de nuevo esa sensación de levántate-y-vete-de-aquí-YA.

Me levanté y sentí como un hormigueo que me recorría todo el cuerpo, como cuando se va a producir un tsunami y todo el agua se va mar adentro cogiendo impulso para arrasar con todo. Tenía ganas de saltar por la ventana y salir corriendo (vivo en un bajo), se lo dije y nos reímos. De pronto noté como un silencio total en mi interior y de repente una contracción que me lanzó contra el techo (en realidad sólo fueron un par de centímetros del suelo) y me quedé doblada con los brazos extendidos sobre la cama y los pies en el suelo. Te sentí. Note que eras tú intentando abrir las puertas, empujando para salir al mundo, para estar conmigo.

Noté como todo se movilizaba a mí alrededor. Papá se sentó en la cama para que yo pudiera apoyarme en sus hombros. Aparecieron Anabel y Sonia preparadas para lo que pudiera pasar. Tu hermana venía con ellas, vestida con un tutú y con una linterna o un espejo. Se colocaron para poder verte bien. Ahora sí que había llegado el momento de la verdad.

Sentía que venías con fuerza y que venías YA, y se lo dije. No podía ni enderezarme y las piernas me empezaron a temblar. Me dijeron que no teníamos prisa y que saldrías en 3 contracciones: primero coronar, luego asomar y por último saldría el cuerpo. Pero yo sabía que no, que en la siguiente salías, lo sentía. Y vino la contracción, era intensa, no como la anterior, pero en lugar de aflojarse y parar siguió subiendo y subiendo y subiendo de intensidad, y mis piernas flaqueaban. Sonia y Paca me sujetaron cada una de una pierna para que no acabara en el suelo. Y allí saliste, bueno, tu cabeza. Oí a tu hermana decir “¡pero qué hermoso es!” “ánimo mamá que tu puedes” y yo trataba de recuperarme para la siguiente. No se hizo de rogar. Y sin el más mínimo esfuerzo salió el resto de tu cuerpo. Te recogieron y como pude te abracé y nos arrastramos encima de la cama. 

“Mis gafas” decía “quiero verle”. Te puse sobre mi tripa y miré como reptabas para coger tu teti. Todos desaparecieron y nos quedamos solitos tú, yo, Titi y papá. Tú, enganchado en una teti me mirabas y tu hermana se enganchó en la otra. Os mirasteis y os cogisteis de la mano. Me puse a llorar de emoción. Estaba en éxtasis. Jamás podría haber imaginado algo más maravilloso. Un momento perfecto.


Me sentía gigante, fuerte, satisfecha… plena.

No sé cuánto tiempo estuvimos así. Al rato vinieron las chicas. Anabel comprobó que todo estuviera bien y Paca me trajo un zumito que me supo a gloria. Cortamos el cordón y salió la placenta. Todo había ido bien (ya me lo decía yo). Todo había sido como nosotros queríamos que fuese. Eran las 8 de la tarde cuando se marcharon. Y nos quedamos dormidos hasta el día siguiente.

Los días que siguieron fueron como estar en una nube. Me sentía flotando, capaz de todo, me sentía empoderada y vital, hasta con ganas de repetir. Para mí todo esto eran sensaciones nuevas. Nunca he sido muy espiritual, pero me sentía como en comunión con el universo, en paz conmigo misma, como si hubiera encontrado un vínculo perdido hace tiempo. Había parido.

Los motivos que nos llevaron a querer que nacieras en casa son muchos. El principal fue que nacieras en amor y respeto, entre los que te queremos, que no volvieran a robarnos nuestro parto.

Te quiere tu madre.



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lunes, 1 de septiembre de 2014

El parto en casa de Mónica y su bebé

Hoy es Mónica quien va a contar su historia. Le agradezco tanto el hecho de compartirla con todos nosotros, como el que también haya querido compartir y cederme unas preciosas e ilustrativas imágenes. 

El primer parto hospitalario de Mónica no fue el que ella hubiese deseado. Por eso, durante el embarazo de su segundo hijo, buscó otra manera de vivir su parto y junto con su marido decidió dar a luz en casa.

Desde aquí quiero felicitarles por esa intensa y maravillosa experiencia. 


