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miércoles, 8 de octubre de 2014

Escolarización, tristeza y rabia

Comenzar el cole supone una nueva etapa, en la que el pequeño vive en un torbellino de emociones. Miedo, ansiedad, tristeza y rabia pueden ser vividos intensamente por el niño, que necesita soltarlo y expresarlo de algún modo. Cada niño lo lleva y lo expresa a su manera.

Como madre de una niña de cuatro años, que ha comenzado el cole por primera vez, me reafirmo en lo que ya tenía claro antes de escolarizarla. Una adaptación real, sería aquella que permitiera dar espacio a los padres en el aula, hasta que el niño se sintiera seguro. Quedarse solo en un sitio que no conoces, con un adulto y 25 niños que no conoces, genera estrés. Esto en sencillo de comprender, y sin embargo son poquísimos los colegios que lo hacen así. Sería mucho más sencillo para todos, especialmente para los más pequeños, poder conocer-adaptarse a ese nuevo entorno con la tranquilidad y la seguridad que ofrece el estar con alguien de confianza.

Si el niño insiste en que no quiere ir al cole, o si llora cada mañana en casa y/o en la clase, todos entendemos que le está costando adaptarse. Sin embargo, damos por hecho que si el niño va al cole sin rechistar y allí no da mayores problemas, todo está solucionado. No siempre es así. Hay muchas pistas que nos informan de que al niño le sigue costando, de que lo está pasando mal o incluso de que aún no está preparado. Conocer cuales son las señales que te  manda tu pequeño, cuando aún no se ha adaptado, hace más sencillo acompañarle en esta etapa. Y es que he escuchado muy a menudo el “mi hijo se adaptó de maravilla al cole” (no se quejaba ni lloraba), seguido del “pero en casa está inaguantable” (muy diferente a como lo venía haciendo). El comportamiento de los niños en clase no tiene nada que ver con su comportamiento en casa, ya que la confianza y la relación no es la misma, y les es más fácil sacar en casa todo el estrés que les genera el cole.


Cómo puede afectar la adaptación al cole a tu pequeño:

- No quiere ir al cole, llora en casa y/o en el colegio.

- Se muestra agresivo con algún niño en clase, cuando nunca antes había reaccionado así con otros niños.

- No quiere salir al recreo. El patio es un lugar amplio, con mucho jaleo, donde los niños no son controlados, y algunos pueden verse más inseguros, solos y temerosos.

- Se aguanta las ganas de hacer pis hasta llegar a casa. No quiere hacer pis en el cole. Allí no tienen ninguna intimidad y eso a algunos niños no les agrada.

- No se relaciona con otros niños en clase. Puede suceder incluso que no quiera jugar con otros niños en el parque, cuando antes si lo hacía. Sólo quiere estar con mamá, papá, los abuelos, o con quien antes pasaba más tiempo.

- En el día a día, fuera del colegio, se le ve triste, desanimado, sin ganas de hacer nada.

- Está agotado. Necesita dormir muchas horas para descansar, hasta el punto de pasar menos horas despierto en casa que en el cole.

- Está constantemente enfadado en casa, cualquier cosa le molesta. Está muy enfadado, especialmente con papá o mamá, a pesar de querer estar con ellos. Su ansiedad tiene que salir por algún lado.

- Tiene pesadillas por la noche, y puede querer volver a dormir con papá y mamá, si ya dormía solo.

- Puede sufrir escapes de pis tanto por la noche como por el día, si ya controlaba.

- Ponerse malito a menudo es un indicio de que sus defensas estén bajas por el estrés que supone la separación. Por supuesto puede ser por otras causas.

- En casa no quiere separarse de mamá, papá o con quien más tiempo pase normalmente.

- Puede sufrir cualquier retroceso en cualquier aspecto que habían logrado “superar”.

En estos momento, a mi personalmente, me viene bien recordar esta frase “Quiéreme cuando menos lo merezca porque será cuando más lo necesite”. Teniendo en cuenta que, y sobre todo en estos casos, los niños necesitan saber que jamás les dejamos de querer.


¿Y qué puedo hacer par ayudarle?

