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jueves, 6 de abril de 2017

Yo decido, tú decides

Hoy no vengo a dar respuestas, sino más bien a realizar preguntas.

Hoy necesito escribir estas palabras no sólo por mí sino por todas las madres a las que escucho el mismo motivo de desahogo.  Se sienten juzgadas en su maternidad y su crianza. A mí como madre también me pasa. Y sin embargo lo que necesitamos es apoyo.





¿Por qué la gente se mete donde no la llaman? ¿Por qué me dicen lo que tengo que hacer con mi parto, mi lactancia, mi cuerpo, mis hijos, mi vida?


¿Por qué en la crianza todo el mundo opina y cree saber mejor que tú cómo criar a tus hijos?


¿Por qué la gente se ofende cuando nos salimos de lo que se suele hacer? O afinando más la pregunta… ¿Por qué se ofende cuando no lo hacemos como ellos?


¿Por qué especialmente en el postparto (una etapa muy delicada donde la mamá necesita mucho apoyo, no sólo logístico sino también emocional) en vez de apoyar a la reciente mamá, la machacamos contradiciendo y poniendo en duda su manera de hacer las cosas?


Si yo no me meto con la crianza de los demás, ¿por qué los demás si se meten en la mía?


¿Por qué en vez de charlar tranquilamente entramos en una guerra de bandos y criticamos directamente sin dar ninguna oportunidad?


¿Por qué nos empeñamos en ofrecer consejos no pedidos?


¿Por qué nos cuesta tanto aceptar, escuchar y empatizar?



Y he llegado a la conclusión que la mayoría de las veces esto sucede por uno o varios de estos motivos:

- Disonancia cognitiva (en resumidas cuentas, justificar algo que en el fondo se sabe que “no está bien” para aliviar el conflicto que nos produce el pensar y actuar de forma diferente).

- Baja autoestima. Sentir que si yo lo hago diferente es que ellos lo hacen mal. Sienten que les llevo la contraria (aún cuando lo único que hago es vivir y dejar vivir) y entonces se ponen a la defensiva. Pero es que resulta que no todos tenemos por qué hacerlo igual.

- Culpa. Cuando vemos que la cosas se pueden hacer, o se podría haber hecho, de otra manera.  La culpa llama a la puerta. Pero en nuestra mano está aceptarlo y si queremos y podemos, cambiarlo; o atacar a esa persona que por hacerlo diferente nos pone en bandeja nuestros propios fantasmas.

- Mente cerrada. No aceptar que las cosas sean de otra manera, especialmente por miedo al cambio.

- Personalidad narcisista. Todo en la vida gira en torno a como yo hago las cosas, si no son como espero está mal.

- Dejarse llevar. No plantearse las cosas. Pensar que las cosas siempre se han hecho así y lo normal es que así sea.


Me planteo las cosas, leo, me informo, hago caso a mi instinto, no daño a mis hijos ni física ni emocionalmente (en este último caso al menos lo procuro) y decido lo que me parece mejor para mi familia. ¿Quién eres tú para decirme lo que tengo que hacer?


Tanto como asesora como madre no se me ocurre decirle a nadie lo que tiene que hacer. Como asesora informo y cada familia decide. Como madre me ocupo de mi vida, que ya tengo bastante.


Este post va dirigido especialmente para esas personas, familiares, amigos, conocidos, desconocidos, que se creen con derecho no sólo a juzgar sino a decirte lo que tienes que hacer o a opinar sobre la manera en que hacemos las cosas en mi familia.

miércoles, 11 de enero de 2017

Lo que un bebé no es capaz de hacer

Se tiene la idea generalizada de que el bebé es muy listo y nos toma el pelo. Por eso desde bien temprano hay que enseñarle quien manda. Todo para que no se nos suba a la chepa.

Nunca he entendido como tenemos hijos con esta idea tan distorsionada de lo que es un niño. Como si bebés y niños fuesen nuestro enemigo. Hay que domarlos antes de que sea demasiado tarde.




Efectivamente ese es el objetivo: que obedezcan, que no se salgan con la suya, que no nos fastidien… En definitiva, domesticarlos. Cuantos antes mejor, que es cuando se están desarrollando, dependen totalmente de nosotros y no tienen capacidad para decirnos cuatro cosas bien dichas.
   

Así creamos niños obedientes, futuros adultos sumisos.

Niños buenos, futuros adultos reprimidos.

Niños no respetados ni física ni emocionalmente,
futuros adultos invasivos
y que no saben reconocer ni sus propias emociones
 ni las de los demás.


No quiero que mis hijas sean obedientes, sino que entiendan el por qué de las cosas (cuando sean capaces de hacerlo) y tomen sus decisiones.

No quiero que mis hijas sean buenas, quiero que sean simplemente niñas (los niños no son ni buenos ni malos). Quiero respetar a mis hijas como toda persona se merece, porque además es la manera de que ellas también respeten.

Y aunque solemos hacerlo lo mejor que podemos y sabemos, nos cuesta dejar atrás patrones dañinos aprendidos. Porque salirse de la normal no es fácil. Incluso aunque hayamos decidido informarnos acerca del desarrollo  de los niños, en la práctica no es tan sencillo porque tenemos bien integrados esos patrones aprendidos.




¿Qué no es capaz de hacer un bebé?

Matizar que cuando hablo de bebé me refiero a niños de hasta tres años.

- No tiene capacidad para razonar. Por tanto no tiene la capacidad de entender las razones que podemos ofrecerle para que haga o deje de hacer esto o aquello.

- No tiene la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Por tanto no entiende que lo que hace puede tener consecuencias o de hasta qué punto hace daño al otro.

- No tiene capacidad para engañarnos. Por tanto no puede tomarnos el pelo.

- No puede ser malo. Se suele llamar malo a un bebé que llora, que se despierta por la noche, que cuando ya deambula pega o quita juguetes a otros niños… Esto está dentro de la normalidad en el desarrollo de un bebé y no tiene nada que ver con la maldad. La maldad es una cualidad de los adultos.







¿Por qué un bebé no es capaz de hacer todo esto?

Muy sencillo, esto depende de su desarrollo cerebral. No es hasta alrededor de los tres años cuando toma relevancia el cerebro racional, el neocortex. La capacidad de razonar o ponerse en el lugar del otro no es posible hasta que esto sucede. Teniendo en cuenta además que es un proceso que requiere tiempo y maduración.

Según el modelo del Cerebro Triúnico antes de los tres años son dos cerebros los que rigen el desarrollo del bebé. El cerebro  reptiliano o primitivo, lo que es el instinto y la supervivencia. Y el cerebro límbico, lo que son las emociones. Por eso, antes de esa edad, no tienen lenguaje fluido, ni memoria propiamente dicha, ni son capaces de razonar.

Otra cosa es que por nuestros gestos o palabras ellos sepan que no nos gusta lo que dicen o hacen. Pero no tiene nada que ver con que lo entiendan.

Yo le puedo decir a mi hija que no abra ese cajón o no cruce la carretera porque es peligroso. Ella puede saber lo que le pido pero no entiende por qué motivo no va a poder hacerlo si a ella le apetece, el peligro que puede correr o las consecuencias.