Desde que nació Rocío tenía claro que si tenía otro bebe quería tener la experiencia de un parto en casa. Con mi hija busqué opciones alternativas pero parece que necesitamos del hospital para que todo vaya bien, y el miedo a que no podamos hacerlo solas nos lo inculcan por todas partes. Le conté a pocas personas que había decidido dar a luz en mi casa, y fue una experiencia maravillosa.



Jose, mi marido, no compartía esta opción por el miedo a que algo fallara, pero después de haber vivido el momento tiene claro que ha sido la mejor decisión y siempre me apoyó.

El día antes del parto sobre las 4 de la mañana me encontraba ya sola en casa con Rocío. Mi marido se va de madrugada a trabajar. Estando acostada de lado, de repente empecé a sentir como me corría un líquido por las piernas, no podía retenerlo, y era gran cantidad, parecía que no terminaría de caer. Intenté incorporarme para ver qué estaba pasando y la pérdida era mucho mayor, por lo que me asusté, había roto la bolsa…

Llamé a Jose, que rápido volvió a casa, y al equipo que me iba a atender en el parto, y me tranquilizaron, podíamos esperar unas 24 h hasta pensar en acudir al hospital. Creía que si rompías la bolsa y no te ponías de parto el procedimiento era la inducción. En la mayoría de los hospitales así es como funciona, así que me alegré de no perder los nervios y esperar como me dijeron. La bolsa nunca se queda seca. Intenté no hacer muchos esfuerzos durante el día y beber muchos líquidos mientras preparaba a Rocío para el acontecimiento, ya que estaría presente. Ella, de 3 añitos y medio, sabía que iba a pasar y qué debía hacer. Llevábamos días leyendo el cuento “HOLA BEBE” y estaba feliz de que llegara el momento y verle la carita, no dejó de besarme la tripa en todo el día y hasta se puso el bikini para poder meterse conmigo en la piscina…

Cuando amaneció si tuve miedo porque no le sentía, me tocaba buscándole y no reaccionaba, me asusté y culpé si algo le pasaba por no querer ir al hospital, pero seguí esperando… Anabel, Aytami y Paca estuvieron pendientes de mí en todo momento y disponibles para cualquier cosa. Tengo que agradecer a ANCARA S.L.U todo lo que ese momento significó para mi y mi familia.

A las 11, de la noche después de acostar a Rocío, empezaron las contracciones. Mi cuerpo, una vez que ya no estaba pendiente de sus necesidades decidió concentrarse en la preparación al parto. Al principio parecían insignificantes, pero en pocos minutos pasaron a ser más intensas y seguidas. En menos de media hora, de tener contracciones cada 15 minutos pasaron a ser cada 2, no tenía tiempo para recuperarme de una cuando ya comenzaba la intensidad de la siguiente.


Jose se hizo cargo de llenar la piscina de partos y llamar a la comadrona para que se organizaran ellas y vinieran a mi casa. Ya había llegado el momento.
Antes de que se llenara la piscina me ayudó a entrar, eran tan intensas que no podía moverme y ya prefería estar dentro para poder sentir algo de alivio. Me encontraba cómoda en posición cuadrúpeda, con la tripa hacia delante dentro del agua. Pero no fue del todo así, eran demasiado seguidas e intensas para poder relajarme, hablar…hasta me costaba encontrar el ritmo de respiración, no tenía descanso. Jose me las iba controlando… Al poco tiempo aparecieron ellas y se mantuvieron atentas pero respetando mi ritmo, nuestra intimidad… Entre varias contracciones tuve la sensación de que perdía el conocimiento, me mareaba por no respirar bien. Fue Paca quien en toda ocasión me hacía encontrar la serenidad, abrazada a mí, respiraba en mi oído para que yo la siguiera, me cogía de la mano cuando necesitaba ese apoyo, esa fuerza, me transmitía esa tranquilidad que parecía que perdía a causa del dolor… Pero fuimos mi marido y yo quienes disfrutamos y vivimos con gran intensidad todo el proceso. El me ponía música, me acariciaba, masajeaba, o simplemente me abrazaba diciéndome al oído que ya quedaba poco, que podía hacerlo. Compartirlo con él significó mucho para mí, para nosotros.
El dolor era tan intenso que sentía que me quedaba sin fuerzas, pero pensaba en que mi bebe necesitaba de mi ayuda para poder nacer. Le sentía desde el primer momento empujar, sentía como iba descendiendo por el canal del parto, como se abría camino y cuando estaba a punto de asomar su cabecita. Jose decidió verlo desde detrás ya que me sentía cómoda en la posición inicial. Paca continuó a mi lado, no me di cuenta de que ya no estaba él, estaba concentrada en mí, en mi bebe…