- Si crees que sólo necesita un poco más de tiempo o te es imposible sacarle del cole porque trabajas o por el motivo que sea, el cariño es fundamental, siempre armándote de paciencia.

- Puedes hacer cosas espciales a la salida del cole, como un momento sólo para vosotros.

- Por supuesto, habla con él lo que haga falta. Tiene que sentirse seguro, que sepa que tú también le echas de menos, y que siempre irás a buscarle después. Asegúrate de que le quede claro que el hecho de que le dejes en el cole no significa que no le quieras. Ten muy presente esto,  porque tú puedes darlo por hecho pero él puede interpretarlo a su manera.

- Da importancia a sus juegos, para que pueda sacar también por ahí su enfado, su miedo o simplemente que pueda integrarlo de esa manera.

- Podéis pintaros besitos para que os tengáis presente uno al otro, besitos pegados. Esta es una idea que me dio una mamá.

- Si disfruta de alguna actividad del cole, recuérdale todo eso que le gusta de clase.

- Permítele que exprese cualquier emoción que necesite soltar, aunque no te sea agradable, sin que eso signifique hacer daño o faltar el respeto. Puedes ofrecerle alternativas para desahogarse, sobre todo cuando se trata de rabia, como dar unas carreras antes de ir a casa, gritar (mejor en la calle para que no se asusten los vecinos), saltar en la cama, guerra de almohadas…

¿Se te ocurre algo más?


A veces la adaptación puede ser dura y afectar a toda la familia. Nosotros somos los adultos, pero ante unas emociones constantemente desbordadas podemos sentirnos igualmente desbordados. El hablar con otros padres, con el profesor y el recordar que sólo necesita compresión y cariño, puede devolvernos la serenidad.


¿Has notado algún cambio en tu hijo con el inicio del cole?



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lunes, 20 de enero de 2014

Depresión y reflejo de eyección de la leche: D-MER

D-MER, reflejo de eyección de la leche disfórico, es una disforia abrupta o sentimientos negativos, que pueden sufrir las madres lactantes. Tiene lugar justo antes de la liberación de la leche y puede durar unos minutos (2 minutos aproximadamente, dependiendo de cada mujer y la gravedad).

Mecanismo:
Cuando el bebé succiona el pecho se produce la liberación de las hormonas oxitocina y prolactina. La prolactina es necesaria para que se producta la eyección de la leche, pero para que el nivel de la prolactina suba es necesario que bajen los niveles de dopamina. Esto ocurre de forma normal en todas las muejres lactantes para que se produzca la subida de la leche. Pero en una mujer con D-MER se produce un descenso anormal en la dopamina, produciendo entonces sentimientos negativos, ya que la dopamina está relacionada con el estado de ánimo y el placer, hasta que se restablecen los niveles de dopamina.


El D-MER es un cúmulo de sentimientos negativos que aparece al dar el pecho o entre las tomas, ya que se produce con el reflejo de eyección y no necesariamente ocurre sólo al amamantar sino por reflejo condicionado (sentimos la subida de la leche) al pensar en nuestro bebé, oírle llorar, estimular el pecho, etc.

Una mujer puede sufrir D-MER tanto con su primer hijo como habiendo tenido lactancias placenteras con anterioridad. Aunque algunas mamás sienten mejoría según va creciendo su hijo, no siempre es así.

Sentimientos como angustia, desesperanza, nerviosismo, tristeza, inutilidad, ansiedad, irritabilidad, pánico, hostilidad, ira o agresividad, pueden ser padecidos en menor o mayor medida, dependiendo del nivel de D-MER que sufra la madre con reflejo de eyección de la leche disfórico. Existen tres niveles de D-MER, suave, moderado y grave.

El D-MER no es:

- El D-MER no es un estado psicológico, el D-MER es un estado fisiológico, es  hormonal y químico.

- El D-MER no es depresión postparto. La mujer sólo tiene esos sentimientos negativos en el momento en que se produce el reflejo de eyección, pero el resto del tiempo se siente feliz.

- El D-MER no es agitación del amamantamiento. Podéis leer sobre la agitación aquí.