Por eso el juego es fundamental en esta etapa. Las explicaciones sólo sirven para acostumbrarnos a dárselas. El juego sirve para que todo fluya más fácilmente y el peque colabore cuando sea necesario. De la misma forma el juego seguirá siendo muy importante para el aprendizaje de los pequeños hasta los siete años.


El bebé aprende por imitación


Si le daño, le grito, le miento, le engaño, le enseño a ser sumiso, mermo su autodefensa, o me ve hacerlo a los demás, será lo que aprenda. Disculpamos acciones en nosotros mismos u otros adultos que no admitimos en los niños.

Si le hacemos daño creyendo que así aprenderá o se dará cuenta (el manido cachete a tiempo o pellizcarle cuando nos pellizque, por poner un par de ejemplos) aprenderá que el más fuerte es el que manda y que puede dañar a otro para conseguir las cosas. Jamás he entendido el “no se pega” mientras se le da un cachete al niño.

Es normal que en ocasiones peguen para defender su espacio o lo que consideran sus cosas. Hay que tener en cuenta que a esta edad están en la etapa egocéntrica y así debe ser para no quedarse ahí estancados, como les sucede a tantos adultos. Por supuesto no podemos permitir que se hagan daño, aquí si hay que intervenir. Pero lo que no es lógico es dañarle  o hacerle sentir mal para evitarlo.

En torno a los tres años podremos ir dándoles explicaciones cortas, adecuadas a su edad, sin olvidar que el juego siempre será nuestro gran aliado.


No siempre en sencillo nuestra relación con nuestros hijos. Pero olvidamos que la falta de apoyo, las prisas, nuestra pesada mochila o los consejos no pedidos no ayudan en nada. Todo lo contrario. No pidamos a nuestros hijos lo que no les corresponde.



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martes, 13 de octubre de 2015

Diferentes lactancias, diferentes circunstancias

Hace cinco años, a punto de nacer mi hija mayor, tenía el propósito darle el pecho, si podía. Porque a pesar de creer que sabía lo suficiente sobre lactancia, en realidad me faltaba mucho por saber. Me faltaba mucha confianza en mi propia capacidad para parir y amamantar.

Cinco años después, tanto el parto de mi segunda hija como nuestra lactancia actual (la mayor se destetó hace un año), han sido totalmente diferentes. El hecho de estar informada, mi formación tanto como asesora de lactancia como Asesora Continuum y mi férrea confianza en la capacidad de la mujer para dar a luz y lactar, ha contribuido a sentirme capaz y a disfrutar al máximo de estas dos facetas de mi sexualidad.

Mis dos duendecillas han nacido con retrognatia, el mentón un poco retraído. Esto puede causar dificultad para el agarre. Si añadimos que tienen la boca pequeña, es otra causa para que no abran lo suficiente la boquita y el agarre no sea correcto. Y aunque luego cada bebé es diferente, existen causas que pueden llevarnos al éxito o fracaso de la lactancia materna: información, confianza, apoyo y cómo haya sido el parto.


Con mi primera hija, además de no saber todo lo que se ahora, tuve un parto medicalizado: cóctel de oxitocina y epidural. No voy a detenerme hoy en describir todos sus efectos secundarios y cómo afectan a la lactancia, a la mamá, al bebé y al vínculo. Resumiré comentando la evidencia de que los bebés con partos medicalizados nacen más adormilados y/o con dificultad para el agarre.

Así es como con mi hija mayor no notaba la succión, no lograba engancharse al pecho. Ya en el hospital comenzó con suplemento en cada toma (se lo retiramos a la semana), que le dábamos con jeringa. Y salimos de allí con la recomendación de que si quería darle el pecho necesitaría pezoneras. El problema, según ellos, era que tengo los pezones planos.

Estuvimos con pezoneras hasta los cuatro meses y medio. Las tomas pasaron de durar tres cuartos de hora en cada pecho a unos cinco o diez minutos. Entre otras cosas dejé de tener ingurgitaciones frecuentes, con la necesidad de tener que vaciarme el pecho cada dos por tres. Ahí fue cuando realmente comencé a disfrutar de la lactancia y la crianza, y a descansar más por la noche.

Mi segunda hija, tras un parto natural y consciente, que puedes leer aquí, se agarró al pecho nada más nacer con una succión fuerte y efectiva. Reconozco que me sorprendió su energía, recién nacida. Pero con el parto que tuvimos no podía ser menos.

Esa primera hora mamando fue mágica. Aunque el enganche no era correcto, lo supe desde casi el principio. Fui consciente de que si seguía con ese enganche me saldrían grietas. Procuré cambiar de postura, pero no conseguía que abriera más su diminuta boquita. Pero por mi miedo a que diese hipoglucemias, lo puedes leer aquí, lo “dejé estar”. Ya lo solucionaríamos.

Me salieron grietas. A los diez días estaban solucionadas las grietas y la producción excesiva de leche. He de decir que aunque íbamos por buen camino tuve un poco lo que llamamos el síndrome de la asesora de lactancia (asesoro y ayudo a otras familias, pero me cuesta hacerlo en nuestra propia lactancia), y nuestra pediatra, que sabe mucho de lactancia, nos dio un par de directrices que nos vinieron bien.

Como madre de dos, soy primeriza. Reconozco que en cuestión de la teta me ha sorprendido que mi segunda hija no se duerma siempre al pecho como hacía la mayor. Mi pequeñina cuando quiere dormir suelta el pecho, y pide brazos y movimiento. Cada una es única.


Cada situación y cada hijo es diferente.
Más que compararles,
 se trata de aprender con cada uno de ellos.


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miércoles, 20 de mayo de 2015

¿Es lo mismo pegar a un niño que a una mujer?

A muchos de nosotros nos han pegado cuando éramos niños, con la excusa de llevarnos por el buen camino y enseñarnos-corregirnos cuando hacíamos algo “malo”. Nuestros padres no han hecho más que seguir el modelo de crianza de sus padres, y estos de los suyos, y así podríamos seguir. Pero, ¿qué les trasmitimos a los niños cuando les pegamos?

Leí hace poco una frase en las redes sociales, que ahora mismo no recuerdo de quien era: No hay mayor trauma que justificar la violencia. Y esto lo digo porque es increíble como la culpa hace mella en la víctima, que justifica a quien le maltrataba. La típica frase de: a mi me pegaban y no he salido tan mal. Si justificas que pegar es educativo sin duda algo no va bien.

Y sonará muy fuerte la palabra maltrato (¿sólo por dar un cachete?), pero cuando no tratamos con respecto estamos tratando mal. Es muy duro ponernos en la piel de nuestro niño interior y reconocer cómo nos hacían sentir, quienes más queríamos, cuando nos pegaban, amenazaban, comparaban o ninguneaban.

Como cualquier madre tengo momentos en que me enfado con mi hija, porque no me hace caso, porque me falta al respeto, porque se pone de muy mal humor cuando no consigue lo que quiere… Y como cualquier madre llevo mi propia mochila a cuestas. A veces desearía pegar a mi hija para calmar la rabia que bulle dentro de mi, cuando mi enfado se descontrola. Por eso se que pegar sólo nos conduciría a liberar mi frustración.