Ellas hasta el final no intervinieron, dejaron que mi marido y yo estuviéramos solos. Pasaban a ver como avanzaba todo hasta que era necesaria su intervención. Respetaron ese momento y nosotros estuvimos cómodos y nos sentimos respetados siempre.


Ya empezó a asomar su cabecita… Aitor ya estaba aquí. Fue cuando quería que todo fuera rápido porque creía que me rompía en dos, quería que su cabecita saliera. Fue todo demasiado intenso y necesitaba ver que estaba bien. Mi marido le sostuvo la cabecita mientras seguían las contracciones. ¡Ya está aquí!, me decía, ¡Le tengo! Y sentí que ya quedaba poco, que aunque fueran muy seguidas e intensas todo estaba bien, pronto podría cogerle y así fue. En dos contracciones más salieron sus hombros y todo su cuerpecito.


Que alegría sentí, que sentimiento tan especial el verle la carita por primera vez, en la tranquilidad de mi casa y sin presiones. Todo fue al ritmo que él necesitaba y me pedía.

Después de abrazarle y tenerle envuelto en una toalla, pegadito a mí, me ayudaron a salir y nos fuimos a otra habitación donde contracciones después alumbré la placenta. Dejaron que el cordón dejara de latir y Jose lo cortó con mano temblorosa, mientras mi bebe intentaba llegar al pecho para empezar a mamar. Nos miramos y sentí el mayor amor que se puede sentir. ¡Ya estás aquí mi niño! Hola mi niño, hola, mi amor…le repetía una y otra vez. Empezó a mamar muy rápido y tuvimos nuestro tiempo, un tiempo no marcado por nadie, disfrutando mi marido y yo de esta nueva vida que habíamos creado, ya estaba aquí. Rocío no se enteró de nada y al día siguiente cuando se despertó, le escuchó llorar. ¿Qué es eso? me dijo, y la pasé al otro lado de la cama donde se encontró a su hermanito. No puedo explicar la expresión de su cara, no dejaba de tocarle y besarle.


Ha sido la mayor experiencia que hemos vivido. Tanto mi marido, como mi niña y yo la disfrutamos. Mucha gente me dice que estoy loca, pero estoy segura de que siendo el dolor más intenso que una mujer pueda tener, el poder tenerle en brazos, estar en mi casa, ser libre en movimientos, estar tranquila, tomar mis decisiones, tener esa gran intimidad, me hacía sentir mas segura, cómoda y relajada… Estaba segura de que podría hacerlo y así fue… Quería sentir todas las sensaciones y acompañarle a nuestro ritmo, único, sin que nadie nos presionara. Ha sido la mayor experiencia de mi vida, y cada vez que voy a su habitación siento que ahí fue donde comenzó todo, tres horas intensas que disfrutamos entre esas cuatro paredes.
 






Gracias de corazón Mónica.

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lunes, 7 de julio de 2014

Nacimiento de Briana

Hoy voy a dejar paso a Noelia para que sea ella quien te cuente su historia. Noelia tuvo a su primer hijo por cesárea, tras una inducción, en la que además tuvo complicaciones con la epidural, resultando un parto traumático para ella y su bebé. Su segundo parto ha podido vivirlo como ella anhelaba, y ha querido compartir la historia de su parto, primero porque es posible parto vaginal tras cesárea y segundo porque, como yo, considera muy importante que las mujeres sepamos que somos capaces de parir sin intervenciones, de manera natural.

Muchas gracias Noelia, enhorabuena por tu segunda maternidad y por tu parto consciente. Os dejo con ella y el nacimiento de su hija Briana:


Ella es mi solecito y llegó al mundo de la mejor manera, en un parto normal y maravilloso.