El reflejo de eyección disfórico de la leche no es algo muy conocido, no todas las madres han oído hablar de ello (ni todos los profesionales). Por eso las madres que lo sufren, sobre todo si desconocen qué les está ocurriendo, suelen sentirse culpables por tener esos sentimientos, desconcertadas y decepcionadas con la idea idílica que tenían de lo que suponía  amamantar a sus hijos, temerosas de la siguiente toma, y en definitiva se sienten solas y perdidas. ¿Por qué me siento tan mal por momentos, si yo deseo amamantar a mi pequeño y lo quiero con locura?

Por eso es bueno informar a las madres sobre esta disforia abrupta, para que le puedan poner nombre a lo que les sucede, que conozcan qué lo produce, para que sepan que lo que sienten no es algo que puedan controlar (como he dicho antes, es fisiológico) y que no están solas ya que sucede más a menudo de lo que creemos. De hecho, con mucha frecuencia el D-MER no ha sido reconocido, ya que la madre no lo ha asociado a las subidas de la leche y muy habitualmente se ha confundido con una depresión postparto. Es importante que las madres puedan hablar de ello y pidan ayuda para tratar de solventar o paliar esos sentimientos tan intensos y negativos, que pueden enturbiar su lactancia.

En ocasiones sólo con el hecho de saber qué les sucede algunas madres pueden sobrellevar el D-MER. Dependiendo del nivel de D-MER que sufran pueden encontrar ayuda en tratamientos naturales o en un el cambio de costumbres; mientras que las madres que sufren un nivel más grave pueden intentar encontrar con ayuda médica una medicación que les vaya bien para incrementar sus niveles de dopamina.

Por desgracia, si no sabemos lo que nos sucede, si no tenemos ayuda ni apoyo, si pensamos que somos un bicho raro o simplemente tenemos sentimientos tan desagradables, es normal verse sobrepasada y decidir un destete. Por eso insisto siempre en la difusión de información contrastada y en compartir siempre lo que nos sucede, que no nos de miedo hablar de lo que nos pasa, porque comprobaremos que no estamos solas.


¿Habéis tenido este tipo se sentimientos en vuestra lactancia o conocéis a alguna mamá a la que le haya pasado?


Enlaces de referencia:

martes, 15 de octubre de 2013

¿Por qué en vez de abrazarles nos enfadamos?


Hoy ha sido la primera vez que he tenido que ir con mi hija de tres años a que le hiciesen un análisis. Cuatro tubitos le han sacado. Reconozco que casi iba yo más asustada que ella. Temía su reacción, sobre todo, ante según qué tipo de enfermeros nos encontrásemos, pues no todos saben tratar a los niños.


Para sacar sangre a los niños, los dejan para el final, y lo hacen las mismas enfermeras que lo han estado haciendo para los adultos, al menos en nuestro Centro de Salud. Reconozco que a mi hija la han tratado bien, que de eso se trata, pero su prepotencia al tratar conmigo (que iba, como he dicho antes, un poco asustada por cómo se desarrollaría todo, y por cómo lo pasaría mi pequeña) se la podían haber ahorrado.

Ha sido todo mucho más sencillo de lo que creía. Me han hecho sentarme y sentarla sobre mí, poniéndola de lado para dejarles un bracito libre para pincharla. Así hemos podido estar abrazadas. Y aunque ella estaba asustada, y ha dicho que no le gustaba, y ha llorado un poquito, ha sido toda una campeona, porque tal y como es ella cuando algo no le gusta pensaba que no iba a ser posible. Esa falta de confianza en mi niña abre anti mí nuevos aprendizajes, y es que siempre nos sorprenden.

Agradecí a la enfermera que me dijo “déjala que mire” cuando intenté distraerla. Es verdad que veía la aguja clavada en su piel, pero también veía, mientras yo se lo contaba, cómo salía su sangre de un rojo intenso y podía saber qué la estaban haciendo.


Pero lo que me ha llevado a escribir este post no es nuestra historia de esta mañana, si no la escena que hemos presenciado.