Pero resulta que yo enseño a mi hija que todos nos merecemos respeto, y por tanto nadie merece ser pegado, insultado o tratado de mala manera. ¿Qué ejemplo le voy a dar si soy yo quien la pega cuando no hace lo que yo considero oportuno? Si la persona que más la quiere y quien más seguridad le debería transmitir le falta al respecto y la humilla, ¿qué puede esperar entonces de los demás?

Pegar es una falta de respecto y no enseña nada bueno. Aunque sea el defendido cachete a tiempo, es igual de humillante y sólo denota superioridad, poder y fuerza por parte de quien lo da. Por otro lado no quiero que mi hija haga lo que le digo por miedo (a que le pegue) sino porque entiende que lo que le pido tiene una razón. Y no está demás recordar que hasta los dos o tres años no comienza a funcionar la parte racional del cerebro. Claro que cuanto antes empecemos a pegar o a utilizar el miedo, más eficaz será el condicionamiento del niño, si es eso lo único que nos interesa.

No digo que sea tarea fácil la crianza, a veces nos faltan herramientas. Parece mucho más fácil soltar una torta para desahogarme que pararme a explicar las veces que haga falta a mi hija por qué esto o lo otro no lo hacemos. Además de enseñarle que hablando se entiende la gente, fomento el razonamiento y el llegar a acuerdos. Pero claro, esto requiere tiempo, paciencia y reconocer mis limitaciones y que no siempre tengo razón.

No hace tanto que el maltrato por parte del marido a la mujer era consentido por la sociedad. La mujer hasta hace bien poco éramos ciudadanas de segunda, ignorantes a las que había que enseñar por su bien. Si el marido consideraba que los actos de SU  mujer no eran adecuados la corregía a base de golpe. Hoy en día la sociedad nos escandalizamos, y con razón, cuando un hombre maltrata física o psicológicamente a una mujer (aunque sea un cachete). ¿Acaso un niño, una persona que depende de nosotros y está en proceso de crecimiento, es menos que un adulto? ¿Acaso no se merece el mismo respecto? ¿Por qué no nos escandalizamos ante un mismo hecho independientemente de contra quien se cometa?


Por último, no quiero terminar sin una reflexión. Si cuando mi hija no sabe lo que significa una palabra se lo explico, si cuando algo le supera le ayudo, ¿por qué cuando tiene un comportamiento “inadecuado” le voy a castigar o pegar?
  


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miércoles, 22 de octubre de 2014

Reclama tus derechos

En cualquier ámbito de la vida soy yo quien, respetándome a mi misma, velo porque los demás también me respeten. Nadie tiene derecho a faltarme al respeto, a violentar mi espacio vital, a negar mis necesidades, a decidir por mí, o a hacer con mi cuerpo nada que yo no quiera. Soy responsable de mi vida y nadie tiene por qué tomar las riendas por mi, a menos que yo lo haya decidido así y sabiendo las consecuencias. Extrapolando esto al ámbito de la maternidad, y más concretamente en el ámbito sanitario, parece que se nos olvida quien es la persona que decide en última instancia. Todavía hay quien se cree que está por encima de la mujer o del bebé.


De ahí el título de este post. Cuando mis derechos son vulnerados tengo el derecho y el deber de reclamar. Cuando tus derechos o los derechos de tus hijos son vulnerados, tienes derecho a reclamar.

Por eso insisto, hay que informarse. La información nos hace libres y nos da poder. La libertad y el poder de decidir. Por desgracia, existen profesionales (no todos ni mucho menos) que por haberlo hecho siempre de una determinada manera, por no actualizarse o estar al tanto de los últimos estudios, por miedo, porque es lo que les han enseñado a hacer, o simplemente por ser unos prepotentes en vez de mostrar humildad ante momentos naturales, maravillosos e increíbles como son el embarazo, el parto, la lactancia o la necesidad de sostén de un recién nacido, nunca se permiten hacerlo diferente y por tanto tampoco nunca tienen la oportunidad de ver el resultado. Tú estás preparada para gestar a tu bebé, para parir, para amamantar y para cuidar de tu pequeño y darle todo lo que necesita. Y tu bebé está preparado para nacer y para demandar lo único que necesita, estar cerca de ti, donde tiene calor, alimento y contención.


Tú decides con la información en la mano:

- Las pruebas durante el embarazo no son obligatorias. No se trata de que dejes de lado todas las pruebas, sino conocer su función y saber si son necesarias, si hay otras opciones más respetuosas o menos invasivas, o son prescindibles en tu caso particular. Se trata en última instancia de saber qué prueba te estas realizado y cual es su finalidad. No somos una historia clínica, somos personas.

- Tú decides como parir. Incluso en un embarazo considerado de riesgo la última palabra la tienes tú, por supuesto siempre con la información en la mano.

- Tú y tu hijo tenéis derecho a permanecer juntos desde el momento del nacimiento, a no ser por una urgencia grave tuya o de tu pequeño. Que un bebé nazca prematuro no quiere decir que tenga que ser separado de su madre. Si un bebé a término necesita a su madre, para un bebé prematuro es primordial el contacto materno, es su hábitat y es donde es capaz de regular sus constantes vitales.

- Tú y tu hijo sois quienes decidís hasta cuando dura vuestra lactancia.

- Tu hijo es quien sabe lo que necesita, no el pediatra, tu vecina o vuestro familiar más cercano (por mucha buena voluntad que tenga). Es él quien decide cuándo y cuanto comer, antes y después de iniciarse en la alimentación complementaria, por poner un ejemplo.

- Tú y tu pareja sois quienes decidís cómo criáis a vuestros hijos. Cada familia encuentra su manera, que no es peor ni mejor que la de otras familias, sino simplemente la suya.


Quiero añadir que si, por desgracia, ha habido violencia obstétrica, no se han respetado tus decisiones, no se te ha informado correctamente o cualquier otro motivo que vulnere tus derechos o el de tus hijos, reclama. Es la manera de dejar constancia de lo sucedido y hacerles ver cómo son las cosas, para que eso no vuelva a suceder. No sería la primera vez que abren un expediente disciplinario. No se trata de estar en contra de los sanitarios, sino reclamar cuando es necesario. Por suerte las cosas van cambiado, y existen grandes profesionales.


¿Has sentido en alguna ocasión que tus derechos o los de tu hijo no han sido respetados?


Si necesitas informarte acerca de cualquier tema relacionado con tu embarazo, tu parto, la manera más fácil de atender las demandas de tu bebé, si te surgen dudas en torno a vuestra lactancia o cualquier otro tema relacionado con la crianza de tu hijo, no dudes en contactar conmigo en info@soniandoduendes.com. Si lo que necesitas es una asesoría, ya sea online o a domicilio puedes ponerte en contacto conmigo en el ese mismo mail.
  
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martes, 1 de abril de 2014

La importancia de saber pedir ayuda

Hoy escribo sobre la importancia de saber pedir ayuda cuando nos embarcamos en el camino de la maternidad. La importancia de hacerlo ya desde el embarazo y por supuesto en el parto y en cualquier momento de nuestra crianza.

