lunes, 15 de junio de 2015

Parto en casa: relato de Marta

En esta ocasión será Marta quien nos cuente la experiencia de su parto en casa. Estoy segura de que no te dejará indiferente. Ojalá todos los partos fuesen siempre así: respetados, fisiológicos y hermosos. Agradezco de corazón a Marta el que haya querido compartir su maravillosa experiencia. Sin más te dejo con ella.


  
Hoy quiero contarte cariño mío como transcurrió uno de los días más importantes de mi vida… y de la tuya. Fue un precioso domingo a principios de Noviembre cuando nos conocimos. Me desperté la primera, como siempre, dejando a papá y a la hermanita en la cama. Desperté con la certeza de que ese iba a ser por fin el día esperado. Entrábamos en la semana 42 y el fantasma de la inducción intentaba hacer flaquear mis fuerzas, pero yo confiaba en ti y sabía que esperabas a estar preparado. La noche anterior tu tía llegó de Inglaterra y la familia estaba completa, el momento había llegado.

Eran las 9 de la mañana y la casa estaba en silencio. Al limpiarme comprobé con alegría que había sangre y casi como por arte de magia sentí la primera contracción. Con toda tranquilidad me fui a desayunar. Abrí el ventanal de la cocina y me tomé un zumo mirando el paisaje mientras el aire acariciaba mi rostro. Me sentía bien, muy bien, aliviada y tranquila. Era la hora de llamar a mis chicas. Marqué el teléfono de Anabel y le conté como iba. Recuerdo que me preguntó si le daba tiempo a darse una ducha y le dije que iba para rato. Después de las 36 horas de mi primer parto estaba preparada para que las cosas fueran despacito. Pero no fue así, a las nueve y media tenía contracciones regulares pero aún de “baja intensidad”.  Y, a las 10, cuando se levantó papi, ya habían empezado a intensificarse. Volvimos a llamar a Anabel, y aquí las hormonas debieron de empezar a hacer su trabajo y yo a desconectarme de mi parte racional poco a poco, porque mis recuerdos se vuelven confusos, como una niebla en la cual de vez en cuando vemos un claro.

Para cuando llegaron Anabel y Paca, ya tenía tomado el salón como mi base de operaciones ;). Papá había colgado un fular anudado en una de las puertas del cual yo me colgaba sentada en mi súper pelota para intentar relajarme durante las contracciones. No sé si me preguntaron o yo les conté que todo iba fenomenal, que las contracciones empezaban a ser un poco “heavy” pero que todo iba bien. Anabel me preguntó si quería que me explorara y confirmamos que había parto en curso.

No sé cuánto tiempo estuve en cada lugar ni en cada postura, ni si estaba sola o acompañada. Recuerdo estar a cuatro patas en el sillón con la cabeza apoyada en el respaldo y de repente sentir la necesidad urgente de cambiar de postura, y al moverme notar como la bolsa se rompía y caía todo el líquido sobre la alfombra nueva. Pensé “espero que las manchas salgan” y me eché a reír. Miré a mí alrededor, el salón estaba en penumbra, y vislumbré a Sonia, mi otra matrona, sentada en una butaca y la pregunté por si había meconio. Todo seguía bien.

También recuerdo cómo me ponían una bolsita de agua caliente en la espalda para aliviarme y como según avanzaba el parto el dolor iba cambiando de zona, bajando cada vez más por la espalda hasta llegar a las caderas.

Otra vez, volví a sentir la necesidad imperiosa de cambiar de postura y lugar y acabé en el suelo con medio cuerpo apoyado en la pelota y totalmente embriagada por mis propias endorfinas. La intensidad de las contracciones estaba en su punto álgido. Eran muy largas e intensas y acababa mareada. Y allí aparecía Paca con un pañuelito con esencias para ayudarme a recuperarme. En este punto recuerdo que hubo un momento que me sentía como un globo lleno de aire que salía descontroladamente por mi boca, me alzaba desbocadamente por el cielo y estaba a punto de desaparecer. Pero de nuevo Paca, mi querida doula, lanzaba una cuerda y me traía de vuelta y me sujetaba para no perderme o entrar en pánico.


De nuevo esa inquietud interna que me hacía moverme. Intenté darme un baño, pero en cuanto metí un pie en la bañera pensé que eso no era lo que realmente me apetecía y me dejé llevar hacía donde quería estar, y así acabé en el dormitorio.