El día 7 de marzo me encontraba fenomenal  y con una energía diferente, esa tarde llegó mi madre, hacia 5 meses que no la veía y fuimos al aeropuerto a recogerla. Por la noche a las dos y media de la madrugada del día sábado 8, una contracción fuerte me despertó. Me imaginé que el parto estaba cerca pero no quise pensar en eso, pasó la contracción y me dormí. A los pocos minutos otra me despertó y así estuve varias horas retorciéndome de dolor en la cama, intentaba no levantarme ni gritar para no despertar a mi niño, quería descansar pero dolían. A las 6 sonó el despertador de mi marido y le dije: “no te vayas al trabajo, estoy con contracciones” y fui al baño. Me preguntó si quería ir al hospital y le respondí que luego iríamos, así que avisó al trabajo y nos preparamos para ir al hospital,  eran las 10 de la mañana y decidí ir porque me dolían mucho.

El camino hacia el hospital se me hizo durísimo, el movimiento del coche y los baches incrementaban el dolor de cada contracción. Llegamos, no quería caminar, no podía, en la entrada me dijeron que las matronas prefieren que entremos caminando pero yo sentía que quería ahorrar fuerzas, estaba muy cansada de no haber dormido y con mucho dolor. Me hicieron un tacto, el cuello estaba poco borrado y tenía 2 de dilatación. Mi cari siempre a mi lado. Me pusieron monitores y yo gritaba, estaba muy cansada y muy metida en mi mundo, no me importaba nada a mi alrededor. Mientras tenía los monitores intentaba descansar entre una contracción y otra, me dormía y las contracciones se espaciaron, algunas más intensas que otras, eran irregulares y me mandaron a casa. Igual me ponía de parto en dos horas que en dos días, me dijo la gine “pero ahora no estás de parto (madre mía si esto no es parto… pensaba yo), las contracciones son irregulares" y me explicó los criterios de internación. Pienso que si me quedaba iban a colocarme oxitocina y comenzarían las intervenciones. No quise avisar a nadie y mi cari respetó mis decisiones en todo momento, lo aleccioné bien durante el embarazo.

Llegamos a casa y él se fue a trabajar. No quise comer, solo agua, tenía mucha sed, quería acostarme y echar una siesta; me dolían cada vez más las contracciones pero me sentía tranquila. Mi niño estaba en casa con mi madre y mi marido en el trabajo. Cerré la puerta de la habitación para estar sola e intentar descansar entre una y otra y para gritar sin que me estuviesen mirando. A las 3 de la tarde llegó mi marido del trabajo, preparó una bañera calentita y me sumergí. Que a gusto, allí estuve más de una hora hasta que sentí algo así como un pujo al final de la contracción, me dio miedo de parir ahí mismo, quise salir del agua, me vestí y me fui al sofá. Nos tumbamos los dos, él miraba el reloj y no decía nada, yo gritaba en cada contracción y cerraba los ojos entre una y otra. En una contracción con pujo sentí algo líquido escurriendo por mis piernas, era sangre, y le dije “vamos al hospital, esto no hay quien lo aguante, quiero la epidural ahora mismo”.

Otra vez el camino al hospital fue una tortura, no soportaba el movimiento del coche durante la contracción. Al entrar a la consulta un médico me preguntaba cosas y mi marido respondía. Ahí mismo rompí aguas, sentí una explosión dentro y un liquido abundante saliendo de mi cuerpo, sentí alivio, me gustó la sensación. Me mandaron por los pasillos, quería la silla de ruedas, aunque las matronas se empeñaban en que caminase, no podía, y fui en silla de ruedas. Me llevaron donde me hicieron un tacto y tenía 7 y medio! Cuello borrado, ahora si estaba de parto! Más líquido chorreando, me quite toda la ropa. Otro pasillo, sentía que no podía mas, llegue a la habitación donde se produciría el parto y me gustó, había luz tenue.