Mamá sin complejos ha tenido la amabilidad de cederme un espacio en su blog para hablaros de este tema, podéis hacerlo aquí.







Si necesitáis acompañamiento en vuestro embarazo, parto o postparto, si tenéis dudas en vuestra maternidad y/o crianza, ya sea en la lactancia, un bebé prematuro, conocer más a fondo las necesidades de contacto o los hitos del desarrollo de vuestros bebés, podéis escribirme a info@soniandoduendes.com.

domingo, 12 de enero de 2014

Imprescindible saber sobre maternidad y crianza

Cuando comencé el blog hace ya más de 3 años no me imaginaba todo lo que iba a aprender durante mi camino como madre, como bloguera, y ahora como asesora en maternidad y crianza. Mi intención, al comenzar el blog, siempre fue (y sigue siendo) aportar información a otras familias, pero especialmente a otras madres, que se encontrasen con dudas o falta de apoyo en su inicio a la maternidad o durante la crianza de sus hijos.

Son muchos los post que he escrito desde entonces, con información contrastada, experiencias propias, vivencias del día a día, aprendizaje continuo… y es mucha la información que he ido acumulando en estos años. Por eso hoy he querido recopilar once post imprescindibles sobre maternidad y crianza. Iban a haber sido diez, pero no he podido dejar fuera ninguno de los que he elegido, y os puedo asegurar que me gustaría haber incluido algunos más. Pretendo que esto sea un resumen, si buscáis cualquier otra información lo podéis buscar en la sección de "Etiquetas" en la columna de la derecha del blog. O si necesitáis que os asesore sobre algún tema podéis escribirme a info@soniandoduendes.com.



Son once post con información que a mi me hubiera gustado leer durante el
embarazo o en el postparto inmediato.

Práctica desaconsejada por la OMS pero que se sigue realizando, sin nuestro permiso, con demasiada frecuencia.

El contacto físico con nuestros hijos es crucial para el correcto desarrollo su cerebro.

Si tienes claro cómo quieres que sea tu parto puedes redactar tu propio plan de parto. Es nuestro derecho y el de nuestros hijos.

Son muchas las dudas que nos surgen sobre si podremos seguir amamantando a nuestros hijos cuando nos reincorporemos al trabajo. Si quieres continuar dando el pecho, trabajo y lactancia son compatibles.

Son muchos y muy importantes los beneficios de portear a nuestros hijos, de atender sus necesidades y que nos sientan cerca.

Yolanda González nos habla sobre estos dos temas, a veces tabús, con relación a nuestros hijos.

Es importante cuidar nuestro suelo pélvico. Es algo que deberíamos hacer siempre, seamos o no madres, porque es un músculo muy importante de nuestros cuerpo y que si no cuidamos podemos sufrir, por ejemplo, incontinencia urinaria en el mejor de los casos.

En comparación con los desechables, los pañales de tela siempre salen ganando, el ahorro es considerable, son mucho más bonitos, más saludables para la piel y además ecológicos.

La epidural no es inocua ni para nosotras ni para nuestros bebés. Por otro lado, a pesar del miedo que nos han metido, las mujeres somos capaces de parir sin epidural, y mucho mejor, porque no interfiere en un proceso fisiológico como es el parto.

Existen muchas creencias erróneas en torno a la lactancia materna que sólo contribuyen al fracaso de esta y la pérdida de un alimento diseñado exclusivamente para cada bebé.

La cesárea conlleva unos riegos, asumibles cuando se realiza por necesidad; pero siendo una práctica irresponsable cuando se banaliza por conveniencia de los médicos o los padres.

¿Qué es lo que os gustaría haber sabido antes de ser padres?


Si necesitas acompañamiento durante tu embarazo o postparto, tienes dudas o problemas con la lactancia, quieres portear de forma segura, o necesitas información sobre cualquier tema relacionado con la crianza, puedes contactar conmigo en info@soniandoduendes.com.

domingo, 18 de agosto de 2013

No me interrumpas cuando estoy hablando

A nadie le gusta que le interrumpan cuando habla. Y esto tratamos de enseñárselo a los niños, sean nuestros o ajenos, con frases como “ahora mamá y papá están hablando”, “esto son conversaciones de mayores” o “no se interrumpe cuando los mayores están hablando”. Ahora vuelvo a retomar la frase, a nadie le gusta que le interrumpan, pero es que a los niños tampoco.

Claro, sucede que las conversaciones de los niños o lo que ellos tengan que decir, no importa tanto o no es tan serio como las conversaciones que podamos tener los adultos, aunque estemos hablando  del coche tan estupendo que nos hemos comprado, de los últimos cotilleos o de dónde me corto el pelo.

Esa norma social de no interrumpir las conversaciones parece ser sólo válida para los niños. Porque los adultos no sólo interrumpimos sin ningún miramiento las conversaciones de los niños, ya sea entre ellos o con otro adulto (aquí si vale, porque ya hay un niño de por medio),  sino que en ocasiones también interrumpimos las de otros adultos (si nos fijamos en una conversación entre adultos, veremos que todos estamos deseando hablar, que lo de escuchar no se nos da tan bien y que muchas veces no podemos evitar el interrumpir porque lo que tenemos que decir es mucho más importante que lo que tenga que decir el otro), y ya nos puede molestar en este último caso  que seguramente no diremos nada.

Por otro lado, el hecho de distinguir las conversaciones entre  adultos como las únicas merecedoras de respeto dice muy poco a nuestro favor del respeto que nosotros profesamos, porque los niños son personas, no lo olvidemos. Lo que hacemos es excluirles, les marginamos, y por tanto les faltamos al respeto por su edad, como ocurre cuando marginamos a alguien por su sexo, su religión, su procedencia, o su inclinación sexual. El caso es que los niños siempre tienen las de perder, parece que por el hecho de ser niños son menos, y no estoy nada de acuerdo con ese pensamiento que la mayoría de las veces no se expresa abiertamente, pero se  deja entrever en los comentarios que hacemos sobre ellos o cómo les tratamos.


Procuro enseñar a mi hija a entender que a nadie nos gusta que nos interrumpan. Cuando hablo con otra persona y ella se mete en medio…. Un momento, ¿se mete en medio? ¿Diríamos esto mismo si hemos quedado con una amiga, vamos con nuestra pareja y el o ella también quieren participar de las conversación? No es justo para los niños tener que mantenerse a parte en las conversaciones con sus seres queridos o de confianza, es normal y legítimo que ellos también deseen participar y ser uno más, porque realmente lo son. De hecho, si les hacemos partícipes, si también nos dirigimos a ellos, y les integramos en la conversación, sentirán que les respetamos y no les dejamos de lado.

Se que mucha gente no está de acuerdo, creen que los niños tienen que estar ahí y aguantar estoicamente sin rechistar, sin siquiera decir que se aburren. Les planteo entonces un par de situaciones:

1ª. Imaginemos que estamos hablando con una amiga, un vecino, o un conocido y llega nuestra pareja con nuestro hijo, a los que hace  rato que no vemos. Doy por hecho que saludamos a ambos y les dedicamos unas palabras. Pero luego, ¿seguiríamos hablando como si nada con esa otra persona? ¿Veríamos bien que nuestra pareja participe en la conversación o que interrumpa un momento para comentarnos  algo que necesitaba decirnos? ¿Cómo nos tomaríamos que nuestro hijo hiciese esto mismo, interrumpiese para participar o porque necesite contarnos cualquier cosa que para él es importante?

