lunes, 25 de abril de 2011

El elefante encadenado

Desde que leí la entrada que Valentina escribió en su blog Crecer juntos con arte: “Estoy a favor de poner etiquetas a los niños”, he estado dándole vueltas y recordando otra entrada que escribí yo “Las comparaciones quiebran la autoestima de nuestros hijos”. Me vino entonces a la mente un cuento de Jorge Bucay (ya hablaré otro día de su libro “Déjame que te cuente”), El elefante encadenado, que más abajo os he copiado.

No creo que las etiquetas como tal sean buena idea, ya sean con connotaciones positivas o negativas. Una vez que se le etiqueta a alguien ya tiene colgada esa etiqueta, y tendrá que arrastrarla para bien y/o para mal. Se le ha adjudicado un papel en la vida que el/ella no ha decidido.

Una cosa es comentar lo bien que hace algo tu hij@ y otra bien distinta es machacarle con que es mal@, buen@, cabezota, list@… Una vez que les hayamos encasillado es muy difícil que puedan salir de ese papel. Si les decimos una y otra vez que son mal@s terminaran por aceptarlo y actuaran en consecuencia. Si de la misma manera les repetimos constantemente lo buen@s que son quizás estén reprimiendo ciertas aptitudes para no defraudarnos, y todo lo que no sale por una lado tiene que salir por otro. Hay que tener cuidado, más que con los adjetivos que utilizamos, con la persistencia en decirles que son de determinada forma, porque puede que luego no se crean capaces de ser de otra manera.

No se trata de reprimir ciertas conductas, que consideramos inapropiadas, sino de enseñarles valores. Para ello creo que es más importante centrarnos en la actividad que realizan en vez de en su persona. Adele Faber y Elaine Mazlish en “Cómo hablar para sus hijos le escuchen y cómo escuchar para que sus hijos le hablen” recomiendan, hablando del elogio y la autoestima, describir en vez de evaluar.

Este cuento de Jorge Bucay me gusta mucho por el tema que trata, pero quiero que seáis vosotr@s los que saquéis vuestras propias conclusiones.

El elefante encadenado:

Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal preferido de otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacía gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales… Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas.

Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.

El misterio sigue pareciéndome evidente.

¿Qué lo sujeta entonces?

¿Por qué no huye?

Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: “Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?”. No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, olvidé el misterio del elefante y la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho esa pregunta alguna vez.

Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta:

El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.

Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él.

Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro… Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.

Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, cree que no puede.

Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer.

Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo.

Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza…

13 comentarios:

  1. Uffff muy dura la historia del elefante pero totalmente de acuerdo contigo, aunque a veces esas etiquetas se nos escapan sin querer. Cuantas veces he escuchado a madres decirles a sus hij@s: mira q eres mal@!, mi niñ@ es un sant@... yo tb creo q los estamos condicionando a ser de una manera u otra.

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  2. Preciosa...
    Me recriminaron mucho, demasiado, lo k me causo un vacio profundo.
    Desd k me convertí en madre tuve claro k fueran komo fueran mis hijos estaría a su lado, sin reproches.
    Acentuar sus virtudes y buenos komportamientos, desesacharán a un lado, los menos buenos.
    Gracias :D

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  3. Un cuento precioso. Hace tiempo comenté en una entrada referente a la autoestima que es mucho más efectivo para un niño hacer incapié en un acto que en la propia persona. Es mejor decir que ha dicho una mentira que decir que es un mentiroso. Una entrada muy interesante. Me ha gustado mucho

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  4. Jorge Bucay no lo puede dejar más claro. Los niñas son esponjas y la responsabilidad de los padres es cuidar de qué se empapan porque si no se tiene cuidado, ese líquido con el tiempo ya no se puede escurrir...

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  5. Y por fin... mamá, es verdad que a veces es difícl, somos humanos y a veces se nos escapan (sobre todo si estamos enfadad@s).

    Virgini@, es duro que te juzguen. Me alegro de que seas consciente y no cometas el mismo error con tus hijos.

    Sandra, totalmente de acuerdo. Gracias.

    "Inside the labyrinth", Jorge Bucay tiene muy buenos cuentos. Efectivamente es responsabilidad de los padres, entre otras muchas cosas, que sus hijos tengas una alta autoestima.

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  6. Carol, muchas gracias por compartir el cuento. ¡Es muy fuerte! Me hace pensar cuantas estacas tengo al rededor de mi. Día a día quiero ser libre! un beso

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  7. Valentina, si, tendríamos que deshacernos de todas las estacas que no nos permiten seguir adelante.

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  8. Voy co mucho retraso... Sólo decirte que me ha gustado mucho el post, qué buena elección , el cuento de Bucay. Comparto tu opinión sobre las etiquetas. Yo también he tenido que arrancar algunas estacas e intentaré no atar a mi hijo a ninguna.

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  9. A mi me encanta este cuento, es precioso y tiene tanta razón, esperemos no caer nunca en el error, me gusta mucho tu entrada :)

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  10. El cuento es precioso, muchas gracias por compartirlo. Estoy totalmente de acuerdo con lo que dices de las etiquetas, tenía pensado escribir una entrada en mi blog sobre ellas.

    Muchisimos besos, por cierto tienes 2 premios en mi blog para ti. Muchos besos guapa!

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  11. @Mousikh, Siempre mamá, gracias. Pues sí, esperemos no caer en el error y no poner estacas a nuestr@s hij@s.

    María, muchas gracias por los precios! Qué halago :)

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  12. Hola Carol, veo que hace días que no publicas, espero volver a leerte pronto. Pues nada, que hay un premio en mi blog para ti. Un besote!

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  13. Carol, apenas tengo tiempo... a parte de que no paramos Minerva está cada vez más demandante. Gracias por el premio!

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