Tenía ganas de tumbarme a dormir 5 minutos, pero en cuanto rocé la cama mi cuerpo reaccionó, “no estamos para eso ahora, nena” y vino otra súper contracción que pasé de rodillas en el suelo. Me senté en el borde de la cama, la próxima no me iba a pillar desprevenida.

En ese momento me preguntaron si quería probar la silla de partos y la probé, pero me iba grande, así que seguí en el borde de mi camita. Le comenté a Anabel que si podíamos ver cómo evolucionaba porque empezaba a estar cansada. Con la exploración vimos que la dilatación estaba completa pero que aún faltaba que descendiera. Fue, entonces, cuando tuve el único momento de flaqueza. Albergaba la esperanza de que me dijese que ya no quedaba nada, pensaba que debía de llevar un montón de horas y que ya empezaba a estar cansada. No pude evitar ponerme a llorar y les dije que quería empujar, que no tenía ganas, pero que quería empujar a ver si salías ya. Así que en la siguiente contracción empuje, y, acto seguido de nuevo esa sensación de levántate-y-vete-de-aquí-YA.

Me levanté y sentí como un hormigueo que me recorría todo el cuerpo, como cuando se va a producir un tsunami y todo el agua se va mar adentro cogiendo impulso para arrasar con todo. Tenía ganas de saltar por la ventana y salir corriendo (vivo en un bajo), se lo dije y nos reímos. De pronto noté como un silencio total en mi interior y de repente una contracción que me lanzó contra el techo (en realidad sólo fueron un par de centímetros del suelo) y me quedé doblada con los brazos extendidos sobre la cama y los pies en el suelo. Te sentí. Note que eras tú intentando abrir las puertas, empujando para salir al mundo, para estar conmigo.

Noté como todo se movilizaba a mí alrededor. Papá se sentó en la cama para que yo pudiera apoyarme en sus hombros. Aparecieron Anabel y Sonia preparadas para lo que pudiera pasar. Tu hermana venía con ellas, vestida con un tutú y con una linterna o un espejo. Se colocaron para poder verte bien. Ahora sí que había llegado el momento de la verdad.

Sentía que venías con fuerza y que venías YA, y se lo dije. No podía ni enderezarme y las piernas me empezaron a temblar. Me dijeron que no teníamos prisa y que saldrías en 3 contracciones: primero coronar, luego asomar y por último saldría el cuerpo. Pero yo sabía que no, que en la siguiente salías, lo sentía. Y vino la contracción, era intensa, no como la anterior, pero en lugar de aflojarse y parar siguió subiendo y subiendo y subiendo de intensidad, y mis piernas flaqueaban. Sonia y Paca me sujetaron cada una de una pierna para que no acabara en el suelo. Y allí saliste, bueno, tu cabeza. Oí a tu hermana decir “¡pero qué hermoso es!” “ánimo mamá que tu puedes” y yo trataba de recuperarme para la siguiente. No se hizo de rogar. Y sin el más mínimo esfuerzo salió el resto de tu cuerpo. Te recogieron y como pude te abracé y nos arrastramos encima de la cama. 

“Mis gafas” decía “quiero verle”. Te puse sobre mi tripa y miré como reptabas para coger tu teti. Todos desaparecieron y nos quedamos solitos tú, yo, Titi y papá. Tú, enganchado en una teti me mirabas y tu hermana se enganchó en la otra. Os mirasteis y os cogisteis de la mano. Me puse a llorar de emoción. Estaba en éxtasis. Jamás podría haber imaginado algo más maravilloso. Un momento perfecto.


Me sentía gigante, fuerte, satisfecha… plena.

No sé cuánto tiempo estuvimos así. Al rato vinieron las chicas. Anabel comprobó que todo estuviera bien y Paca me trajo un zumito que me supo a gloria. Cortamos el cordón y salió la placenta. Todo había ido bien (ya me lo decía yo). Todo había sido como nosotros queríamos que fuese. Eran las 8 de la tarde cuando se marcharon. Y nos quedamos dormidos hasta el día siguiente.

Los días que siguieron fueron como estar en una nube. Me sentía flotando, capaz de todo, me sentía empoderada y vital, hasta con ganas de repetir. Para mí todo esto eran sensaciones nuevas. Nunca he sido muy espiritual, pero me sentía como en comunión con el universo, en paz conmigo misma, como si hubiera encontrado un vínculo perdido hace tiempo. Había parido.

Los motivos que nos llevaron a querer que nacieras en casa son muchos. El principal fue que nacieras en amor y respeto, entre los que te queremos, que no volvieran a robarnos nuestro parto.

Te quiere tu madre.



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