2ª. Imaginemos que estamos con nuestro hijo pequeño paseando y charlando de nuestras cosas por la calle, y nos encontramos con una amiga, una vecina o un conocido. ¿Acaso no sería interrumpir una conversación? Pero puesto que lo que hacemos es incluir a esta persona en nuestra conversación, ¿permitiríamos que ella o nosotros mismos demos por hecho que el que ahora queda fuera de la conversación es nuestro hijo? Pensemos en ambas situaciones, iguales pero desde diferentes perspectivas y reflexionemos si consideramos que alguien se merece menos respeto que otro sólo por la edad que tiene.

A ver, es verdad que nos gusta  y necesitamos hablar con otros adultos, y que nuestros hijos a veces (por no decir la mayoría de las veces) quieren toda nuestra atención y casi no nos dejan hablar con esa otra persona. Incluso cuando mamá y papá están hablando de cosas que a ellos no les importa quieren que les hagamos caso. Pues claro que quieren que les hagamos caso, como todo el mundo. Pero es que además nosotros somos sus padres, las personas que más quieren y necesitan en el mundo, y no podemos comparar nuestro círculo social con el suyo. Por tanto considero más respetuoso y sencillo incluirles en nuestras conversaciones (si hay algo de lo que queramos hablar sin que nos escuchen, hagámoslo cuando no estén delante). Si nos apetece hablar con otro/s adulto/s sin que nuestros hijos demanden nuestra atención constantemente, podemos decirles perfectamente lo que nos gustaría de ellos e intentar distraerles con algún juguete, juego, en el parque, etc, aunque ya os digo que no siempre funciona. Mi hija desde luego eso de esta quieta y callada no va con ella (cosa que entiendo) y desde luego está mejor con mamá que jugando sola. Otra opción es, como os decía, hacerles partícipes de la conversación, normalmente se quedan mucho más tranquilos y no nos demandan tanto, entre otras cosas porque sienten que nos tienen con ellos.


Y vosotros, ¿cómo lleváis estas situaciones?

domingo, 21 de julio de 2013

Los niños son pequeños dictadores

Tenía para hoy otro post ya escrito sobre lactancia y vuelta al trabajo. Pero tras la charla mantenida este fin de semana con unos amigos necesito escribir estas líneas. Digamos que nuestra manera de criar a nuestros hijos, e incluso la idea que tenemos sobre lo que es ser un niño, no tiene nada que ver. Este fin de semana ha sido la primera vez que raíz de un tema han salido todas nuestras diferencias y hemos tenido un debate tras el cual por un lado me he alegrado de  haber aportado mi visión y mi (creo) granito de arena, pero no he podido evitar también quedarme con un halo de tristeza, por ese concepto tan extendido e irreal que se tiene de los niños.

No era la primera vez que nos daban a entender que, según el comportamiento de nuestra hija, había que hacer siempre lo que ella quería. Todo porque tras aguantar estoicamente sentada durante un buen rato en la mesa de una terraza se quería levantar y llevar al papá por donde ella quería (al papá no le importaba lo más mínimo darse un paseo con su hija). Entonces ante la frese “Los tiene bien puestos” (refiriéndose a mi hija, una niña que en septiembre cumplirá tres añitos) me salió un rotundo “¡Claro! Sabe muy bien lo que quiere” (y así quiero que siga siendo).

La conversación comenzó entonces con los motivos que teníamos para no llevarla al cole este año (precisamente la semana pasada hablaba de este tema) y desencadenó en el famoso cachete a tiempo. A pesar de ser una conversación de lo más tranquila noté que el otro papá, una persona que por costumbre  suele decir lo que piensa, al cabo de un ratito de conversación se mantuvo en silencio, lo cual (quizás me equivoque) me llevó a pensar que no le estaba gustando lo que estábamos diciendo (yo y mi compañero de ruta), que no era otra cosa que hacerles entender el sinsentido de pegar a un niño por pretender educarle.

Llegados al punto de “los niños son pequeños dictadores” traté de explicar que los niños nos necesitan, que dependen de nosotros, que los frecuentes despertares nocturnos son normales y ni mucho menos lo hacen para fastidiar, que las rabietas son necesarias para su correcto desarrollo, que con tres o cuatro años no podemos esperar que hagan todo lo que les decimos y mucho menos que tengan totalmente integradas las normas sociales (dar besos siempre, compartir, estar sentado cuando yo lo digo, no pegar cuando se enfadan , etc, etc) ya que están en pleno proceso de aprendizaje y desarrollo y les tenemos que repetir las cosas las veces que haga falta sin llegar a faltarles el respeto.

He buscado la definción de dictador y esto es lo que he encontrado según la RAE:
dictador, ra.
(Del lat. dictatōre[m]).
1. m. y f. En la época moderna, persona que se arroga o recibe todos los poderes políticos extraordinarios y los ejerce sin limitación jurídica.
2. m. y f. Persona que abusa de su autoridad o trata con dureza a los demás.
3. m. Entre los antiguos romanos, magistrado supremo y temporal que uno de los cónsules nombraba por acuerdo del Senado en tiempos de peligro para la república, confiriéndole poderes extraordinarios.

Teniendo en cuanta la segunda acepción, ya que las otras se alejan de lo que estamos tratando, pregunto, ¿tienen los niños la autoridad o por el contrario somos los adultos quienes la tenemos y en ocasiones abusamos de ella? ¿Quién es entonces el dictador?


Y este post viene para explicar algo que dije y que creo que no quedó claro. Ningún niño pide lo que no necesita. Y no me refiero con esto a pedir cualquier cosa material, una golosina o el juguete de otro niño, por poner unos ejemplos. Me refiero a que cuando un niño llora, cuando pide brazos, cuando se despiertan mil veces por la noche, cuando llaman nuestra atención, nos están diciendo que nos necesitan, que les hagamos caso, que sin nosotros no sobreviven, que nos quieren.

La frase “los niños no piden lo que no necesitan” puede llevar a malinterpretaciones. De hecho la conversación giró hacia los niños que de más grandes se convierten en unos déspotas, en adolescentes conflictivos o incluso en adultos que pegan a sus padres, por no haberles dado un cachete a tiempo o por haberles permitido hacer “todo lo que quieren”. No me canso de insistir que un niño al que no se le ha negado nunca el cariño y al que siempre se le ha atendido cuando lo ha pedido no se convierte en agresivo. La agresividad viene por lo contrario, por no hacerles caso porque sólo quieren llamar la atención, por poner distancia cuando nos necesitan,  por creer que pegándoles les estamos enseñando a comportarse, por darles cosas materiales en sustitución de nuestro cariño, por falta de amor, por violencia, por falta de respecto, y podría seguir. Esa frase se refiere a que su demanda de contacto, de presencia y de cariño por nuestra parte, siempre está justificada.