Eran las 7 de la tarde, me preguntó la matrona si quería la epidural, yo dudé y ella insistió, “si la quieres  tiene que ser ya”; mi marido y yo nos miramos y dije “lo voy a intentar sin epidural”. Había una camilla y me dijo la matrona “ponte en la posición que quieras”. Me senté y luego apoye la espalda,  litotomía, era la posición que nunca me hubiera imaginado, pero me encontraba bien así; me puso una vía, monitores y se fue, y me dijo que ya regresaría.  No me gustó la matrona, era borde y antipática, discutí con ella cada cosa que hacía, ella iba y venía. Yo empujaba con cada contracción, aquello dolía a más no poder y yo gritaba. Me puso una luz potente en la zona de la vulva, le pedí que la quitara, la quitó de mala gana, y me pidió que le avisase cuando tuviera ganas de empujar y así lo hice. Introdujo los dedos y no me gustó nada, le pedí que no lo hiciera y me dijo que necesitaba saber como venía el bebe, “me da igual, no quiero que me metas los dedos”,  y no lo hizo más. Mi marido me sujetaba una rodilla, tenía el deseo rarísimo de cerrar las piernas, la actitud de la matrona me cortaba el rollo pero al mismo tiempo estaba feliz y con la idea asumida de que mi parto iba a ser hermoso.

A las 8 y veinte se produjo el milagro, cuando empezó a asomar la cabecita la toqué,  estaba blandita (me la imaginaba más dura) y me dieron ganas de llorar, faltaba poquito, el dolor era intenso pero no lo recuerdo, de verdad. En un pujo mas salió! Me la pusieron en el pecho desnudo, estaba mojadita y calentita, ese momento fue el más feliz de mi vida.

No lloraba como todos los bebes al nacer, estornudaba y yo sonreía, mi marido no se lo creía. Ya está! había nacido mi niña de forma natural como tanto había soñado. Cuando el cordón dejó de latir y estaba colapsado el papa lo cortó como habíamos quedado. Cuando alumbré la placenta quise verla y me gustó. Mientras la matrona me cosía el desgarro yo estaba embobada con mi niña. Y nos dejaron solos.

En dos horas nos llevaron a la habitación, y en ese momento avisamos a la familia de que Briana había nacido, era sábado a la noche. Ahora a descansar que el día había sido intenso. 

Termino el relato agradeciendo a mi marido, que estuvo siempre a mi lado, se portó estupendamente, respetó y apoyó todas mis decisiones; a María que fue mi apoyo emocional durante el embarazo, gracias a ella aprendí que yo podía; a mi madre que llegó en el momento justo; a las listas de EPEN que me han enseñado muchísimo;  al Hospital Rey Juan Carlos de Móstoles, que no son intervencionistas (salvo la matrona que me tocó) y principalmente a Briana, que junto con Óliver hacen que yo sea la mamá más feliz del mundo.

lunes, 16 de junio de 2014

El nacimiento de Óliver

Hace unos meses, una de las mamás de la asociación de crianza, dio a luz a su bebé en un parto consciente y respetado. Quise pedirle que compartiera su historia, entre otras cosas, para que las futuras mamás comprobéis que confiando en vosotras mismas podéis tener un parto natural, sin intervenciones y, cómo quien os atiende, puede propiciar que así sea.


Agradezco a Carmen que haya querido compartir hoy aquí el nacimiento de su hijo Óliver:

Hace 3 años cuando nació mi primer hijo, aunque todo había salido bien en el parto, sentí que no era como me habría gustado, oxitocina para acelerar la dilatación, kristeller ... y la total desinformación hacia mi sobre qué me hacían y por qué no ayudó, por lo que en mi segundo embarazo y de cara al parto estuve informándome dónde podría dar a luz con la seguridad de que no me volviera a ocurrir lo mismo. Elaboré un plan de parto en el que indicaba que quería un parto lo mas natural posible y hablaría con la matrona que me tocara sobre ello.