Antes y después de nosotras ha pasado una niña de cinco años con su padre. La niña no quería que la pinchasen, estaba muerta de miedo. Hace poco la habían tenido que hacer también unos análisis y según el padre entonces no hubo problema. El papá estaba muy enfadado con la niña, y más aún lo estaba la segunda vez que lo intentaron, sin resultado. Ver a la pequeña llorando, la primera vez, y el papá mirarla desde su distancia con el ceño fruncido me pareció duro para la niña. Pero ver de nuevo, la segunda vez, a la niña llorar desconsoladamente, suplicando que no quería, y escuchar al papá decirla que no iba a ir a cole sino que se iba a quedar en casa castigada todo el día, me ha llegado muy hondo.

Por otro lado se oía quejarse a una de las enfermeras, tras tratar de convencerla de varias maneras, que no la estaban matando, y la niña actuaba cómo si lo estuviesen haciendo. Quizás porque era así como la niña se sentía, ¿nadie lo ha pensado, ni siquiera su padre?

Y me ha llegado tan hondo, que no he podido evitar emocionarme, y mucho, delante de mi hija, que me preguntaba qué me sucedía. Esa escena ha hecho aflorar una experiencia de algún recuerdo olvidado en mi niñez, y he conectado totalmente con el sentimiento de miedo, de nervios, de no poder controlarse y de incompresión que sentía la pequeña.

Por supuesto la escena, tanto de la niña como mi respuesta, ha servido para hablar con mi hija de lo sucedido. Mi preciosa hija ha llegado a la conclusión de que el papá debía haber abrazado a su hija, para que esta no estuviese tan asustada, y no entendía por qué el papá en vez de abrazarla se había enfadado.


Cuando nuestros hijos están llorando por el motivo que sea, su motivo, ¿por qué a veces en vez de consolarles nos enfadamos? ¿Nos enfadamos con ellos, con nosotros, con algo que nos hace clic? Cuando nos enfadamos con ellos en vez de consolarlos, sin duda, entre otras cosas, es porque no estamos conectando en ese momento con ellos ni con sus sentimientos.


¿Os ha pasado alguna vez? A mi si.



* Imagen de Chin Hwa Lim

martes, 5 de febrero de 2013

“Los Celos, la Envidia y las Mentiras” Yolanda González



Hace dos fines de semana tuve, de nuevo, el placer de asistir a una conferencia de Yolanda González, que organizaba la asociación Besos y Brazos: “La Envidia, los Celos y las Mentiras”. No me canso de decir lo que me gusta esta mujer. La conferencia se me hizo corta y como siempre me quedé con ganas de más.

Los adultos siempre intentamos que los pequeños nos entiendan. No entendemos por qué no nos hacen caso. Pero no son ellos los que tienen que entendernos sino nosotros a ellos, pues como adultos somos nosotros quienes debemos comprenderles y empatizar con ellos.

Yolanda comenzó haciéndonos un par de preguntas: ¿Sólo mienten, sienten celos o envidia los niños? ¿Entonces por qué nos preocupa tanto que ellos, siendo niños, lo hagan?

Para empezar hay que saber que la envidia, los celos y las mentiras son sentimientos y no emociones (miedo, rabia, tristeza y alegría, son las emociones básicas).


La envidia es un sentimiento de carencia, más primitivo que los celos, y para que surja hacen falta dos personas.

Aparece cuando se empiezan a disputar los juguetes. Y el problema no es sentir envidia, ya que esta puede resultar un estímulo para mejorar y propornenos conseguir lo que queremos, sino el grado de intensidad, ya que puede convertirse en destructiva.


Los celos son el sentimiento de deseo de posesión. Hacen referencia al vínculo, la capacidad de vincularse con el otro. Aparecen cuando hay una amenaza de pérdida, el temor de perder el vínculo. Por tanto para que se surjan hacen falta tres personas.

Al igual que con la envidia, todo depende del grado, pues los celos son normales y habituales, son necesarios.

Y es que hasta los seis años los niños son egocéntricos, deben ser egocéntricos, que no egoistas, ya que les corresponde como una etapa más en su desarrollo evolutivo.

Hasta los tres sería la etapa egocéntrica por excelencia, cuando todo es suyo, da igual que sea un juguete, su madre o la madre de otro niño, todo es suyo y les pertenece. Hay que permitirles que satisfagan esa necesidad, ya que de lo contrario se convertirán en adultos egoistas. Siempre hay que buscar una solución creativa para resolver el conflicto, cuando surge.