Me da la impresión de que piensan que por criar de forma  “diferente”,  respetando las necesidades y los ritmos de nuestros hijos, teniéndolos en cuenta siempre, dejándoles que se expresen o no obligándoles a hacer nada con su cuerpo que no quieran, criamos a pequeños déspotas que hacen lo que quieren. Y no pueden estar más lejos de la realidad. A nuestra hija no le permitimos que dañe a otros ni a si misma, no accedemos a sus peticiones de comprar cualquier cosa que desee (que por otro lado no suele ser muy a menudo), no le dejamos hacer cualquier cosa en la que corra peligro (como cruzar una carretera sin que vaya de la mano y sin haber mirado previamente si viene algún coche), aprende de nosotros en cada momento el respeto y las normas sociales (tan cotizadas), además de todas las frustraciones que se le presentan de manera natural en la vida. Lo que de ninguna manera vamos a negar nunca a nuestra hija es nuestro cariño y comprensión.

Por supuesto, llegamos a una conclusión conjunta, y es que la crianza no siempre es fácil y cada familia lo hace lo mejor que sabe y puede.



¿Qué pensáis vosotros, son los niños pequeños dictadores o pecamos demasiadas veces los adultos de prepotentes?

miércoles, 10 de abril de 2013

De “cuando no quieren andar” a “hemos vuelto a portear”


Este post es el conjunto de dos entradas, una que tenía pendiente escribir hace tiempo y que al no hacerlo ha quedado obsoleta y otra que estamos viviendo actualmente. De ahí ese título tan raro y largo del post.


Hará como cinco o seis meses pasamos por una etapa en la que la peque no quería andar. Era salir a la calle y “coge mamá”, “coge papá”, incluso para subir las escaleras que antes le encantaba. No quería andar nada de nada. A veces aguantaba cinco mitos jugando al pilla pilla pero luego tenía que subir otra vez a upa.  Pero lo peor de todo era que tampoco quería que la llevásemos en portabebé.

Quien me iba a decir a mi, con lo contraria que siempre he sido a coger el coche para movernos en lugares pequeños, donde todo está cerca y se puede ir andando, que iba a tener que coger el coche para ir al grupo de crianza, que está a 10-15 minutos andando. Hasta ese momento así es como habíamos ido, dando un paseo tranquilamente o llevándola en el mei tai. Pero puesto que no quería andar y tampoco quería ser porteada, sólo que la cogiésemos a upa, diez minutos cargando con una niña de mas de 13 kilos como que no lo veía viable.



A pesar de tener claro que lo de no querer andar era una etapa más, di por sentado que nuestra etapa de porteo había llegado a su fin, y me daba mucha pena. Primero porque es una manera cómoda de llevarla cuando está cansada, las sillitas no me gustan, nunca me he apañado con ellas y siempre he terminado dolorida de empujarla, como os lo cuento. De hecho hace tiempo que se la devolvimos a mi cuñada. Con un buen portabebés es como más cómodos vamos, tanto los que porteamos (el papá o yo) como la peque. Y segundo y más importante, por lo que significaba para mí esa etapa, de contacto, de complicidad, de mamá y bebé canguritos, de compenetración… y  parecía haber llegado a su fin.

Pero efectivamente era una etapa más. En Navidades disfruté muchísimo porteándola mientras íbamos a ver la cabalgata. Y aunque siempre va andando, si me ha dejado claro, en alguna ocasión que estaba cansada, que prefería que la llevase en el mei tai. Así que espero que esto dure mucho más, porque para mí el porteo es otra forma más de crianza, y sobre todo de cara a las vacaciones, en las que siempre andamos más y aprovechamos para hacer rutas, dar paseos o hacer visitas.


Y vosotros, ¿porteáis? ¿Llegó un momento en el que vuestros peques ya no querían ser porteados?


* Como siempre soy yo la que hago las fotos apenas tengo con Minerva porteando. La imagen que véis es del verano pasado.

martes, 8 de enero de 2013

Chantaje emocional


Recuerdo, los primeros meses tras el nacimiento de mi hija, sentirme como una leona al cuidado de su cría cada vez que alguien se acercaba demasiado, daba igual si eran conocidos o desconocidos, o rondaban cerca con comentarios no deseados. Hace tiempo que no me siento con ese instinto imperioso de proteger a mi cría como si hubiese constantemente peligros al acecho, aunque todavía hay algunos (demasiados en realidad) comentarios que me harían saltar a la yugular de sus dueños, sino fuese porque somos animales racionales (la mayoría de nosotros) y me controlo. Incluso en ocasiones me controlo tanto, o será que me pillan por sorpresa, no sabría decirlo, y me quedo con la boca abierta y con cara de tonta, sin creerme lo que acabo de oír. Porque aunque se que son muchos los que creen que el fin justifica los medios en lo relativo a la crianza de los hijos, que todo vale con los pequeños aunque jamás osaríamos hacerle lo mismo a otro adulto, personalmente tengo tan claro que mi hija se merece amor y respeto por encima de todo, como cualquier mortal, que lo doy por hecho y muchas veces se me olvida que algo tan lógico muchos no lo tienen asimilado.

Al hecho de intentar hacer creer a alguien, grande o pequeño, que lo vamos a pasar mal si no hace lo que queremos, e incluso se le llega a amenazar con retirarle nuestro cariño, se le llama manipulación, se le llama chantaje emocional. Así de claro. “Si no me das un beso lloro”, “si no te portas bien mamá no te va a querer”, son ejemplos de frases que se les dice en ocasiones a los niños para conseguir lo que deseamos de ellos, restándole importancia a la gravedad de esas palabras. Primero porque hacerle creer a un niño que le vamos a dejar de querer es ruin, un niño necesita ser querido en todo momento, necesita la seguridad de que sus padres o cuidadores no le van a abandonar. Segundo, porque infundir miedo a un niño a ser abandonado es algo grave, no es una forma de hablar como intentan justifican algunos, a veces las palabras lastiman igual que los golpes. Y tercero, porque les estamos mintiendo a la cara sólo por nuestro interés, para intentar manipularles y llevarles a nuestro terreno.

Por eso, y porque me parece una total falta de respeto, jamás se me ocurriría utilizar el chantaje emocional con mi hija ni con ningún otro niño o adulto, como no me gustaría que lo hiciera nadie conmigo. Me parece abusar de la confianza de los pequeños además de dejar nuestra categoría de adultos inteligentes por los suelos.


Si alguien vuelve a decirle a mi hija “dame un beso que si no lloro”, no le gritaré a ese adulto-inmaduro las cuatro verdades que me gustaría, sino que dirigiéndome a mi hija le diré tranquilamente lo siguiente: No le hagas caso mi amor, que sólo está intentando engañarte para conseguir que le des un beso. Estás en tu derecho de dárselo o no, eso ya lo sabes. Y en el remoto caso de que se pusiese a llorar eso no sería responsabilidad tuya.

jueves, 11 de octubre de 2012

Por supuesto que los niños se enteran


Pensar que los niños no se enteran es tener un concepto de ellos muy bajo, además de mostrar una total ignorancia sobre ellos.