Sabía que la prueba del estreptococo había dado negativo, por lo que no tenía prisa para llegar al hospital, cuanto mas tardase menos posibilidad de intervención y así hice. Desde la semana 37 tuve 4 avisos de parto, contracciones mas o menos regulares cada 4-5 minutos durante una hora o más, pero mi idea de aguantar gran parte de la dilatación en casa hizo que no me acercara al hospital en ninguna de las ocasiones. Por fin llegó el día elegido por mi bebé para nacer, estaba de 39+6, eran las 5 de la mañana y me despertaba con contracciones, seguidas pero bastante suaves aún. A las 8 confirmo que no es una falsa alarma, las contracciones siguen y van aumentando de intensidad.  Levantamos a mi hijo para llevarle al cole, y aún con dolores le ayudo con el desayuno y le visto, no sabía cuando iba a poder volver a tener ese momento a solas con él y me daba mucha pena. Mientras su padre le lleva al colegio me dispongo a ultimar las cosas que llevaría al hospital, saco la pelota y una toalla por si rompo aguas en casa. Voy llevando las contracciones muy bien, cada vez que viene una me siento en la pelota y con movimientos de cadera las alivio bastante. Siguen aumentando de intensidad pero, como la frecuencia no aumenta, decido pasar el mayor tiempo que pueda así antes de marchar para el hospital.

A las 11.30 empiezo a darle vueltas a si el bebé estará bien, así que decido que es el momento de marchar, llegamos al hospital a las 12.00. Andando por los pasillos me dan algunas contracciones que hacen que me tenga que detener. Me exploran, estoy de 5 cm, mi cara me cambia, con mi hijo aunque con oxitocina tuve que pedir la epidural de 6 cm, estaba consiguiendo aguantar las contracciones. Uno de mis mayores miedos era volver a no aguantar el dolor como con mi otro hijo, pero qué diferentes son las contracciones naturales a las provocadas. Llegamos a la sala de dilatación y se presenta el matrón que me atenderá en el parto, era un hombre pero la seguridad que me trasmitía era inmensa, no puso ninguna objeción a mi plan de parto, salvo que el parto transcurriera con normalidad.

Los monitores que me ponen son por telemetría, puedo deambular por la habitación sin problemas porque además no me ponen ni vía, para hidratarme me aconseja agua fría o aquarius. En una de las contracciones el matrón le enseña a mi chico cómo hacerme un masaje en la parte baja de la espalda para aliviar las contracciones. Entre esos masajes y la pelota, llegan las 14.00 y el matrón me hace un tacto, estoy ya de 7 cm. No me lo podía creer, el tiempo entre contracciones estaba siendo amplio y aunque ya dolían bastante, tenia tiempo suficiente para recuperarme, qué diferencia a las contracciones que sentí en el parto de mi otro hijo, apenas podía recuperarme entre ellas. El matrón me dice que a partir de ese momento en cuanto tenga ganas de hacer caca empuje, el bebé está muy arriba y tiene mucho que bajar.

A las 15.00 ya estoy en completa, me ponen la vía y me indica que tendría que romperme la bolsa porque el bebé es grande y aún está muy arriba, yo accedo sin problemas. A partir de la rotura de la bolsa los pujos son con más intensidad pero el bebé sigue estando arriba. Me sugiere pasar a paritorio por si hubiera alguna urgencia, hasta entonces seguía en dilatación. Yo siento que no puedo más, pido que como sea me pongan algo, pero el matrón una vez mas sigue animándome “lo estás haciendo muy bien, confía en ti”. En la cama del paritorio consigo pujos mas efectivos, me preguntan que si quiero ver cómo sale y ponerme un espejo grande delante, estoy tan cansada que apenas puedo decir que me da un poco igual, solo pienso en que quiero ver a mi bebé ya. Por fin la cabecita de mi bebé sale, pero lleva dos vueltas de cordón que no se pueden deshacer, por lo que no se puede hacer pinzamiento tardío del cordón y lo cortan en ese momento. Tras otro par de pujos termina de salir mi bebé, el cual me lo colocan encima de mi, eran las 15.50. Lástima no haber podido sacarle yo, pero una hora empujando sin epidural había podido con mis fuerzas. El matrón vuelve a animarme, parir a un bebé grande, mas de 4 kilos, que estaba tan arriba no lo consigue cualquiera.

Ya sólo faltaba alumbrar la placenta. Mientras esperábamos, con mi bebé encima, le pregunto al matrón si iba a necesitar puntos, y menuda sorpresa, me había librado, con lo mal que lo pasé en el postparto de mi primer hijo precisamente por los puntos. Qué diferentes ambos partos!!!