Por tanto no hay que obligarles a compartir cuando no están preparados para ello. De hecho ellos sólo aprenden a hacerlo cuando no se han visto amenzados en sus necesidades, se convierten en niños generosos, aprenden a jugar y a hacer trueques, sin la intervención de los adultos. Porque este es otro tema, los adultos interferimos creyendo que ayudamos y lo que hacemos es crear problemas. La labor educativa consiste en no interferir, sino en confiar en su proceso madurativo y en sus ritmos. Hay que ser coherente con las fases infantiles, claro que para ello debemos saber que son fases normales por las que deben pasar para su correcto desarrollo.


Para tratar estos sentimientos:

Lo primero que hay que hacer es reconocerlos y aceptarlos como son y nunca negar sus emociones. Debemos darrles nombre, ya que con tres años empezarán a entenderlo. De esta forma sentirán que su emoción es válida y no son monstruos por sentirse de esta u otra manera.

Otra cosa que tenemos que hacer es buscar momentos especiales de complicidad con el niño que tiene celos o envidia. Pero además de llevarlo a la práctica es conveniente que lo verbalicemos con él para que se sienta comprendido.

Y por último, además del recoconomiento, mucha mucha paciencia.


Las mentiras son una habilidad psicológica, cuya intención es la de engañar, y esto en la primera infancia (hasta los 7 años) no ocurre. Por tanto los niños no mienten. En esto Yolanda hizo mucho incapié.

Hay estudios que demuestran que los adultos mentimos tres veces a la semana y en el caso de encontrarnos en la calle con un desconcido las mentiras llegarían a ser tres como mínimo. Un ejemplo y el más habitual, es cuando nos preguntan “qué tal”. Sin embargo el hecho de creer que nuestro hijo nos están mientiendo nos hace sentir mucha rabia.

Como siempre, debemos conocer las fases evolutivas de los niños antes de pretender juzgarlos. Sabiendo que los menores de 4 años no distinguen fantasía y realidad, los menores de 7 años tienen grandes dificultades para cambiar de perspectiva y que hasta los 12 años no empieza a desarrollarse la empatía, creo que deberíamos replantearnos, y mucho, el concepto que tenemos sobre el tema de las mentiras y los niños.

Los niños, por tanto, no mienten. El hecho de que parezca que lo hacen puede deberse a varios motivos. A esas edades si les hacemos preguntas sobre algo que no recuerdan (su recuerdo es evocado, ayuda el situarlos en un contexto y un espacio para que recuerden mejor) lo que hacen es inventárselo para rellenar esas lagunas. Igualmente a esas edades no distinguen realidad y fantasía. También lo hacen  para salvaguardar su propia autoestima, por miedo a perder el amor de sus seres queridos, o simplemente nos pueden contar que han visto un burro volando para ver qué cara ponemos. Pero nunca con la intención de engañar.

Por eso Yolanda concluyó y remarcó que a un niño se le cree siempre, necesitan sentirse protegidos y entendidos. Y es muy angustioso para los pequeños que sus padres no les crean lo que para ellos es totalmente cierto.


Justo la semana después de la conferencia mi hija nos vino un día diciendo que le daba miedo dormir por la noche porque había bichos (como no sabe lo que son los monstruos imagino que utilizó esa palabra para referirse a que había algo), y el caso es que nos lo dijo sin más, muy tranquila. Pude pensar que simplemente tenía miedo a separarse de nosotros hasta que nos vamos con ella a la cama, que me estaba mintiendo para conseguir algo de nosotros, que lo había soñado y ahora estaba confundiendo la fantasía con la realidad, de hecho mi primera reacción fue decirle que no había bichos. Pero entonces me di cuenta de que realmente para ella si los había y si se lo negaba ella no entendería por qué su madre no confiaba en lo que ella había visto. Entonces sólo le dije que papá y mamá estábamos con ella y que lo que haríamos sería jugar con los bichos. Se quedó de lo más satisfecha y la verdad es que no ha vuelto a mencionarlo.


Confiemos siempre en ellos y tengamos en cuenta la fase de su desarrollo en la que se encuentran.