Hace poco tuve que oír esas palabras refiriéndose a mi hija. He de reconocer que me molestó, porque es el planteamiento del adulto poniéndose, por supuestísimo, por encima del niño. Y como parecía no gustar nuestra insistencia en lo contrario, recurrieron a la escusa de “yo he criado a cuatro niños y te digo que no se enteran”, como si nosotros, padres primerizos, no tuviésemos ni idea y como si no conociésemos a nuestra hija. 

Hay madres y/o padres que por el sólo hecho (y digo sólo porque ya puedes haber criado a cuarenta niños que si no te has preocupado por conocer sus verdaderas necesidades y no lo que tu crees que necesitan, no tendrás un conocimiento real de ellos y menos generalizable al resto de niños) de haber criado a X hijos se creen poseedores de una sabiduría envidiable. No son conscientes de que en cuanto empiezan a generalizar y a comentar tópicos con respecto a los niños queda al descubierto su ignorancia. No digo que no los hayan criado lo mejor que sabían y que no lo hayan hecho con cariño, pero lo que dejan claro es no tienen ni idea del gran mundo interior que rodea a un niño.

Porque a la frase de “yo he criado cuatro niños y no se enteran” yo contestaría que quizás la/el que no se ha enterado de que si se enteran eres tú. Pero claro, el adulto siempre lo sabe todo con respecto al niño que no tiene ni idea de nada.

Los niños, y hablo desde que nacen, captan todas nuestras emociones y pueden saber incluso antes que nosotros mismo que algo nos sucede, más que nada porque muchas veces no dejamos que lo que nos pasa aflore, pero está ahí, y ellos lo notan.

Estoy cansada de que se les trate como a ignorantes, como a personas de segunda a los que se puede ignorar, manipular y faltar al respeto por su bien, para que aprendan. Cuando los que deberíamos aprender de ellos somos los adultos. Pensar que necesitan que les enseñemos a comer, dormir, andar, dejar el pañal, estarse quietecitos sin moverse y un largo etcétera demuestra, como digo, un absoluto desconocimiento del desarrollo de los pequeños.

Que un adulto sólo sepa relacionarse con un niño pequeño desde el “qué bien”, “qué bonito”, haz esto o lo otro, sin preguntar porque su opinión no cuenta y sin ponerse nunca a su altura, deja mucho que desear, porque eso no es saber nada acerca del enriquecedor y maravilloso mundo infantil.

Un claro ejemplo del que ya hablé hace poco es que los niños pequeños sean capaces, lo que no somos los adultos en demasiadas ocasiones, de distinguir si otro niño que está a su lado es niño o niña sin necesidad de que este último lleve o no pendientes. Lo podéis leer aquí.

Creo que a los niños debemos hablares, contarles las cosas (de forma que ellos lo puedan entender según su edad), sin secretos. ¿Cuántas veces se les deja fuera de un problema o una enfermedad de un familiar y ya no menciono si se trata de un fallecimiento? Dejarles fuera es no tener en cuanta que son uno más, que son personas.

Pero si a un niño desde que nace sólo nos acercamos para hacerle monerías, tratándole sólo como si fuese un muñeco bonito, y según va creciendo le tratamos como si fuera tonto (total, no se entera de nada), diciéndole todo lo que tiene que hacer, cómo jugar, lo que le tiene que gustar, ocultándole nuestra vida. Entonces no será que no se enteran, sino que les hemos ido quitando alas a su potencial, porque los que no nos enteramos somos los adultos.

viernes, 8 de junio de 2012

Yolanda González “Las emociones de los niños y las nuestras”


El fin de semana pasado tuve el placer de volver a ver a Yolanda González en el II Ciclo de Conferencias “Conociendo a Nuestros Hijos” que organiza la asociación Besos y Brazos.

La conferencia que dio el año pasado trataba sobre “La Empatía y la Autorregulación en la primera infancia”. Aunque algunas cosas se han repetido me ha encantado volver a escucharla, me he dado cuenta de que esta mujer siempre termina emocionándome, hace que conecte con sentimientos muy profundos. En realidad creo que ha sido como la continuación a la charla del año pasado. Podéis leer aquí el resumen que hice de ella, os lo recomiendo, además hice una breve descripción de su curriculum para los que no la conozcáis.


El tema de las emociones es un tema complicado, en el sentido de que a muchos nos cuesta reconocerlas, ya que en nuestra infancia no se nos enseñó a aceptarlas, mostrarlas y canalizarlas, al contrario, se procuró que las reprimiésemos, porque era lo que nuestros padres también habían aprendido de pequeños, al igual que sus padres, y así sucesivamente. Continuamos transmitiendo modelos educativos poco saludables de padres a hijos sin pararnos a pensar que se puede hacer de otra manera.

Las emociones son necesarias y mucho, son el pilar de todo lo demás, porque dependiendo de cómo nos sintamos así actuaremos. Las emociones modulan nuestros pensamientos, se trata de encontrar un equilibrio entre razón y emoción, y eso se logra en la infancia. Dijo Yolanda que más allá de la lactancia y un parto natural, la principal preocupación en torno a la crianza deberían ser las emociones, que son las que mueven todo nuestro mundo. Esto quiere decir que una mujer que da el pecho a su hijo no es sinónimo de que sepa relacionarse sana y respetuosamente con las emociones de su hijo y las suyas propias, por eso que las emociones sean la base para que esta sociedad, que muchas veces no quiere sentir ni quiere saber, sea saludable en todos sus aspectos.

No es fácil enfrentarse a las emociones de nuestros hijos cuando ya nos cuesta enfrentarnos a las nuestras, porque ¿qué ocurre cuando nos encontramos ante una rabieta de nuestros hijos?, pues que muchas veces terminamos teniendo nosotros otra rabieta, ya que las emociones de nuestros pequeños conectan con las emociones de nuestros niños interiores. Hay que ver al niño pequeño, no a nosotros mismos cuando éramos pequeños, no debemos mezclar nuestras emociones con las suyas. No es fácil, por tanto, saber acompañarles, aceptar sus emociones, comprenderles, sin interferir en ese proceso, enganchándonos en las maraña de emociones que nosotros mismos llevamos arrastras.

Es muy importante aceptar las emociones, darles nombre y saber cómo acompañar y canalizar lo que nuestros hijos sienten, nunca negarlas ni reprimirlas. Es la etapa más vulnerable, de total dependencia (algo natural, hoy en día tenemos mucha prisa por que crezcan) y en la que está en juego la futura personalidad del adulto.

Explicó que una emoción es una acción que viene de dentro y la expresamos hacia fuera, las emociones básicas son la ira, el miedo, la tristeza y la alegría, todas legítimas y necesarias para nuestra supervivencia. Las personas que no contactan con sus propias emociones están robotizadas y son fácilmente manipulables. Matizó que el adiestramiento comienza en la primera infancia, no permitiendo sentir, racionalizando y pensando siempre. Una emoción se puede reprimir pero nunca suprimir, y puede explotar en el momento más inadecuado, a través de síntomas físicos y emocionales. La salida más adecuada para las emociones es la expresión.

Por otro lado, las emociones de los niños son las mismas que las de los adultos pero más inmaduras, y necesitan mucho tiempo para madurar. Los niños viven en el presente, no tienen la capacidad de relativizar (pensar que mañana será otro día, que el juguete roto puede ser reemplazado, etc, simplemente son emoción).

Yolanda nos recordó también la importancia del juego, hasta los 6-7 años es lo  principal que debe hacer un niño. Por eso es conveniente tener alternativas, estrategias, creatividad (magia) y negociación cuando son más mayorcitos (en torno a los tres años). De ese modo, entre otras cosas, no necesitaríamos decir "no" tantísimas veces al día, y es que se confunde el “no” con la educación.


El niño es el reflejo de nuestra propia imagen. Debemos tenerlo muy en cuenta antes de juzgarles para bien o para mal, y mirar hacia nosotros mismos si algo en ellos nos molesta, nos duele o nos preocupa.

viernes, 1 de junio de 2012

Cuando el entorno enturbia tu forma de crianza


Intento criar a mi hija desde el respeto, desde el amor, desde el ejemplo y desde la consciencia de que todo lo que ocurre a su alrededor le influye para bien o para mal. ¿Pero qué pasa cuando todo alrededor parece ir en contra de todo lo que intentas enseñar a tu hija?


Debemos hablar con propiedad a nuestros hijos. Ir más allá y darnos cuenta de que esos comentarios que muchas veces se hacen a los niños tienen un significado y un mensaje, y no podemos relativizarlos con un “pero si no pasa nada por decirles eso”. Me refiero, por ejemplo, a:

Decirles que no pasa nada cuando se han hecho daño, ¿cómo que no pasa nada?, al decirles eso le estamos restando importancia a su sentimiento de dolor, les estamos negando la legitimidad de sus sentimientos y sus sensaciones. No se si hay alguien que de verdad crea que por decirles eso no van a llorar, que por otro lado ¿y qué si lloran?, ahí estamos para consolarles, dejémosles expresar su dolor.

Decirles continuamente “muy bien” o “bien”, cada vez que hacen lo que consideramos que deben hacer, comerse la comida, hacer la típica monería, saludar al vecino cuando se lo pedimos, decirnos alguna palabra nueva, subir solos a los columpios, y un sinfín de cosas más. Cada vez que les decimos “bien” les estamos haciendo un juicio de valor, ¿acaso si no se come una cucharada más está mal? ¿o está mal si no sabe encajar una pieza de un puzzle? Mi hija no necesita la aprobación de nadie, porque es perfecta tal y como es. A mi también se me escapan “bien” a veces, pero estar continuamente con la palabra en la boca me parece no tener las herramientas suficientes para comunicarnos de otra forma con ellos sin estar opinando continuamente sobre cómo hacen o dejan de hacer las cosas, se nos olvidan otras formas de transmitirles que estamos con ellos siempre, que les queremos por encima de todo.

Decirles que son malos porque simplemente se comportan como niños, y luego nos extrañará que al final terminen comportándose como les estamos transmitiendo que son, porque si una y otra vez les repetimos lo malos que son se lo terminarán creyendo. A ver si nos queda claro de una vez que los niños no son malos, los que podemos ser malos, porque somos conscientes de su significado, somos los adultos. Los niños se mueven, saltan, corren, gritan, se aburren, necesitan atención y cariño, tienen épocas en las que pueden pegar porque no saben pedir las cosas de otro modo, pero si aún así creemos que es un niño difícil , entonces en quien hay que fijar la atención es en los padres, así de claro.

Decirles, cuando se han hecho daño con algo, que ese objeto es malo y para colmo pegar al objeto (que el pobre no tiene culpa de nada). Lo único que se les enseña con eso es a pegar cuando algo no sale como ellos quieren o cuando se hacen daño, con lo cual si un niño no les deja un juguete o sin querer les ha lastimado entienden que deben pegarle. Yo desde luego no quiero que mi hija aprenda eso. Se les puede explicar, y ellos lo comprenden, que se han hecho daño con la silla, con el suelo o con lo que sea, sin querer, de esa forma podrán hacerse cargo de las consecuencias de sus actos, al mismo tiempo que les consolamos con mimos y besos.


Si, muchas veces no son esos los mensajes que les queremos enviar, pero no se nos ocurre nada mejor que decir y seguimos restándole importancia diciendo que no es para tanto. Pero es que con todo lo que les decimos les estamos transmitiendo algo, por qué no hacerles llegar lo que realmente queremos, sin caer en estereotipos o frases hechas que nos evitan el pensar por nosotros mismo y desarrollar nuestra imaginación. Podemos hacer las cosas diferentes con un poco de nuestra parte.



Sabía que con la edad de mi hija y con lo movida que es, y no me equivocaba, alguien no tardaría en decirla que era mala. En menos de dos semanas ya se lo han dicho dos veces en la “calle”, como si por ver el comportamiento de mi hija en dos minutos supiesen cómo es y además creyéndose con el derecho a juzgarla por comportarse simplemente de acuerdo a su edad. En ambos casos por no estarse quietecita como un muñeco mientras mamá termina de comprar el pan o de pedir embutido en el super. En el primer caso contesté que no era mala, la segunda vez simplemente le di la espalda a la persona entrometida. Pero ganas me daban de decirles cuatro cosas bien dichas. Creo que la próxima vez, que por desgracia la habrá, ¿por qué se meterá la gente donde no la llaman?, contestaré que no es mala, que simplemente es una niña, y me morderé la lengua para no decir mas. Porque creo que si me callo le trasmito a mi hija que la gente puede meterse en su espacio y decirla lo que quieran sin ningún respeto, hoy por hoy soy yo o su padre quienes velamos por sus derechos.

En cuanto al “muy bien”, cada vez que estamos con los abuelos, unos u otros, tengo que lidiar con esa muletilla, que intento comprender que no dan mas de sí, que no saben hacerlo de otro modo. Porque aunque se les dice, se les olvida, y yo ya me canso de repetirlo una y otra vez; y ellos también se cansan (los abuelos), aunque ellos ya son adultos y no es eso lo que más me importa. Quiero pensar que mi hija en casa sabe que no necesita hacer nada de una forma u otra para sentirse valorada y querida.

También esta semana he visto como tras hacerse daño y decirla “malo, malo, toma, toma” (pegando al objeto en cuestión), ella pegaba imitando. Entonces aquí paré rápidamente los pies a su abuelo, ya me había sucedido otra vez con una amiga pero entonces mi hija solo la miró sorprendida (también se que volverá a suceder y entonces tendré que dar la explicación pertinente, qué agotador es esto). Le expliqué claramente que lo único que conseguía con eso era enseñarla a pegar. Espero que haya quedado claro y no se vuelva a repetir.

Y ya no me meto con los comentarios, directamente a ella, sobre si continúa tomando el pecho con lo mayor que es (lo seguirá tomando hasta que le de la gana), si no habla mucho para la edad que tiene (habla lo que tiene que hablar), que pesa mucho para que la lleve mamá a upa (si a mamá o papá no les importa nadie tiene nada que decir al respecto), etc, etc, porque entonces no termino.

Me preocupa lo que puedan influirla todos estos comentarios y mensajes, tan opuestos a mi forma de criar a mi hija. Está claro que no puedo ni quiero meterla en una burbuja. Pero, ¿qué podemos hacer para que estos mensajes le influyan lo menos posible?